A estas alturas de la semana, quien no ha disfrutado ya del puente está a punto de hacerlo. Los más afortunados lo comenzaron y aún lo disfrutarán unos días más porque han tenido la suerte de poder hacer un gran acueducto y tener una semana libre, entera y verdadera, en diciembre. Así que nos encontramos en plena vorágine de viajes, compras, comidas y cenas en restaurantes, lucecitas de navidad brillando al cien por cien y cajas registradoras a tope de rendimiento a tenor de la imagen que se ve en nuestros pueblos y ciudades. Miles y miles de personas cargadas de bolsas en las que mayoritariamente hay prendas de ropa que acabarán, en el 60% de los casos según los expertos, en el fondo del armario o en un contenedor. Esto en la mejor de las opciones porque la otra, la peor, es que acaben en la basura. 

Si bien estamos ya habituados a escuchar términos como comida rápida o fast food o conceptos como low cost o bajo coste, no estamos aún tan acostumbrados a hablar de fast fashion o moda rápida. Incluso hablamos ya de ultra fast fashion. Nos referimos a los ingentes volúmenes de ropa producidos por la industria de la moda, la cuarta más contaminante del planeta. Son millones de prendas que llegan a muy bajo precio hasta las baldas de los comercios, sobre todo grandes cadenas, con la intención de que hagamos una sustitución acelerada de nuestro inventario personal. 

Lo cierto es que cada vez usamos menos la ropa que compramos. Antes de tirarla a la basura, una prenda nos la ponemos entre siete y diez veces, aunque quienes se dedican al reciclaje de ropa aseguran que a sus contenedores llegan prendas a las que ni siquiera se les ha quitado la etiqueta.

Es preferible dejarlo pasar y pensar que tú no puedes hacer nada por cambiarlo. Que si tú no te llevas esa chaqueta de treinta euros la llevará otra persona

Se acaba de celebrar el Basque Circular Summit, el evento sobre economía circular más importante del sur de Europa. Después de tres días de ponencias y mesas redondas en las que conocimos a personas que investigan y desarrollan cómo aplicar la economía circular a todos los sectores, darse una vuelta por las zonas comerciales de las ciudades es desolador. Nada de bolsas pequeñas con alguna prenda necesaria sino todo lo contrario; paquetes gigantes cargados de productos producidos sobre todo en el sur de Asia por las manos de trabajadoras con salarios de miseria, sin derechos laborales y casi en condiciones de trabajo forzado. Pero pensar en eso mientras las luces de los escaparates te tientan con cartelones que anuncian descuentos increíbles sobre precios ya ultra bajos es muy complicado. Es preferible dejarlo pasar y pensar que tú no puedes hacer nada por cambiarlo, que si tú no te llevas esa chaqueta de treinta euros se la llevará otra persona o que simplemente, las cosas son así. 

Pues no, no tienen que ser así necesariamente si aplicamos a nuestra vida y a nuestras compras un enfoque integrador que implique alargar el ciclo de vida de todos los productos que se ponen en el mercado. La industria textil, la cuarta más contaminante del planeta y la décima en el uso de agua, se enfrenta al reto de impulsar un consumo más respetuoso y a promover la producción de prendas de larga duración, recuperables y reciclables. Esto es lo que persigue la Estrategia para la Circularidad y Sostenibilidad de los productos textiles, que pretende que, para 2030, todas las prendas sean duraderas, reciclables, fabricadas con fibras también recicladas, libres de sustancias peligrosas para nuestra piel y producidos con respeto a los derechos sociales y del medio ambiente. 

Decrecimiento y minimalismo son dos conceptos que debemos asumir e incluir en nuestra forma de afrontar la vida

¿Qué hacemos mientras tanto, mientras los grandes fabricantes inclinan su balanza hacia la sostenibilidad y el respeto y no hacia la cuenta de resultados? Es sencillo; podemos empezar por restringir nuestro consumo, evitar las camisetas de dos euros, que las hay, mirar las etiquetas y ver dónde se ha fabricado la prenda porque dependiendo de esto sabremos si los derechos laborales de quienes las producen se han respetado o no, comprar en la tienda de al lado, la de cercanía, la de toda la vida que sabemos que se preocupa de la calidad, la durabilidad y la reparabilidad de esos zapatos o esa gabardina, etc, etc, etc. Parece complicado saltarse las agresivas campañas de marketing que nos invitan a olvidarnos de todas estas cosas y nos animan a consumir, consumir y consumir pero debemos ser más fuertes que ellas. Pararnos a pensar en las consecuencias del usar y tirar no solo para nuestro planeta sino para las personas que en el vivimos. Decrecimiento y minimalismo son dos conceptos que debemos asumir e incluir en nuestra forma de afrontar la vida. Conseguirlo puede ser un buen propósito. Menos es más. Menos también puede hacernos felices