La política de la M-30 madrileña, el emetreintismo, se ha llevado otro batazaco. Ya van muchos. Ahora ha sido en Cataluña, donde PP y Cs han sufrido tal terremoto que las ondas sísmicas han hecho, y más que van a hacer, temblar las sedes de Génova y Alcalá. Pero antes fue en Euskadi. Y también en Galicia, donde la defensa numantina de Núñez Feijóo de su independencia, de ser el PP gallego antes que el PP de Casado, de Cayetana o el PP que teme a Vox, salvó los muebles con creces y dignidad. Porque por mucho que los ideólogos de las sedes nacionales de los partidos crean que se puede conocer la realidad de una comunidad por videoconferencia, desde los balcones con vistas a San Isidro ni se huele el asfalto del resto de regiones. Y menos el de las consideradas históricas. Creen estos ideólogos que Cataluña se va, que es un riesgo real; que Euskadi se va, que fue un sueño húmedo que de momento está bastante seco; o que Feijóo es un díscolo. En cambio, lo que percibimos en el resto de España es que, parafraseando a Pasqual Maragallquien se va es Madrid. Y no sabemos a dónde.

Porque es Madrid la que decide por toda España como si solo hubiese una España que es la que vive en Madrid. Cómo se entiende si no que a alguien le pareciese una buena idea hacer campaña en Cataluña con Isabel Díaz Ayuso. Es como si Joan Laporta inicia su carrera a la Presidencia del Barça con una rueda de prensa de Zinedine Zidane diciendo lo mal que hacen las cosas en el Barcelona y dando lecciones de lo bien que le va a él en el Real Madrid.

El centro-derecha no puede ser tan inepto como para desaparecer de dos de los tres grandes motores económicos de España como son Cataluña y Euskadi

La irrupción de Vox en el Parlament, unida a la debacle de Cs, que para los no ingenuos ya olía a 'leche' mucho antes de que se convocasen elecciones, y la práctica desaparición del PP tiene que hacer reflexionar a las mentes pensantes que queden en el entorno de Pablo Casado. España no puede permitirse el lujo de perder el centro-derecha. Y el centro-derecha no puede ser tan inepto como para desaparecer de dos de los tres grandes motores económicos de España como son Cataluña y Euskadi. Aquellos que con tanta sorna despachaban desde sus trincheras medíáticas, que no periodísticas, que había que salvar al soldado Sánchez, más les valdría ir corriendo al botiquín de la verdad a comprar remedios que permitan ver a sus lectores-militantes y a los políticos para los que escriben que el soldado que necesita ser rescatado es precisamente Pablo Casado. Y si no es a él, al menos salvar su cada vez más escaso partido.

No tiene ni medio pase que Javier Maroto pretenda hacernos creer que la culpa de la debacle es de Pedro Sánchez por haber hecho cantar a Luis Bárcenas en vísperas de las elecciones. Sin entrar a que de por hecho que el Ejecutivo controle los tiempos judiciales en un CGPJ que es precisamente su partido quien no lo quiere renovar porque cree que lo controla, los conservadores tienen que pensar que los españoles somos muy tontos para comulgar con esa rueda de molino. Primero, porque con los sobres de Bárcenas corriendo por los titulares de los periódicos, cuando todavía importaba de verdad a la sociedad española los tejemanejes en B de los populares, el PP ganó las elecciones generales de 2011, 2015 y 2016. Y segundo, porque el argumento de que el perro se ha comido los deberes dejó de colar ya en tiempos del florido pensil que Vox pretende resucitar.

El soldado que necesita ser rescatado es precisamente Pablo Casado. Y si no es a él, al menos salvar su cada vez más escaso partido

El PP tiene que reaccionar. Necesita un liderazgo a la altura de un partido de Estado. Ofrecer un plan alternativo para una España en crisis de todo tipo: sanitaria, económica, identitaria. Asumir de una vez por todas que la política de frentes está caducada y solo alimenta a los extremos (no hay mas que observar los datos de Vox, EH Bildu o la CUP), recuperar el centro que está huérfano desde que Albert Rivera se hiciese un David Cameron a la española y entender que la sociedad de 2021 no es la de 1996, y que las recetas de Aznar no funcionan. España es un país de autonomías, como recoge el título VIII de la Constitución que tanto cacarean y tan poco defienden en su integridad, y como tal han de articularse las organizaciones y las propuestas. Si a día de hoy todavía no lo han visto, no conseguirán que sus votantes dejen de quedarse en casa y, en cambio, verán y veremos que volverán banderas victoriosas... que siempre acaban dejando un reguero de ruptura, división y, en el peor de los casos, sangre.