Con la aparición del Naturalismo – como reacción contra el Romanticismo – Émile Zola entendió que la realidad era siempre superior a la imaginación, y aspiró entonces a profundizar científicamente esa realidad con sus diversos factores (de orden económico, político, social, psicológico y fisiológico).

Como explica Peter Szondi, a partir de 1880 muchas obras teatrales tienen un único acto. Es el caso de los textos de autores como Strindberg, el propio Zola, Schnitzler, Maeterlinck, Hofmannsthal, Wedekind, O´Neill o Yeats. Szondi entiende que el acto único vendría a reflejar el drama del hombre, que ha sido privado de libertad. Triunfa la idea del determinismo y surge por tanto la gran duda: ¿somos realmente libres?

En el mundo de las redes sociales y la tele-realidad todo transcurre ahora en un único acto. Un acto fallido, inmediato, rápido y sucio. Un grito contra la razón, un aullido que se pierde en el ruido de fondo que todo lo fagocita. Un momento de fama que de inmediato se olvida. Es la hora estelar de la estupidez.

En 2004 el cineasta galo Bertrand Tavernier alertaba contra la dictadura de la inmediatez que predominaba en los jóvenes pues entendía que para ellos "si no has visto una película que han estrenado en pocos días, eres tonto". El problema - insistía Tavernier - es que todos esos jóvenes veían el mismo tipo de cine: un cine que ofrece finales felices y respuestas fáciles. ¿Están preparados los jóvenes para asumir finales trágicos y confrontar con relatos que - en lugar de ofrecer respuestas – formulen nuevas preguntas generando más dudas?

No importa la verdad, sino el ahora y el postureo para permanecer en el lado “correcto”, a salvo de la crítica. La inmediatez nos arrolla

Hoy muchos jóvenes consumen vídeos de apenas un minuto, pues todo lo que supere esa duración les aburre. No hay tiempo para los matices. No hay espacio para la ironía.

Tampoco importa el qué, sino el quién. No importa la verdad, sino el ahora y el postureo para permanecer en el lado “correcto”, a salvo de la crítica. La inmediatez nos arrolla. El dramaturgo Harold Pinter reflejaba en sus personajes esa confusión entre verdad y mentira y entendía que en la ficción no tenía sentido preguntarse qué es verdadero y qué es falso, pues todo es verdadero y falso. Sin embargo, como activista político, en el plano de lo “real”, Pinter – especialmente sensibilizado con la guerra de Irak - sí pensaba que, como ciudadanos, teníamos la obligación de preguntarnos qué es verdad y qué es mentira. Pues bien, la posverdad llegó para quedarse.

En la “Esencia del cristianismo”, el filósofo alemán Feuerbach entiende que nuestro contemporáneo “prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a lanrealidad, la apariencia al ser”. Esta breve cita aparece como introducción de “La sociedad del espectáculo”, de Guy Debord. Aquí el situacionista francés comienza explicando que la vida en todas las sociedades que tienen condiciones modernas de producción se nos presenta como “una inmensa acumulación de espectáculos”. La vida real ha dejado paso a su representación.

Así es. En apenas unos días hemos conocido diversos “espectáculos”. La Secretaria de Estado del Ministerio de Igualdad se mofa de la reducción de penas a los violadores. El vicepresidente de Castilla y León pretende que los médicos estén obligados a plantear a las mujeres que acuden a abortar que “escuchen los latidos” del feto. Unos y otros muestran un desprecio sádico por las mujeres. El show continúa. Un fotógrafo es entrevistado en directo en Televisión Española para hablar de una multa que ha recibido por un radar privado y se dirige a cámara para insultar al Presidente del Gobierno y a los profesionales de RTVE al grito de “socialista, hijo de puta, que te vote
Txapote”.

Mañana sucederá cualquier otra estupidez. Poco importa, pues a los pocos días nos habremos olvidado. La realidad cotidiana es caótica, inverosímil y está plagada de simulacros mientras que lo real sigue siendo un misterio traumático.

La Universidad Complutense se convierte en un circo: Ayuso es nombrada alumna ilustre y algunos alumnos le hacen un escrache. La alumna más aventajada realiza una intervención delirante. Ese mismo día, el portavoz de Élite Taxi aparece insultando a gritos a la Presidenta de la Comunidad de Madrid: “puta terrorista hija de puta”.

Poco después descubrimos que varias mujeres anuncian una querella contra un agente de Policía (infiltrado en movimientos anti-sistema de Cataluña) que, ocultando su verdadera identidad, mantuvo relaciones sexuales con ellas. En la televisión pública catalana, un humorista independentista vincula al Partido Socialista de Cataluña con el nazismo.

En la Asamblea de Madrid, Ayuso repite el desafortunado eslogan al socialista Lobato: “que te vote Txapote”. Mañana sucederá cualquier otra estupidez. Poco importa, pues a los pocos días nos habremos olvidado.

La realidad cotidiana es caótica, inverosímil y está plagada de simulacros mientras que lo real sigue siendo un misterio traumático. La palabra sigue siendo el gran fracaso pues es incapaz de describir con precisión lo que sucede. No hay palabras que puedan explicar esta realidad. Nuestra estulticia es inabarcable.