Mariposeando por la prensa me detengo sorprendido al leer que en Madrid ha sido devuelto un pene extraviado hace décadas a su legítimo dueño y que las personas gordas viven más que las magras. Son noticias que requieren exploración más allá del titular porque eso duele solo de leerlo. Bendita lectura que aclara que el referido órgano, que no cabe duda se había echado a faltar puesto que se encontraba en posición de firmes, no pertenecía a ser alguno, ni humano ni animal, sino a muñeco anatómico de buena y trabajada factura con sus músculos, tendones y venas bien visibles. Bendita dos veces la lectura porque también nos informa de que la mayor longevidad en gruesos que en flacos se refiere a personas de más de noventa años y, además, chinos. 

Cuando sobresaltados vamos a ver qué pasa con un pene perdido por ahí durante decenios o no entendemos cómo es posible que ahora resulte ser mejor el sobrepeso que el tipito, y nos aclaran que no ha habido amputación dolorosa sino que hablamos de cartón-piedra y que no se trata de gordos o flacos en general sino solo de los pocos afortunados que pasan de los noventa años y en el otro lado del mundo, nos sentimos aliviados.

 

Bendita dos veces la lectura porque también nos informa de que la mayor longevidad en gruesos que en flacos se refiere a personas de más de noventa años y, además, chinos

 

Esto sí es un consuelo y no la elección de esta semana pasada en Francia que, eso sí, nos ha tenido quince días con la boca seca como estopa. Los resultados de la maratón electoral del país vecino —que se va a prolongar otros cuarenta días— son cualquier cosa menos cartón-piedra o, por mejor decir, son solo lo segundo, contundentes como una piedra. Son unos resultados que no remiten a la otra esquina del planeta sino se han dado literalmente aquí al lado o, también por mejor decir, aquí dentro, entre nosotros, pues Francia ya difícilmente puede seguir siendo el país de al lado. Los resultados electorales, a diferencia de los del fútbol, se pueden leer en más de un sentido y cada quien lo hace como mejor le deja el cuerpo. Desde las ocho de la tarde del domingo llevo contabilizadas como diecisiete lecturas diferentes de un mismo y pétreo resultado: casi un 60% de quienes fueron a votar optaron por Macron, algo más de un 40% por Le Pen y casi un 30% no fueron a votar. 

 

El problema, a mi modo de ver, no está en la digestión sino en el plato, en lo que servimos para comer

 

Con tanta interpretación de los mismos datos sería osadía imperdonable que fuera yo ahora a salir con la mía que, con toda seguridad, coincidiría con más de una de las que ya habrán leído estos días. Pero si he comenzado escribiendo sobre un pene extraviado y unos gordos que tienen más esperanza de vida que los flacos para referirme a las elecciones en la Galia, algo querré decir. Así es y allá va: que no siento alivio alguno y que creo que mal empezamos a rumiar lo ocurrido si lo primero que pedimos es el antiácido. El problema, a mi modo de ver, no está en la digestión sino en el plato, en lo que servimos para comer.

Para ponernos en situación: hoy cada ciudadano europeo en Francia tiene más de un vecino que o bien no ha sentido motivo alguno para ir a votar o, peor, ha salido pitando a las urnas para llevar al Elíseo a una señora que quiere, literalmente, cargarse la Unión Europea. Madame Le Pen propone también una serie larga de atropellos a los derechos y libertades (como el internamiento de niños inmigrantes que se porten mal, expulsiones de nacionales franceses de origen sospechoso o la segregación en el mundo laboral). Como remate y con toda claridad anunció su propósito de pactar con Vladímir Putin (a quien debe la subsistencia financiera de su partido). Ahora me dirán el alivio que puede sentirse al volver al dato crudo que dice que casi 30 millones de personas de un cuerpo electoral de 49 millones optó por no votar o por hacerlo por esta señora.

 

Hoy cada ciudadano europeo en Francia tiene más de un vecino que o bien no ha sentido motivo alguno para ir a votar o, peor, ha salido pitando a las urnas para llevar al Elíseo a una señora que quiere, literalmente, cargarse la Unión Europea

 

Se podrá argumentar que es que Francia es así, Italia asao y España así y asao, pero lo cierto es que la única política que puede frenar esta seducción por la tangente ha de ser europea. En el único debate que tuvieron ambos candidatos franceses, Le Pen interrumpió a Macron para decirle que no se refiriera a una soberanía europea porque tal cosa no existía debido a que tampoco existe un pueblo europeo. Sabía bien lo que decía porque esa es justamente la cuestión para ella, como lo es para la extrema derecha en toda la Unión: tanto asustar con que todo lo que se sale del canon marcado por la extrema derecha (inmigrantes, feministas, LGTBx, comunistas, etc.) son un peligro para Europa y resulta que el peligro más inmediato para la Unión estaba en una señora que ha obtenido 40 de cada cien votos diciendo las cosas con la máxima claridad, nada de disfraces moderados como también se ha dicho una y otra vez. 

 

Se podrá argumentar que es que Francia es así, Italia asao y España así y asao, pero lo cierto es que la única política que puede frenar esta seducción por la tangente ha de ser europea

 

En los años en que ETA golpeaba sin compasión derechos y libertades, Fernando Savater solía decir que había que atender a lo que decía Herri Batasuna para hacer exactamente lo contrario. Esa es, en mi opinión, la receta que debemos empezar a preparar: más soberanía europea, más democrática, más preocupada por la gente y más federal. Tomemos en serio y escuchemos a la extrema derecha  para hacer lo contrario de lo que dice porque si no esto sí va a doler.