La consejera de Trabajo y vicehelendakari del Gobierno vasco, Idoia Mendia, ha tenido que lidiar esta semana con un debate entre difícil y paradójico. Su reciente propuesta de convertir el 8-M en un día festivo en Euskadi ha generado unos inesperados desencuentros entre los partidos en el Parlamento autonómico. De manera que la idea avanza, sí, pero diríase que a trompicones, porque no cuenta con el necesario consenso para un caso de esta naturaleza. Que Podemos y Bildu no hayan respaldado la propuesta resulta aún más sintomático. El cruce de acusaciones en el debate parlamentario desdibuja los verdaderos objetivos del 8-M. Y más parece que lo que era una idea que podría haber sido compartida ha terminado en una pelea más política que ideológica, incluso oportunista por parte de varias formaciones políticas. Lo deseable, en un caso como este, es que existiera un acuerdo entre todas, que es lo que debe conseguir Mendia.