En el año 2000 la banda terrorista ETA asesinó a Juan Mari Jauregui, ex dirigente socialista, ex gobernador civil de GipuzkoaMaixabel Lasa, su esposa, quedaba viuda sin imaginar siquiera que veinte años después su vida sería llevada al cine como símbolo de paz y reconciliación. Tampoco imaginaban los asesinos de Jauregui, Luis Mari Carrasco, Patxi Makazaga e Ibon Etxezarreta, que el Festival de Cine de San Sebastián proyectaría en sus pantallas una película en la que se narra su arrepentimiento, su petición de perdón y las reuniones con la viuda del asesinado en lo que se han dado en llamar “encuentros restaurativos”. Etxezarreta y Carrasco han participado ya en esos diálogos. A Makazaga le ha llevado más tiempo pedir a Maixabel una cita para manifestarle su deseo de ser perdonado, pero ya lo ha hecho.  

La película dirigida por Icíar Bollaín no blanquea al terrorismo, más bien al contrario. Arranca con el propio atentado que costó la vida a Juan Mari, recuerda a otras víctimas y, sobre todo, muestra el dolor inmenso, irreparable, que ha dejado el terrorismo en Euskadi. También nos traslada ese sentimiento de los terroristas que saben que han perdido gran parte de su vida, primero en ETA y luego en la cárcel. Y se arrepienten.  

 Meterse en la piel y en los zapatos de quienes han sentido tanto dolor te da una perspectiva diferente, más emocional, más de corazón

Nadie que vea Maixabel va a quedar indiferente. Al fin y al cabo, a pesar de los diez años que han pasado desde que ETA anunció el fin de sus atentados, en Euskadi seguimos asistiendo con dolor a la imagen de algunos recibiendo como héroes a los terroristas que salen de la cárcel mientras que otros sienten que los recibimientos y los “ongi etorris” son el mínimo reconocimiento que merecen los presos por haber dado sus mejores años a la causa que tanto daño ha ocasionado. 

Acercarte a las víctimas y a lo que han sentido a lo largo de esas cinco décadas de terrorismo te remueve por dentro. Meterse en la piel y en los zapatos de quienes han sentido tanto dolor te da una perspectiva diferente, más emocional, más de corazón. Pero no solo del dolor de las personas que han sobrevivido al terrorismo sino también de quienes lo provocaron. Cuando Carrasco y Etxezarreta deciden participar en esos encuentros restaurativos abren un agujero en ese círculo de la violencia por el que nunca volverán a entrar. En ese momento dejan de ser héroes para su entorno, pasas de ser una persona a la que se recibe cuando sales de la cárcel para convertirte en un traidor. Tampoco es un camino fácil. 

Ver Maixabel te deja devastada. Te acerca a la opresión que significa la violencia, tanto para quien la recibe como para quien la perpetra, y deja meridianamente claro que es un camino que nunca se debe coger.  

La película dirigida por Icíar Bollaín no blanquea al terrorismo, más bien al contrario

Hay un gran desconocimiento de lo que fueron estos encuentros restaurativos que nos presenta Bollaín en su película. Esas reuniones pretendían restaurar y reparar a la víctima y se hicieron en un momento en el que ETA seguía matando. Maixabel acudió llena de preguntas a las citas y las respuestas que encontró fueron absolutamente deslegitimadoras de la violencia.  

La familia de Juan Mari Jauregui ha querido durante estos veinte años curar heridas. Para ello buscan conocer cada detalle del pasado y crear así una memoria inclusiva que recoja los testimonios de todas las víctimas de la violencia. La película, Maixabel, continúa ese trabajo desarrollado desde tantos ámbitos y que pretende que lo sucedido en Euskadi no se olvide y, sobre todo, no se repita.  

Ver Maixabel te deja devastada

Que Maixabel Lasa accediese a reunirse con los asesinos de su marido fue un gran acto de generosidad que no fue bien entendido en un principio. Ella lo tuvo claro, acudir a los encuentros supondría dar una segunda oportunidad a unas personas que querían ser perdonadas y que en breve saldrían de la cárcel para vivir entre nosotros. Encontró sanación en los encuentros, tanto para ella como para esas dos personas que ya no son las mismas de hace veinte años. Han reconocido que matar fue un terrible error y eso es imprescindible para avanzar en paz y libertad.  

Ojalá la película de Icíar Bollaín tenga un largo recorrido no solo en las salas de cine sino que recorra también aulas de cultura, institutos, centros sociales, prisiones y cualquier lugar en el que se pueda mostrar el arrepentimiento de los terroristas, el reconocimiento del dolor causado y la humanidad de una víctima al conceder el perdón.