En los años setenta Pedro Ruiz era una referencia. Lo oyes hoy y te sale el gesto de sacudirte la caspa, pero en los setenta nos hacía reír y nos parecía de lo más ingenioso. 'Histeria de España' se llamaba una de sus creaciones, que da bien el nivel medio de la época: de muy bajo a bajísimo. En ese casete (qué mayor me siento al escribir esta palabra) había una parodia del concurso de 'Euroticón' (ya he advertido del nivel) muy elocuente de la distancia sideral que teníamos entonces con Europa. El españolito que contestaba al muy educado presentador del programa decía algo así como “içi Madrit, nous avons burbují la boteishion for evrybody”.

Desde algún pliegue retorcido de la memoria, estaba estos días surfeando mi conciencia este corte del casete de Pedro Ruiz. Ha de ser porque lo que nos llega de la campaña electoral madrileña nos devuelve en no poca medida a esa España cutre, inculta, pobre y autosuficiente que tan bien interpretada quedaba en esa contestación al llamado de Europa: aquí lo que hacemos es burbují la boteishion for everybody ¿qué pasa?

Pues pasa que cuando la boteishion burbují, el debate se finí, y quizá es de lo que se trataba. Si podemos hablar de fachas y rojos; de menas como si lo menos importante fuera la primera letra o, mejor, si podemos ponerles precio; si podemos hablar de los años treinta con añoranza; de socialismo o libertad; de los comunistas como si todos fueran estalinistas; llamar fascista a quien no lo es. Si podemos hablar de todo ello que alguien me explique para qué narices necesitamos tratar de la sanidad pública (y de la privada), de la educación, la investigación, la cultura; para qué debatir qué hacer con los fondos que van a llegar de Europa; por qué nos ha de preocupar la brecha social, que en Madrid es tan acusada y, por supuesto, a qué vendría enredarse a considerar si Madrid debería ser más que una comunidad autónoma un distrito federal de España. Todo eso es cansino, es aburrido, no es burbují y no hay boteishion.

 

Pero sí ha conseguido ya algo con este viaje Díaz Ayuso: quedarse con casi todos los votos de Ciudadanos y asfaltar el camino que le faltaba recorrer a Vox en su proceso de batasunización

 

Aún deja más estupefacto considerar las posibilidades de que todo esto tenga algún resultado notable. No digo ya conveniente sino siquiera perceptible. Las elecciones las convocó la presidenta madrileña para verse con las manos libres en un gobierno exclusivamente suyo, o eso dijo. Alguien le iría con números y gráficos que apuntaban a un resultado por encima del 69. Todo es posible en martes, pero no parece que tal vaya a ser el caso y sí, sin embargo, que quien la quiera embridar ahora sea la domadora de leones. Pero sí ha conseguido ya algo con este viaje Díaz Ayuso: quedarse con casi todos los votos de Ciudadanos y asfaltar el camino que le faltaba recorrer a Vox en su proceso de batasunización. La cara que se le pondría a la presidenta si, por un casual, Edmundo llega al soñado cinco por ciento: salir del punto A, gastarse una millonada que parece que en Madrid sobra, y llegar al punto A. Su mejor escenario ahora mismo es que esto no ocurra y que Herri Voxtasuna no le haga un Junts per Catalunya.

Por la izquierda el burbují tampoco parece que vaya a mejorar mucho su situación de conjunto, al contrario. Ya era raro ver a un profesor de Metafísica en este guateque, donde ha estado de lo más perdido, no ya sin saber con quién bailar, sino sin saber siquiera si había baile. Era como un ir de lado a lado preguntando si alguien le ajuntaba. Mejor le ha ido, y es justo, a quien en realidad llevó durante estos dos años la oposición al gobierno de la derecha, Mónica García. Lo confieso: yo tampoco sabía su nombre antes de esta campaña pero, dato sintomático, ahora espero a oírla en los telediarios. Podemos, por su parte, ha quedado reducido a Pablo Iglesias, lo que es garantía de follón. Salvar los trastos en su caso es llegar al maldito cinco por ciento: eso lo dice todo.

 

Lo que no se merece Madrid de ninguna manera es esa borrachera a la que pareció invitarse desde el mismo día de la convocatoria de las elecciones, cuando se dijo aquello de socialismo o libertad

 

Son varios los refranes que quieren saltar aquí al papel con viajes, alforjas, panes y hostias, pero me queda medio folio y me gustaría dejar claro que es totalmente falso ese dicho tan repetido de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Madrid no se merece esto. Si, como todo parece indicar, los madrileños quieren un gobierno de derechas ese debe ser y si en esa mayoría de derechas quieren que Vox tenga influencia, así debe ser también. Será tan legítimo como lo es el gobierno de España y cualquier otro derivado de una elección libre y democrática.

Lo que no se merece Madrid de ninguna manera es el burbují y el boteishion for everybody, esa borrachera a la que pareció invitarse desde el mismo día de la convocatoria de las elecciones, cuando se dijo aquello de socialismo o libertad. Da cosa, para qué engañarnos, ver a muy respetados pensadores trasegando sin tasa el licor de esta fiestuqui en la que hay un cartel en la entrada que dice: “prohibido hablar de política”. Mucho hay que libar para aceptar a Voxtasuna como animal de compañía sin más razonamiento que es mejor eso que la rojería al mando. A Madrid le espera un martes de resaca con esa sensación post-boteishion de haberse dejado una pasta para tener solo mal cuerpo porque todo lo demás sigue exactamente igual.