Este pasado mes de marzo, todos hemos vuelto a ser testigos de la fragilidad de nuestro sistema económico actual. Un barco, muy grande eso sí (400 metros de largo y 59 de ancho), se atascaba en el Canal de Suez y durante casi una semana ha impedido el paso en una las principales vías marítimas, por donde circula más del 12% del comercio mundial. El Ever Given, que curiosamente llevaba pintado en su caso otro nombre más “sostenible” EverGreen, ha provocado en poco más de 6 días unas pérdidas diarias de 9.000 millones de euros, colas de más de 300 barcos esperando a ambos lados del canal y, entre otras consecuencias que se van a prolongar en los próximos días, ha influido directamente en la subida de los precios del petróleo, que todos podemos notar ya cada vez que llenamos los depósitos de nuestros automóviles. Un tapón en una vía marítima inaugurada en el siglo XIX y que, más de siglo y medio después, sigue siendo esencial en dos de las principales rutas marítimas mundiales: Asia-Europa y Asia-Costa Este de Norte América.

Este nuevo incidente, que no ha sido el único en los últimos años, es un nuevo toque a nuestro actual modelo de economía globalizada y pone en evidencia la dependencia casi absoluta de la economía europea y mundial de los gigantes asiáticos, especialmente de China. Por dar una sencilla cifra que ilustre esta situación y la acerque a nuestra realidad cotidiana, el déficit comercial de Euskadi con China fue de 806,645 millones de dólares en 2020, un 270% más que en 2014. No ha sido necesario esperar a que uno de los mayores buques del mundo encalle en Suez para ver en los medios las consecuencias de esa dependencia, desde principios de año varias fábricas de automóviles han alertado de la falta de semiconductores, unos elementos fabricados en su inmensa mayoría en China e India, y que han llegado a paralizar durante algún día alguna de nuestras factorías.

También lo hemos visto en este último año de pandemia con el material sanitario, una de las mayores potencias económicas del mundo, la Unión Europea, esperando el “maná” del material sanitario necesario para hacer frente al virus. Mientras abogamos por impulsar el consumo de alimentos Km 0, para impulsar la economía local y reducir las emisiones derivadas del transporte, seguimos fomentando un modelo económico completamente ineficiente y absolutamente contrario a las políticas necesarias para hacer frente al mayor problema mundial: el cambio climático.

Este nuevo incidente, que no ha sido el único en los últimos años, es un nuevo toque a nuestro actual modelo de economía globalizada y pone en evidencia la dependencia casi absoluta de la economía europea y mundial de los gigantes asiáticos, especialmente de China

¿Saben ustedes que entre las mercancías que han permanecido atascadas en el Canal de Suez se encontraba una partida de roble francés que se había mandado a China para su reprocesamiento en pisos enchapados en China y que ahora volvía de nuevo a Europa? No sé si prácticas como esta serán eficientes desde el punto de vista económico, pero lo que sí sé es que son completamente ineficientes para el planeta y carecen del sentido común más básico. El roble francés no es el único caso “curioso” de mercancía atrapada en este tapón de Suez. Ikea, la multinacional sueca del mueble que tiene la sostenibilidad como uno de los ejes de su negocio y que la incluye específicamente en su propósito, anunciaba posibles retrasos en el suministro debido a que estaban bloqueados numerosos contenedores con materia prima para sus muebles. ¿Es sostenible hacer muebles para casas europeas con productos que llegan desde la otra parte del mundo? Para que puedan responder a esta pregunta les aporto otro dato: el transporte marítimo emite más de 1.000 millones de toneladas de gases efecto invernadero, lo que supone un 3% del total de emisiones mundiales, si fuera un país, sus emisiones estarían por encima de las del motor económico de Europa, Alemania.

El Ever Given es un claro ejemplo de esta economía globalizada de la que hablamos. Un barco de bandera panameña, propiedad de una empresa japonesa, operado por una firma taiwanesa y que lleva un cargamento de China a Róterdam. Un solo buque que, en sus más de 20.000 contenedores, lleva mercancía por valor de 425 millones de euros. Todo un coloso del mar que ha costado más de 94 millones de euros y al que, supuestamente, una ráfaga de viento de poco más de 55 km/h le ha dejado encallado en la principal vía marítima mundial. ¿Puede haber una muestra mayor de la fragilidad de nuestro ecosistema económico actual? ¿Cuántos centros de producción en Euskadi han estado pendientes estos 6 días de Suez? ¿Podemos seguir aumentando nuestra dependencia exterior? ¿Es tan difícil como parece la relocalización?

Un barco de bandera panameña, propiedad de una empresa japonesa, operado por una firma taiwanesa y que lleva un cargamento de China a Róterdam. Un solo buque que, en sus más de 20.000 contenedores, lleva mercancía por valor de 425 millones de euros

No nos engañemos, las respuestas a estas preguntas no son fáciles, pero no podemos dejar de trabajar para contestarlas y darles una solución. Si seguimos el refranero español, del que les confieso soy un apasionado, “cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar”. En este caso, el vecino en el que mirarse es nada más y nada menos que el hombre más poderoso del mundo, Joe Biden, el flamante 46 presidente de los EE.UU., que acaba de firmar un decreto con medidas para garantizar el suministro nacional en defensa, salud, pública, biotecnología y energía. Su intención es clara: disminuir la dependencia de China en sectores claves de la economía.

¿Qué hacemos mientras en Europa? ¿Podría paralizarse la producción de automóviles en todo el continente si los chinos dejan de mandarnos, por ejemplo, semiconductores? ¿Ikea vaciará sus estanterías si hay otro tapón en Suez? ¿Seríamos capaces de garantizar la producción en masa de vacunas en una potencial nueva pandemia? ¿Cuál es la verdadera huella ecológica de productos que nos venden como sostenibles? Muchas cuestiones en el aire y una gran reflexión pendiente entre nuestros líderes políticos, económicos, empresariales y también entre todos nosotros. El cambio necesario para frenar el calentamiento global pasa por la economía y, como no, por nuestro sentido común. Lamentablemente, a veces, es el menos común de los sentidos, pero no dejemos que un nuevo tapón vuelva a poner en jaque toda nuestra economía.