El pasado 25 de marzo el Congreso aprobaba un paquete de 11.000 millones de euros en ayudas para empresas y autónomos. La mayor parte de ese montante, un total de 7.000 millones de euros, iban a concretarse en ayudas directas para PYMES y autónomos.

La noticia corrió como la pólvora y el Gobierno se apuntaba un tanto, diciendo que se convertía en la Administración que más ayudas aportaba a las empresas, olvidaba mientras se prendía estas medallas, que otros países por poner un ejemplo, Alemania, sólo en la primera oleada de la pandemia, ya había destinado la friolera de 50.000 millones de euros en ayudas directas.

Ya en marzo los famosos 11.000 millones llegaban tarde y se quedaban escasos, teniendo en cuenta la difícil situación de muchas empresas, sobre todo PYMES, micropymes y autónomos.

Unos meses después una se pregunta ¿dónde están los famosos 11.000 millones de euros? ¿lo sabe alguien?

Lo que sí sabemos es que no han llegado donde tenían que llegar, no hay más que escuchar los reiterados lamentos de las empresas, reclamando las famosas ayudas directas, que para muchos son el último salvavidas al que poder agarrarse, otros muchos, ya ni siquiera tienen esa opción, puesto que se han visto obligados a cerrar para siempre.

 

Esto no va de encontrar al famoso Wally en forma de 11.000 millones, va de dignidad y de respeto

 

Que en la coyuntura en la que estamos y que con lo que ya llevamos arrastrado se juegue con las expectativas, las ilusiones, las inversiones…y en definitiva, el futuro de muchos negocios y con él el de muchas familias, es obsceno e inasumible.

Después de aguantar hasta aquí, ciudadanos y empresas merecemos un respeto, que desde luego pasa por el cumplimiento de los compromisos adquiridos, que no jueguen con nuestra frágil memoria porque de algunas cosas sí que nos acordamos. Esto no va de encontrar al famoso Wally en forma de 11.000 millones, va de dignidad y de respeto.

Desde luego con esta y otras cosas parecidas, y desgraciadamente, tenemos ejemplos para dar y tomar, la imagen de las instituciones y sobre todo de quienes las lideran, se deteriora dentro, pero evidentemente también en el exterior. ¿Qué credibilidad tiene España para gestionar ayudas europeas, si el Gobierno es incapaz de articular 11.000 millones en ayudas empresariales que se han anunciado hace meses a bombo y platillo?

La respuesta a esa pregunta es evidentemente, poca o ninguna. Y ¿hasta dónde tienen que aguantar el tirón las empresas mientras siguen pagando sus impuestos religiosamente?

 

¿Qué credibilidad tiene España para gestionar ayudas europeas, si el Gobierno es incapaz de articular 11.000 millones en ayudas empresariales que se han anunciado hace meses a bombo y platillo?

 

En esta desde luego la prioridad sigue siendo mantener a las empresas vivas para que puedan seguir ejerciendo su función social, que no es otra que la de generar empleo y riqueza. Mérito no les falta porque levantar la persiana a diario a pesar de todo, es digno de admiración.

Y muchos se contentarán con unos datos del paro más o menos positivos en el último mes, obviando que estamos en una carrera de fondo en la que todo sumará o restará en la cuenta final. Porque los buenos datos del empleo hoy, pueden ser un espejismo mañana, si muchos parámetros no terminan de asentarse de forma correcta.

Una empresa, sea esta grande, pyme, micropyme o generada por un autónomo que se ve abocada al cierre es un fracaso para todos, pero lo peor es que un proyecto que apaga la luz no la vuelve a encender.

Es responsabilidad de todos, pero de unos más que de otros, que las empresas sigan activas, así que quien tenga el colchón bajo el que se guardan los 11.000 millones de euros que lo aire, y que reparta esas ayudas que muchos esperan como agua de mayo.

Un compromiso no cumplido es una quiebra en la confianza, esa que hay que trabajar todos los días y se pierde en segundos.

A quien corresponda.