Con tanto barullo que montan los animales que salen ahora siempre tras Pablo Casado o el que forman los cabestros que irrumpen en un pleno municipal en Lorca, casi no se les oyó, pero el pleno del parlamento de Cataluña aprobó el miércoles pasado una memorable resolución “sobre la reparación y la restitución de la memoria de las mujeres acusadas de brujería”. Como lo leen. 

¿Qué resuelve el honorable Parlament? Pues reconocer a las condenadas por brujería “como víctimas de una persecución misógina” que costó la vida “a miles” de personas en todo el mundo; expresa su apoyo a una campaña (yo la desconocía) que se manifiesta con el lema “no eran brujas, eran mujeres”; promover acciones de desagravio y “reparar la memoria histórica”. Finalmente, resuelve promover estudios sobre la caza de brujas “con perspectiva de género” para incorporar sus resultados a los currículos académicos, así como realizar todo tipo de acciones divulgativas y poner a las calles de las localidades catalanas nombres de brujas.

 

¿Qué resuelve el honorable Parlament? Pues reconocer a las condenadas por brujería “como víctimas de una persecución misógina” que costó la vida “a miles” de personas en todo el mundo

 

Conociendo el percal, sobre todo en las altas esferas del Parlament, diría que esta resolución esta promocionada por algunos animadores, divulgadores, desagraviadores y dizque historiadores que ya tienen casualmente preparadas las solicitudes para montar unos cuantos chiringuitos que pasearán por los pueblos catalanes durante el estío, dando salida así a algunos dineros que, como pide la resolución al Govern, se aprontarán para la noble causa. Allá ellos y quienes les votan si quieren gastarlos en esta sinsorguez, pero la resolución catalana debe verse también como reflejo de una especie de furor que se ha ido generalizando para ir pidiendo perdón, o exigiéndolo, por la historia. Recuerden la ignara resolución del ayuntamiento de Madrid (iniciativa de Vox con apoyo de PP y Ciudadanos) para justificar la retirada de las calles Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, conocidos terroristas internacionales.

 

Conociendo el percal, sobre todo en las altas esferas del Parlament, diría que esta resolución esta promocionada por algunos animadores, divulgadores, desagraviadores...  que ya tienen preparadas las solicitudes para montar unos cuantos chiringuitos

 

El problema principal que le veo yo a esta manía es que es letal para la historiografía (es decir, para la historia que se produce desde el método historiográfico) y, con ello, para su conocimiento académico en todos los niveles educativos. En primer lugar, porque exige un relato histórico que es simplificador hasta el infantilismo, en el que, como en los cuentos, aparecen personajes que encarnan el mal y otros el bien. Si a ello le añadimos la “perspectiva de género” ya no salimos del dos más dos igual a cuatro. Dicho de otro modo: con un solo manual de historia de unas doscientas páginas podemos resolver la historia de la humanidad y además quedar de maravilla. Ese es justamente el problema que han tenido algunos alcaldes, como el de Mallorca, José Hila, del PSOE, que han confiado en asesores que manejan ese infantilismo narrativo a la perfección y son capaces de convencerte de que el nombre de un barco ya denota afiliación política o, peor, como manifestó la alcaldesa de Barcelona, que el almirante Cervera (1839-1909) era un facha que murió cuando Mussolini aún militaba en el Partido Socialista. 

En segundo lugar esta manía de perdones y de destrucción del patrimonio me temo que, o no produce ningún efecto (más allá de que alguna empresa experta en chiringuitos le caiga algo de maná) o, peor, produce el efecto contrario al buscado. De lo primero da prueba la pantomima que montó en 2019 el entonces conseller de Exteriores de la Generalitat, Alfred Bosch, que se trajo a representantes del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas de México  a Barcelona para pedir perdón por las atrocidades de los españoles (no de los catalanes). Ni un real, por supuesto. 

 

Esta infantilización de la historia deja un saldo realmente desolador y que se asemeja mucho a la táctica usada hasta ahora por la Iglesia católica en sus casos de pederastia: se pide perdón y a otra cosa mariposa

 

Cuando me refiero al efecto contrario al buscado lo hago al hecho de que la distorsión de la historia para acomodarla al relato ideológico propio conlleva un borrado del pasado que afecta justamente a esos sujetos que se quiere dignificar. Es lo que está ocurriendo ya de hecho con la historia de los pueblos y comunidades indígenas de América. Si tuvieron ocasión de escuchar el discurso de toma de posesión del actual presidente peruano, Pedro Castillo, sabrán a lo que me refiero: el Tawantinsuyu inca era un dechado de equilibrio, paz y ecología en el que no existían castas hasta que llegaron “los hombres de Castilla”. Es decir, la infantilización de la historia que, en realidad, deja sin historia a los pueblos que soportaron a los incas y a sus mandarines diseminados desde Colombia hasta Argentina.

De rebote, esta infantilización de la historia deja un saldo realmente desolador y que se asemeja mucho a la táctica usada hasta ahora por la Iglesia católica en sus casos de pederastia: se pide perdón y a otra cosa mariposa. Si de paso se destruye el patrimonio tanto mejor, porque el patrimonio (sí, la estatua de Franco también) sirve para explicar el pasado si se está dispuesto a hacerlo con rigor y método historiográfico. Ni la Iglesia quiere que se explique lo suyo ni habrá nada que explicar en el futuro si la historia la reducimos a un puñado de sandeces y perdones.