6 de enero de 2021, asombro mundial: una turba rompe el cordón policial de seguridad y entra en el Capitolio de los Estados Unidos en el momento en que el Congreso se disponía a ratificar la elección de Joe Biden como presidente. Apenas unos minutos antes, el looser Donald Trump, aún presidente, animaba a los manifestantes que habían ido acumulándose en los días previos en las explanadas del National Mall, donde se encuentran los edificios federales más relevantes, a marchar sobre el Congreso para impedir la ratificación presidencial.

Yo marcho con vosotros, les dijo y se dio media vuelta para refugiarse en la Casa Blanca, sabiendo lo que se venía a continuación. Eso fue cosa de los Proud Boys y de los Three percenters (que no tienen nada que ver con Cataluña), grupos de la extrema derecha a los que a Trump, Banon y compañía no costó mucho convencer de su épico destino en lo universal. Colocaron unas cuantas bombas caseras por las cercanías y para adentro, mientras la policía estaba entretenida. Lo siguiente lo pudimos ver en imágenes que estos días han vuelto a ser emitidas por todas las televisiones: el ataque al Congreso, a los congresistas y a la presidenta de la cámara buscando deliberadamente la máxima humillación y escarnio.

8 de enero de 2023, asombro mundial: una turba, con la connivencia de la policía del Distrito Federal, entra en la Plaza de los Tres Poderes en Brasilia para exigir a los militares la deposición del presidente Luiz Inácio Lula da Silva. El Distrito Federal de Brasilia está gobernado por Ibaneis Rocha, del partido del looser Jail Bolsonaro y, según el magistrado Alexandre de Morais que ha tomado las primeras medidas para asegurar el orden constitucional, muy seguramente implicado en estos disturbios.

Los bolsonaristas que atacaron el Congreso, la Presidencia y el Tribunal Supremo, llevaban desde las elecciones de octubre acampados ante los principales cuarteles del país pidiendo un golpe de Estado. Marcharon libremente hasta la sede de los poderes, entraron como Perico por su casa y, como en EEUU, hicieron cuanto pudieron para humillar dichas instituciones. Como en EEUU también, su gran líder puso tierra de por medio, en este caso bastante porque le faltó tiempo para salir pitando hacia Florida a finales de año, tras alentar los movimientos contra el presidente electo.

La extrema derecha ha llegado históricamente al poder tanto por la vía que reclama ahora en Brasil, el golpe de Estado, como por vías democráticas. Lo que ya no ha sido tan regular es que lo deje de manera pacífica

Tanto el 6 de enero de 2021 como el 8 de enero de 2023 han terminado con un claro triunfo de las instituciones constitucionales. Por el momento va todo bien, pero creo que nos resta por hacernos una pregunta que está detrás de estos episodios: ¿De qué nos asombramos? No sé si alguien esperaba que la extrema derecha iba a dejar así como así el poder, pero tal cosa, como se ha visto, no es más que un sueño guajiro.

La extrema derecha ha llegado históricamente al poder tanto por la vía que reclama ahora en Brasil, el golpe de Estado, como por vías democráticas. Lo que ya no ha sido tan regular es que lo deje de manera pacífica y respetuosa con las instituciones constitucionales, sino más bien lo contrario. Las actuaciones que ha tenido en Hungría o Polonia una vez en el poder con los medios de comunicación, las instituciones de control constitucional o la legislación electoral son elocuentes. Lo que no debería asombrarnos es que esto sea así, puesto que va en el mismo paquete que el resto de su ideología.

Es cierto que en los sistemas constitucionales avanzados tenemos la tendencia a dar por establecida una moral pública basada en el principio democrático, que no solamente implica votar y asumir el resultado, sino también respetar las instituciones y los ritos que reflejan la continuidad de las mismas: por ejemplo, el que pierde transmite ritualmente el poder al nuevo mandatario (le coloca una banda, le entrega un maletín o una campanilla). Pues bien, eso es justamente lo que con la extrema derecha no debemos dar por supuesto, como se ha visto en Washington o Brasilia porque, sencillamente no comparte ese criterio moral.

Cuando los bolsonaristas enfurecidos por el resultado electoral gritaban que había ganado el Diablo no estaban usando un lenguaje metafórico sino mostrando el convencimiento de que las instituciones iban a ser usadas para destruir su forma de ser

La extrema derecha construye su ideología a base de cánones. Tienes que ser español así, brasileño asao o norteamericano como un Proud Boy; tienes que tener una familia con papá y mamá y lo demás ni es familia ni es nada; tu sexualidad ha de ser heterosexual, lo demás son problemas sanitarios; si eres inmigrante, tiembla porque te echamos a la mínima. Ese canon lo explicaba delante de un belén la actual primera ministra italiana estas navidades, como lo vociferó en Granada en un acto electoral de Vox.

Esa necesidad de imponer una forma de ser conlleva también la asunción de una moral pública diferente de la democrática y para la que las instituciones tienen que servir principalmente para establecer dicho canon. Cuando los bolsonaristas enfurecidos por el resultado electoral gritaban que había ganado el Diablo no estaban usando un lenguaje metafórico sino mostrando el convencimiento de que las instituciones iban a ser usadas para destruir su forma de ser, que entienden como la única forma posible de ser brasileño. Poco asombroso, entonces, que ataquen las instituciones cuando ya no están al servicio del canon.