Vivimos en una época de transición, de cambio de paradigma y, por supuesto de sistema productivo y económico. El cambio climático ha puesto al límite la situación del planeta y 195 países firmaron hace unos años el Acuerdo de París, para intentar frenar este desastre. Como en todos los momentos de transición y como pasa también en las zonas de frontera, la fragilidad de los acuerdos y la falta de coherencia o de compromiso de los diferentes actores es habitual. Nadie dijo que fuera fácil, no lo es cambiar más de un siglo de un modelo económico que defendía un crecimiento a base de consumir sin medida y contaminar nuestros recursos naturales. Si embargo, al menos aparentemente, parecía que la senda de gobiernos y empresas es clara, especialmente en Europa, con la Comisión marcando el camino a recorrer a través del Pacto Verde y con sus principales empresas esforzadas en girar su estrategia 180 grados para tomar el camino del desarrollo sostenible. Y digo parecía porque sólo hace falta dar un repaso a la hemeroteca de este mes de septiembre para darse cuenta de lo frágil que es la transición ecológica a nivel mundial y, por supuesto, también en nuestro país.

 

Echar la culpa a la transición ecológica de la subida de nuestra factura de la luz me parece injusto y simplificar el problema enormemente, además de rozar casi la obscenidad

 

A principios de agosto 234 científicos de 66 países rubricaban un documento, que era más bien un grito desesperado para ponernos ante el espejo la cruda realidad o como lo describía el secretario general de la ONU “un código rojo” para el mundo, en el que dejaban bien claro que ya se ha producido cambios que serán irreversibles durante “siglos en incluso milenios”. Todos estos expertos reclamaban una mayor ambición ambiental y la reducción drástica de las emisiones de gases efecto invernadero para frenar el incesante calentamiento global. Sólo un mes después, en plena polémica por la espectacular e incesante subida del precio de la electricidad, se reúnen las principales compañías energéticas españolas en un foro y Josu Jon Imaz, el consejero delegado de Repsol, reclama más derechos de emisión para las eléctricas para que, de esta manera, se pueda reducir el recibo de la luz con esta frase, que les confieso que me dejo perplejo, “con la subida de la luz estamos pagando la transición energética”. No es la primera vez, ni será la última, que alguien intenta enfrentar transición ecológica con competitividad y crecimiento, pero me ha sorprendido que venga de alguien como el señor Imaz, que siempre me ha parecido una persona con un gran sentido común y que, además, dirige los designios de una firma que se esfuerza por demostrar su estrategia verde, al igual que el resto de las grandes compañías energéticas. Echar la culpa a la transición ecológica de la subida de nuestra factura de la luz me parece injusto y simplificar el problema enormemente, además de rozar casi la obscenidad. ¿Nos están diciendo que, ante llamamientos tan contundentes como los de los expertos de la ONU, para reducir el calentamiento global lo que proponen es obtener más derechos de emisiones de gases efecto invernadero? Es casi como si nos dijeran que para detener los incendios forestales lo que hay que hacer es cortar los árboles. Sinceramente, creo que la sociedad espera más de empresas punteras, como lo son una buena parte de las energéticas españolas, a nivel mundial. Todas ellas tienen enormes presupuestos en innovación y su labor en este proceso de transición ecológica es que cada vez tengamos que depender menos de los combustibles fósiles y de aportar soluciones como las renovables. En 2020 estas energías limpias generaron el 43,6% de la electricidad en España, su mayor cuota desde que existen registros.

 

Todos tenemos la responsabilidad de actuar antes de que sea tarde, de cambiar de una vez por todas nuestra mentalidad y de demostrar que se puede crecer de otra forma

 

Se perfectamente que no es fácil mover y cambiar el rumbo de grandes transatlánticos como lo son las compañías eléctricas, se tarda tiempo en que los movimientos del timón lleguen a toda la nave, pero creo que es fundamental tener un camino y una estrategia clara y a largo plazo por parte de la dirección y no caer en contradicciones cuando surgen los contratiempos. Creo que hay que buscar soluciones más imaginativas que demandar a Europa más derechos de emisión para que se abaraten y así la producción no se vaya a países menos regulados como China e India y creo que la coherencia es fundamental para la credibilidad y reputación de una empresa y, por lo tanto, para sus resultados financieros y su supervivencia, al menos a medio y largo plazo. La semana que viene se cumplen 6 años del lanzamiento de la Agenda 2030 por parte de Naciones Unidas y creo que aumentar los derechos de emisión no está alineado con ninguno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible y sus 169 metas.

Otra de las noticias que refleja la fragilidad de la transición ecológica en nuestro país es la polémica surgida en torno a la ampliación del aeropuerto del Prat en Barcelona. Dejando de un lado los rifirrafes políticos, este es otro ejemplo de como se intenta mostrar como antagónicos la protección del medio ambiente y el desarrollo económico. Hasta 146.000 empleos dicen los empresarios catalanes que se perderán si no se lleva a cabo esta obra. No sé como han hecho ese calculo y tampoco como hacen el del aumento de pasajeros en un momento en que es evidente que los trayectos en avión, al menos los de distancias cortas y medidas, se van a reducir y que el tren está ha llamado a sustituir estos desplazamientos, como están marcando ya políticas como la francesa de eliminar vuelos domésticos entre ciudades que estén a menos de 2,5 horas en tren. Apenas una década después de la inauguración de su nueva y flamante terminal 1, pretenden construir otra nueva y aumentar las pistas y queda casi desapercibida su intención de unir a través de la alta velocidad los tres aeropuertos catalanes. Para mí, esta última parte es mucho más importante que el resto, hablamos de ampliación de nuestros aeropuertos cuando ni siquiera tenemos una política de conexiones rápidas y sostenibles entre ellos y el resto de la infraestructura de transporte. ¿Alguien de verdad piensa que Europa va a permitir que unas obras invadan una zona de su Red Natura a cambio de otras compensaciones medioambientales? Yo personalmente lo dudo

 

Euskadi y sus empresas tienen la posibilidad de convertirse en impulsoras de esta transición ecológica y enfocar el futuro con muchas más garantías de supervivencia

 

Esta misma semana se ha constatado mediante otro informe que las emisiones mundiales van a crecer un 16% hasta 2030, lejos de los objetivos de París, lo que supondría un incremento de 2,7 grados en la temperatura del planeta. Sinceramente, creo que todos tenemos la responsabilidad de actuar antes de que sea tarde, de cambiar de una vez por todas nuestra mentalidad y de demostrar que se puede crecer de otra forma, sin proyectos que recuerdan a otros tiempos y que ya nos han mostrado unos resultados más que cuestionables. Creo en la capacidad transformadora de nuestras empresas y confío en que todas las compañías, las grandes y las más pequeñas, vayan virando ese timón para incrementar la velocidad de crucero de la transición ecológica. Las que lo hagan serán las que perduren porque aumentarán su competitividad. Y lo mismo pasará con los territorios. Euskadi y sus empresas tienen la posibilidad de convertirse en impulsoras de esta transición ecológica y enfocar el futuro con muchas más garantías de supervivencia. Estoy seguro que el futuro para compañías como Repsol está mucho más en proyectos como el de la producción de hidrógeno verde en Petronor, que acaba de anunciar para el segundo semestre de 2022, que en pedir mas derechos de emisiones.