El buzón de entrada del correo electrónico (ya casi el correo a secas) es un saco sin fondo. Da la impresión de que ya no es tu correo sino el de todos: de tu trabajo, de los amigos, de los amigos de los amigos, de todo tipo de vendedores les hayas comprado alguna vez algo o no, de Google, de Apple y Microsoft… . Por ello me ha dado mucho gusto encontrar entre las variadas peticiones de firma (que también se han adueñado del buzón de entrada) una que ha promovido el profesor Xabier Zabaltza de la UPV/EHU. Quiere recuperar el 'Gernikako Arbola' como patrimonio común de vascos de toda condición e ideología, un “auténtico himno nacional”.

He firmado enseguida porque siempre creí que esa canción cumplía la función indicada mucho mejor que el oficial 'Eusko Abendaren Ereserkia'. No es la intención de los promotores de la puesta en valor de la canción de José María Iparraguirre sustituir ningún himno oficial, pero pocas dudas pueden caber de que como “himno nacional” funciona mucho mejor. Al himno vasco le pasa como al español, que sin letra no jala y con letra es mucho más un himno nacionalista que nacional. La canción que hace en 1853 interpretó Iparraguirre por primera vez en un café de Madrid, por el contrario, ha funcionado desde entonces como una suerte de cántico de consenso y, en el sentido más originario de la palabra, de concordia.

Al himno vasco le pasa como al español, que sin letra no jala y con letra es mucho más un himno nacionalista que nacional

 

Varios himnos nacionales fueron compuestos alrededor de la fecha en que esta canción se entonó por primera vez: 'Il canto degli italiani' (1847), 'Das Lied Der Deutschen' (1841) o el 'Himno nacional mexicano' (1853), por ejemplo. Son composiciones previas al momento histórico marcado por el principio de nacionalidad que, desde las décadas finales del siglo XIX, tenderá a hacer unívoca la relación entre Estado y nación. Al contrario, el mundo en el que estos himnos nacieron era mucho más flexible en cuanto a las identidades “nacionales”. El problema de inflexibilidad se daba respecto de otras identidades, como la religiosa en España, la plebeya en toda Europa o la indígena en América, pero respecto de la nacional no se hacían muchos ascos aún. Dicho de otro modo, no son himnos nacionalistas sino meramente nacionales.

Muchas de estas canciones evocaban la guerra puesto que de la guerra estaban surgiendo las naciones que las adoptaban. Sin embargo, además de armas y cañones que retumban, incluían también apelaciones a la hermandad, un término políticamente muy interesante pues entraba de lleno en el lenguaje de la emancipación, de la liberación de tutelas innecesarias. Goffredo Mameli, el compositor del canto de los italianos, no tuvo problema alguno en sustituir “Viva Italia” por “Hermanos de Italia” al comienzo de su texto por un problema de musicalidad. Los primeros versos malditos de la canción de los alemanes, que el nazismo pervirtió hasta hacerlos impronunciables (“Alemania, Alemania sobre todo”) eran en realidad una apelación a la hermandad de los alemanes. Los hermanos, a diferencia de los hijos, son los iguales.

Un himno, en tanto que canción colectivamente aceptada como referencia, tiene que funcionar de este modo: todo lo que dice no le gusta a nadie pero a casi todos les gusta algo de lo que dice

 

Iparraguirre conocía bien la guerra, pues aún adolescente se había alistado en un batallón carlista. No había como viajar para aliviar ese pasado, e Iparraguirre lo hizo mucho por buena parte de Europa, siendo testigo de los grandes momentos revolucionarios de los años treinta y cuarenta. En 1848 estaba en París cantando la 'Marsellesa' a pleno pulmón desde las barricadas y poco después tendría que huir de Francia, como muchos otros, ante la implantación del régimen autoritario de Napoleón III. Eso le acabaría devolviendo a una España enseñoreada por los moderados que controlaban a placer la corte de los milagros de Isabel II. En esa España isabelina, las provincias vascas habían encontrado en el régimen foral -que se habían inventando sus élites en las décadas previas- una especie de constitución interna, un elemento de consenso entre las diferentes familias políticas, desde los moderados a los republicanos y primeros federalistas.

A ello canta el bardo de Urretxua, al lema de 'Paz y Fueros' que había puesto final a la guerra en 1839: “Gerrarik nahi ez degu, pakea betiko, gure lege zuzenak hemen maitatzeko”. Con su composición, sin embargo, pasó como con las mencionadas antes y muchas otras, que lo importante no es lo que decía sino lo que empezó a decir para quienes la adoptaron como expresión de sus propios sentimientos e ideas. A unos se les llenaría el pecho con tanto Jaungoikoa, a otros con gure lege y a otros (a mí, por ejemplo) con “eman ta zabal zazu munduan frutua”, pues lo traduzco a un lenguaje federal y universal y porque además es, muy acertadamente, el lema de mi universidad. Un himno, en tanto que canción colectivamente aceptada como referencia, tiene que funcionar de este modo: todo lo que dice no le gusta a nadie pero a casi todos les gusta algo de lo que dice. Por ello, de lo que hay disponible, me gusta el 'Gernikako Arbolacomo “canción de los vascos”. Es lo más constitucional que tenemos como himno.