Cuando nuestras autoridades, sin duda con la segura voluntad de frenar la pandemia nos asaltan con esta inundación de prohibiciones, toques de queda, limitaciones y confinamientos variables no es solo que nos perdamos en medio de tanta norma, sino que también ocurre algo peor; que con instrucciones tan detalladas es inevitable que se cree la falsa sensación de que si fuésemos capaces de entenderlas todas y cumplir las que en cada momento estén en vigor, con seguridad no nos contagiaríamos.

Hace unos días un representante político -da igual quién- exigía que una determinada actividad pública se realizase “con todas las garantías sanitarias”. Ojo que no decía “con todas las precauciones establecidas” sino “con todas las garantías”, como si se pudiera asegurar la salud igual que se garantiza el funcionamiento correcto o la sustitución, en su caso, de un lavaplatos.

Llevar mascarilla, lavarse las manos, mantener la distancia y quedarse en casa son formas de reducir la probabilidad de contagiarnos, la probabilidad -insisto- pero nadie puede garantizarnos que incluso siendo así de cuidadosos no nos contagiaremos. No puede existir garantía porque a la vida vinimos sin ella. Esta obviedad, sin embargo, resulta incómoda de expresar porque para nosotros significa reconocer nuestra propia fragilidad humana y para las Administraciones la incapacidad para hacer algo que la remedie.

Por eso nos hablan como si nuestra relación con las instituciones fuese la de un comprador y nos ofrecen “todas las garantías”, porque creen que nos gusta más así y porque al poder desde luego que no le gusta nada reconocer sus propias limitaciones.

Ojo que no decía “con todas las precauciones establecidas” sino “con todas las garantías”, como si se pudiera asegurar la salud igual que se garantiza el funcionamiento correcto o la sustitución, en su caso, de un lavaplatos

Toda la vida comprando nos ha acostumbrado a actuar como consumidores y hemos dejado de lado nuestra posición de ciudadanos. Hay que reconocer que es más cómodo. En una democracia un ciudadano es un accionista, un socio muy minoritario, pero socio del Estado y por tanto le incumbe lo que hace el poder. Su voto es su acción y sus impuestos son la inversión que hace para que el país funcione para su beneficio y el de los demás. Lo que le pase al país le importa. Nada que ver con el consumidor, al que lógicamente en absoluto le concierne la buena o mala marcha de la empresa de la que solo espera servicios y suministros, como exclusivo cliente que es. Su dinero al Estado se entrega como pago a cambio de una contraprestación, no de un proyecto a largo plazo.

Ciudadanos y consumidores tenemos nuestros derechos, por supuesto, pero no son los mismos. Mientras el ciudadano/socio en su pequeña parcela, es también responsable de la marcha de la comunidad, el consumidor solo tiene derechos: los que adquiere a cambio de su dinero, no hay más obligación para él que la de cumplir su parte del trato, esto es, pagar el precio. Y, por supuesto, él sí tiene derecho a que le garanticen el resultado.

Nada que ver con el consumidor, al que lógicamente en absoluto le concierne la buena o mala marcha de la empresa de la que solo espera servicios y suministros, como exclusivo cliente que es. Su dinero al Estado se entrega como pago a cambio de una contraprestación, no de un proyecto a largo plazo

Dimitiendo de nuestro rol como socios de una democracia nos libramos de responsabilidades, desde retirar nieve de la acera o recoger la caca del perro hasta cuidar de nuestra propia salud. Para eso pagamos, para que lo hagan otros, para que lo haga alguna de las instituciones que forman el Estado (el Ayuntamiento, la Diputación, el Gobierno vasco o el de la Nación) y para que “nos garanticen” el resultado, faltaría más.

Solo una cosa menor: las dictaduras económicamente más exitosas del mundo son excelentes proveedoras de bienes y servicios para su población de consumidores, pero jamás aceptan que estos adquieran el poder de la ciudadanía. Su progreso es únicamente económico y en ellas se puede vivir confortablemente si mantiene uno la boca cerrada, salvo para comer, que eso sí lo garantizan. De momento, nosotros vamos adaptándonos a ese papel.