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Participantes en la manifestación de este viernes de los trabajadores de Enviser tras más de cien días de huelga

Participantes en la manifestación de este viernes de los trabajadores de Enviser tras más de cien días de huelga Efe

Opinión

Entre lo convulso y lo absurdo

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Está la situación geopolítica lo suficientemente revolucionada como para que afecte, y mucho, al mundo de la economía y con él al de la empresa. El contexto es tan incierto que el vuelo de una mosca puede ocasionar el caos.

En los últimos días, aquí en Euskadi algunas empresas están viendo alterado su día a día por circunstancias de lo más diverso. Lidiar con el hecho de que la ONU te incluya en una lista de compañías que operan en la Cisjordania ocupada, en este momento es una tarea complicada, por no decir imposible. Intereses y compromisos económicos frente a una situación que la propia ONU tilda de genocidio.

Prácticamente, da igual las explicaciones que se den, la empresa las ha ofrecido a través de un comunicado, porque una vez que apareces en esa lista ya tienes un problema de imagen de marca que es más que evidente. La opinión pública ya se ha hecho un juicio de valor y es imposible desmontar eso por muchos argumentos técnicos, humanos y éticos que se esgriman. Independientemente de la opinión que pueda tener cada uno, independientemente de que el señalamiento no implique ningún tipo de sanción, el daño a la marca ya está hecho, y si además los trabajadores se suman al movimiento pues la situación aún se complica más.

Despachar una cuestión tan compleja y con tantas aristas, en solo unas líneas, o en una opinión mal cimentada es una osadía que no deberíamos permitirnos.

La geopolítica manda. Manda tanto que a veces es inasumible, pero en todo caso, es. Y en este caso con más de 66.000 gazaties asesinados sobran todas las palabras.

Y mientras algunos se enfrentan con problemas de calado, otros se encuentran con obstáculos en los que seguro que no habían pensado. En Petronor se anuncia huelga indefinida por lo que ha dado en llamarse la “guerra de vestuario”. ¡Huelga indefinida! Vamos, utilizar el que debe ser el último recurso, porque al parecer no están de acuerdo con que no se les compute el cambio de vestuario como tiempo de trabajo.

Nos estamos acostumbrando, malacostumbrando de hecho, a ir a posiciones de máximos ante cualquier contratiempo por peregrino que sea

No sé cuánto tiempo tardan en cambiarse allí, pero la medida resulta entre chusca y desproporcionada. 

Nos estamos acostumbrando, malacostumbrando de hecho, a ir a posiciones de máximos ante cualquier contratiempo por peregrino que sea. Esto desde luego tiene mucho que ver con la apología del derecho a la huelga y de la rentabilidad que esto reporta, y que algunos responsables sindicales esgrimen cada vez que tienen ocasión.

Al peligro que tiene el uso abusivo de ese recurso, de ese derecho que es la huelga, nos hemos referido en más de una ocasión. No es otro que el hecho de que pierda su razón de ser y eso ya está ocurriendo. 

En ese proceso algunos entramos ya en el cuestionamiento de todos los conflictos laborales, los que pueden tener sentido, y los que no. Cuando hay quien busca firmar cuantas más huelgas mejor, y además lo argumenta públicamente, ya podemos pensar que cualquier excusa es buena para convocarlas. Da igual un cambio de vestuario, que un cierre. Todo suma para adjuntar en la memoria anual el número de huelgas convocadas, y todos los beneficios que presuntamente generan para los trabajadores. 

Hay cosas que en pequeñas dosis y argumentadas tienen sentido, pero cuando se abusa de ellas por buenas que sean hartan

Llegará un momento, en algunas empresas ya ha ocurrido, que esto es inasumible y que no se puede continuar. Y llega también un momento en el que esas situaciones generan en la sociedad en general hastío y aburrimiento que están muy lejos de la empatía con la que arrancan algunos conflictos. 

En Vitoria, por ejemplo, llevamos meses con la huelga de jardineros, al principio la solidaridad para con los convocantes era alta, en este momento, cuando paseamos por Vitoria ya ni vemos la altura de la hierba y la situación de los jardines. Nos acordamos del problema cuando algún medio de comunicación lo recuerda, pero poco más. 

Hay cosas que en pequeñas dosis y argumentadas tienen sentido, pero cuando se abusa de ellas por buenas que sean hartan. 

Ya vivimos situaciones suficientemente convulsas, como para caer en el absurdo y generar un caldo de cultivo en el que nos convertimos en los menos atractivos del planeta para que se invierta aquí.