Un foco ha iluminado estos días al portavoz del Gobierno vasco, Bingen Zupiria. Una atención indeseada sin duda, conociendo el carácter tranquilo y afable de la persona, pero inherente al personaje. Es decir, al cargo que ocupa.

Así, ha trasladado a la ciudadanía que no vivimos en un estado policial y que no podemos (el Ejecutivo autónomo) poner un policía detrás de cada persona. Con estas afirmaciones Bingen Zupiria reconoce que el Gobierno está desbordado. Que no es capaz de prevenir y garantizar la seguridad en la calle ante incidentes previsibles y controlables como los ocurridos en torno a la final de Copa del pasado 3 de abril.

Con estas afirmaciones Bingen Zupiria reconoce que el Gobierno está desbordado. Que no es capaz de prevenir y garantizar la seguridad en la calle ante incidentes previsibles y controlables como los ocurridos en torno a la final de Copa del pasado 3 de abril

Afortunadamente, la victoria de la Real Sociedad ha moderado mucho los ánimos de la forofada del Athletic y, más importante, de los medios de comunicación locales, lo que hace pensar que la previa de la final contra el Barça será mucho más tranquila. Aunque un milagro durante el partido lo cambiaría todo.

Por eso no me extrañaría nada, pero nada nada, que el consejero de Seguridad, el 'bermeotarra' Josu Erkoreka, se enfundara el sábado una camiseta azulgrana. Cualquier cosa antes que un triunfo bilbaíno que pudiera reproducir la 'matxinada', presuntamente incontrolable, de hace unos días. Haya paz.

También cree y dice el portavoz del Gobierno vasco, que la sociedad está perdiendo las formas y el respeto. Admite así, de forma implícita, el fracaso de más de cuarenta años de autogobierno a la hora de articular una sociedad responsable y crítica. Una sociedad madura capaz de unirse en la adversidad, de ser solidaria.

Admite así, de forma implícita, el fracaso de más de cuarenta años de autogobierno a la hora de articular una sociedad responsable y crítica. Una sociedad madura capaz de unirse en la adversidad, de ser solidaria

A cambio han (hemos) pergeñado un país de cuñados (y cuñadas), donde demasiada gente emula a ese Aznar al que nadie le podía decir cuanto vino podía beber, y donde la fuerza se impone, más a menudo de lo que creemos, a la razón. Los abusones son los nuevos reyes. Los listos, los machistas, los violentos, los enteraos, la manada, …

Muchos años de callar ante la infamia (algo habrá hecho) por un lado y de tragar ante la soberbia del que manda (ya sabes, es lo que hay) por el otro, nos han dejado flojetes y con poca tolerancia a la frustración. No hay resiliencia. Sí hay mucho capricho y tontería. Mucho derecho a liarla pero no a pagar por hacerlo. Y poca autoridad. Que se lo digan a los policías locales de Bermeo apalizados, sin consecuencias, por sus vecinos y que han tenido que implorar la solidaridad de sus jefes políticos que se hacían los 'longuis'.

Tal vez por aquí haya que buscar la explicación a que las vascas y los vascos, junto a las navarras y los navarros, estemos a la cabeza de los contagios en España. Solo superados por Madrid de Ayuso (y Ceuta y Melilla). Porque a nosotros nadie nos dice que hay que hacer. Y seguro que esa también es la razón de que seamos los últimos en la trazabilidad de la pandemia y que solo conozcamos el origen de la mitad de los contagios. Las vascas y los vascos no somos txibatos.

Igual es que tampoco somos muy listos.