Alicia es una joven de veinte años, norteamericana y española. Su primera experiencia electoral se produjo en las elecciones presidenciales de EEUU de 2020 y acaba de repetir experiencia en las recientes midterm. Alicia vota en el estado de Nevada, donde, recuerden, la elección presidencial estuvo más en el aire y donde en esta sesión electoral el escaño senatorial ha estado disputado hasta muy última hora. A Alicia le agrada mucho pensar que en el conteo meticuloso del voto proveniente del extranjero, es el suyo precisamente el que decanta una elección. 

El hecho es que Alicia está en lo cierto: ha derrotado por dos veces ni más ni menos que al millonario, protochulo de las Américas y felizmente expresidente norteamericano Donald Trump. El inefable había cerrado campaña diciendo que, con él al mando, los republicanos se iban a hartar de ganar escaños, gobernadores, alcaldes, regidores, sheriffs y demás cargos electos, que conforman un par de folios de papeleta electoral. Nada de eso. El control de la cámara baja puede ser finalmente el premio de consolación que recoja el Grand Old Party. Alicia puede sonreír mientras un ególatra como el mentado aparece ante el país etiquetado con el adjetivo que ha utilizado sistemáticamente para denigrar a sus contrincantes, fuera y dentro de su propio partido: looser.

La victoria de la candidata demócrata a la gubernatura de Arizona, Katie Hobbs, derrotando a Kari Lake, la candidata ultra apoyada, precisamente, por el perdedor de estas elecciones, está terminando de componer un cuadro que los republicanos harían bien en estudiar detenidamente. Lake, en su página web, anunciaba un programa que podría copiarse y pegarse en una novela de Margaret Atwood: cierre de fronteras, educación basada en la Biblia, proscripción de los izquierdistas radicales (entre los que se encuentra, por supuesto, Joe Biden), y sobredosis de nacionalismo populista. Ni que decir tiene que Lake fue una de las que con mayor énfasis negó legitimidad a las elecciones presidenciales pasadas y, ya puestos, algunos de sus seguidores pidieron, cual camioneros bolsonaristas, la intervención del ejército ante el avance de Katie Hobbs en el recuento electoral. 

 

La victoria de la candidata demócrata a la gubernatura de Arizona, Katie Hobbs, derrotando a Kari Lake, la candidata ultra apoyada, precisamente, por el perdedor de estas elecciones, está terminando de componer un cuadro que los republicanos harían bien en estudiar detenidamente

 

En Nevada, donde el voto de Alicia volvió a ser decisivo, Adam Laxalt, otro candidato apoyado por el afortunadamente derrotado en 2020, encabezó el recuento hasta que llegó la hora de los dos condados más poblados y urbanos, Washoe (Reno) y Clark (Las Vegas). A partir de ahí fue ya la hora de la demócrata Catherine Cortez-Masto. Laxalt forma parte de una muy conocida familia conservadora del estado de Nevada (aunque él se crió en la costa este) de origen vasco-francés. Cortez-Masto, jurista como su oponente, tiene ascendencia mexicana e italiana. No solo ha ganado la América mestiza —como lo es, en su mayoría, el estado de Nevada— sino que, sobre todo, ha vuelto a perder ahí uno de los republicanos que con más ahínco negó legitimidad a la elección presidencial que perdió su mentor, el looser.

 

Si los propios republicanos dejan finalmente fuera al looser será justamente por eso, por haber demostrado reiteradamente esa condición

 

Alicia es un trasunto de un sustrato social que se muestra muy resistente a la verborrea fascistoide del Gran Derrotado. Parece ser que cuanto más este proclama su voluntad de volver al 6 de enero de 2021, más y mejor moviliza a las muchas Alicias que no quieren ver su país en semejantes manos. Anuncia ahora que volverá a concurrir a las elecciones de 2024. Será, para empezar, si no lo orilla su propio partido, aunque el repuesto previsible Ron Desantis tampoco le vaya muy a la zaga en propuestas rayanas en el autoritarismo. Si los propios republicanos dejan finalmente fuera al looser será justamente por eso, por haber demostrado reiteradamente esa condición, no porque entiendan que sus propuestas políticas son deletéreas para la convivencia democrática.

Si el Partido Demócrata, por su parte, ha salido vivo de esa auténtica ratonera que son las midterm casi para cualquier presidente, ha sido gracias a esa masa de Alicias que, sin tener especial entusiasmo por el partido, sí tienen aversión a la máquina de devorar libertades que accionaría de inmediato ese personaje al que se refiere el título de este artículo. Les repugna, simplemente, ver en la presidencia de su país a quien quiso liquidar el sistema que le permite volver a ser candidato presidencial. Es algo que el propio tocayo del famoso pato no entiende: él nunca lo haría. Por eso debemos (el resto del planeta también) estar muy agradecidos a Alicia, a todas las Alicias que han frenado, una vez más, a Donald Trump.