Un ejercicio que sirve perfectamente para medir una noticia y escapar del sectarismo es imaginar que la acción o las declaraciones de un político son realizadas por otro. De esta forma, palabras que en un dirigente pueden despertar empatía, como por ejemplo decir que algo le da pena, en otro pueden sonar a esperpento. Con esta práctica, uno puede dimensionar el alcance de los hechos y poner en contexto cada situación. Imaginemos, por ejemplo, que Isabel Díaz Ayuso hubiese dicho esta semana ante la vacunación de un ex alto cargo del PP de Madrid cuando no le tocaba que había sentido pena. O pensemos, por un momento, que el consejero de Salud de Murcia, que sí ha dimitido, hubiese reconocido que por el escaso y nulo desarrollo de sus propias instrucciones, que ocupaban un total de dos folios, en un hospital pimentonero se habían vacunado el director, cuatro curas, el mensajero y el reponedor de la máquina de Coca-Cola.

Los programas de debate de algunos medios vascos presentados por los fieles a la causa estarían haciendo chanzas y bromitas con la habitual superioridad moral de quien cree que vive en el paraíso de la gestión. Pero vaya, la "pena" es la máxima asunción de responsabilidad de culpa que es capaz de asumir el lehendakari Iñigo Urkullu y el vodevil del mensajero, el personal del 'vending' y los cuatro religiosos vacunados se produjeron en el hospital de Santa Marina en Bilbao amparados por las escasas e inútiles órdenes que el Departamento de Salud ha mandado a las direcciones comarcales de la sanidad vasca, dejando a los responsables a los pies de los caballos y sin una guía concreta para saber por dónde tirar.

El vodevil del mensajero, el personal del 'vending' y los cuatro religiosos vacunados se produjeron en Bilbao amparados por las escasas e inútiles órdenes del Departamento de Salud

Esto es exactamente lo que ha pasado en Euskadi. Ahora se podrá buscar a cualquier cabeza de turco para señalar su irresponsabilidad, que la hubo, y centrar el punto de mira de la sociedad en él. Pero de lo que realmente estamos hablando es de la gestión del Departamento de Salud. Ha sido tan escasa, estando en el tiempo que estamos y sabiendo con la antelación que se sabía que iban a llegar las vacunas, que las rendijas en el proceso de vacunación han permitido que se cuelen unas cuantas personas que por desconocimiento, caradura o falta de control han recibido el pinchazo antes que quienes están en primera fila jugándose literalmente la vida y la de sus familias. No tiene ni medio pase que los rectores de la Sanidad vasca se hayan puesto de perfil a la hora de organizar la mayor operación sanitaria de los últimos tiempos y que está destinada, nada más y nada menos, a proteger a quienes nos protegen, a quienes recibieron durante semanas y semanas el aplauso cariñoso de una sociedad ahora incrédula ante la falta de planificación y la mala gestión de sus responsables políticos.

Sagardui, que ha vendido que comparecía a petición propia en una Comisión en la que habla cada semana, ha anunciado que se van a revisar y "reforzar los circuitos de información" para hacer que el sistema de vacunación sea claro y se ejecute de un modo "homogéneo"... ¿Ahora? ¿Qué ha hecho hasta hoy? ¿Cómo se han repartido? ¿Hay algún control? Las pruebas dejan claro que no. Que la vacunación de los sanitarios ha sido un proceso en el que cada centro ha interpretado esos ya famosos dos folios a su manera, en el que se han recibido viales sin tener en cuenta a cuántas personas había que vacunar y en el cada cual ha hecho lo que buenamente ha podido... teniendo en cuenta que el personal sanitario de Osakidetza está exhausto tras un año que no hace falta detallar cómo ha sido para ellos.

Pena y rabia es lo que siente la ciudadanía ante tal cúmulo de despropósitos y negligencias. Y responsabilidad, asunción de errores, y buena gestión es lo que se pide a los representantes políticos.