La frase es quizá contundente en exceso pero, después de unos cuantos años viendo la selectividad desde sus propias tripas, creo que me quedo corto: no sirve para nada y es contraproducente. No es útil para evaluar y menos para seleccionar, no demuestra la madurez suficiente para comenzar una andadura universitaria y, lo que es peor, está contraindicada con lo que el tiempo que vivimos espera de quienes inician ahora su formación superior.

La EBAU (Evaluación de Bachillerato para el Acceso a la Universidad), alias selectividad, no es tal sino que consiste en una serie de exámenes de conocimientos adquiridos solamente en el último año del bachillerato. Es decir, se trata de examinarse de aquello que acaba de ser examinado, exactamente de lo mismo. Esto tiene, a mi juicio, dos consecuencias y no sé cuál es peor. La primera es que lanzamos un claro mensaje de que no nos fiamos de nuestro propio sistema de enseñanza media. Para decirlo más claro: no confiamos en los profesionales que tienen la responsabilidad de formar y evaluar a los estudiantes de  bachillerato. Contra esto suele argumentarse que, en realidad, la selectividad viene a reparar posibles injusticias cometidas por colegios o institutos desaprensivos que deben estar regalando notas. Dudo que tal cosa sea ni mucho menos preocupante de puro anecdótico pero, en todo caso, estaríamos más bien ante un problema de eficacia de la administración autonómica de educación y sus servicios de inspección.

No es útil para evaluar y menos para seleccionar, no demuestra la madurez suficiente para comenzar una andadura universitaria y, lo que es peor, está contraindicada con lo que el tiempo que vivimos espera de quienes inician ahora su formación superior

La otra consecuencia es que de este modo convertimos el segundo curso de bachillerato en una especie de 'curso selectividad', en el que todo gira alrededor de la preparación de esta prueba. Con ello, mandamos un mensaje igual de pernicioso que el anterior hacia los profesionales de la enseñanza media: no solo no nos fiamos de vuestras calificaciones, tampoco de vuestras orientaciones en las distintas materias. Todo ello se ha traducido en una estandarización del conocimiento que los estudiantes traen grapado a la memoria para, literalmente, vomitarlo en hora y media de examen. Y, como por lo general son inteligentes, lo olvidarán en menos de un mes.

Mientras la selectividad siga siendo lo que es, los profesores de enseñanza media seguirán necesariamente limitados por ambos factores: se sentirán examinados al reexaminarse a sus estudiantes y tenderán a prepararlos para dar respuestas casi automáticas a los requerimientos de la selectividad. ¿Qué es, entonces, lo que estamos evaluando en esta prueba?

Somos unos fieras en memoria, quizá los mejores de la OCDE, pero la mala noticia es que en el siglo XXI eso sirve para muy poco

Pues me temo que no se trata más que de la clave de bóveda de un sistema educativo que sigue centrado en la memorización de datos. El ideólogo de Pisa nos lo recuerda en cada ocasión que le entrevista un medio español: somos unos fieras en memoria, quizá los mejores de la OCDE, pero la mala noticia es que en el siglo XXI eso sirve para muy poco. Andreas Schleicher en una entrevista reciente utiliza una metáfora muy esclarecedora: “El currículo en España tiene un kilómetro de amplitud y un centímetro de espesor”. La actual selectividad no es otra cosa que la certificación de ese juicio: evaluamos hasta qué punto nuestros jóvenes son capaces de memorizar y responder a las materias de segundo de bachillerato, nada más. Que otro modelo de evaluación que demuestre más capacidad analítica y de investigación es posible, lo tenemos a la vuelta de la esquina, en el BAC francés.

Por tanto no solo tenemos margen, sino yo diría que urgencia, para rebajar el cúmulo de conocimientos que exige el currículo escolar español y sustituirlo por otras capacidades como, para empezar, la de hacer preguntas. Siguiendo la imagen propuesta por Schleicher con medio kilómetro o un cuarto de acumulación de conocimientos vamos sobrados siempre y cuando eso sirva para ganar espesor de capacidad analítica e investigadora. Por eso no veo tan preocupante, al contrario, que el Ministerio insista en el alivio de enciclopedismo para ocupar las mentes de nuestros futuros profesionales con lo que realmente exige de ellos su presente: pensar, analizar, resolver. Como decía aquel anuncio, para lo demás está Internet.

Tenemos margen para rebajar el cúmulo de conocimientos que exige el currículo escolar español y sustituirlo por otras capacidades como, para empezar, la de hacer preguntas

Por ello nuestros sistemas de evaluación, selectividad incluida, tienen que cambiar también drásticamente. Nos alarmamos mucho si se propone eliminar el examen de toda la vida, el de vomitar memoria, y sustituirlo por la evaluación de otras habilidades, como la madurez analítica o investigadora. Creemos que entonces nuestros jóvenes se enfrentarán inermes al mercado laboral porque no habrán aprendido como aprendimos los mayores. Al contrario, inermes están con un sistema educativo que sigue preparándolos maravillosamente… para un mundo que ya no existe.