María San Miguel (Valladolid, 1985) es dramaturga. Pero quizá, antes que eso, es hija. De María José Santos y de Bernardo San Miguel: un superviviente a tres cánceres, un acoso laboral que le dejó en depresión y la COVID-19. Un padre al que se lo llevó una trombosis y al que honra ahora con "I'm a survivor". Una obra que inicialmente iba a tener como protagonista al propio Bernardo y a una cocinera de hospital que visibilizaba a todas las mujeres que cargaron durante la pandemia y siguen cargando con los cuidados para reflexionar en torno a la pandemia para acudir al Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. La vida y la muerte trajeron un cambio de planes que San Miguel reformuló cambiando al personaje de la cocinera por su propia madre como viva representación de los cuidados.
"Es nuestra historia familiar, pero también un relato del duelo en pandemia, de lo que ocurre cuando se muere un ser querido tan cercano", afirma la creadora de esta pieza de teatro, documental y autobiográfica, que lleva de la mano de su compañía Proyecto 43-2 y que llega a la sala BBK de Bilbao este viernes a las 19:30 horas.
Su obra inicialmente versa sobre la vida y acaba hablando de duelo y de supervivencia. ¿Cómo reconstruye lo que había ideado inicialmente?
Lo reconstruyo porque al final las supervivientes a la muerte de mi padre somos mi madre y yo. Llevaban 45 años juntos. De repente, tienes que sobrevivir a la muerte de alguien que es un pilar en tu vida.
¿I'm a survivor es una pieza escrita en caliente?
Sí. No estrenamos ni seis meses después de la muerte de mi padre. Escribí la pieza en el mes de ensayos y la terminé tres días antes de estrenar. Le había estado dando muchas vueltas y tenía como bastante claro qué quería contar: la montaña rusa que estaba siendo el duelo. Pero al mismo tiempo me costaba mucho enfrentarme a la escritura porque era enfrentarme a la muerte de mi padre desde otro lugar que para mí es importante, que es el de escribir, pero que también es muy difícil. Por eso estuve retrasando todo hasta que no quedaba otra que escribir la pieza. Todavía me sigo preguntando cómo fuimos capaces de estrenar y cómo somos capaces de seguir haciéndolo ahora, pero tengo la suerte de tener un equipo que me acompaña desde hace tiempo y que nos ha sostenido a mi madre y a mí para que esto sea posible.
¿Es una terapia por el duelo?
Hay miles de muertes que nos han atravesado nos hayan tocado o no. Hemos estado en estado de shock y creo que todavía no somos conscientes de lo que ha sido la pandemia. Pero también está para eso el teatro. Me preguntan mucho si para mí es terapia, pero yo para terapia a ver a la psicóloga. No uso mi trabajo para hacer terapia, pero sí que creo que hay algo ahí de comunión con el público, de catarsis. Mi madre genera una conexión muy bonita con el público.
¿Cómo ha llevado su madre compartir su duelo en un escenario?
Creo que bien, pero también ha tenido sus momentos malos. Ha sufrido mucho, porque está poniendo su historia personal y su pérdida al servicio de la escena. Ella se revela mucho al público, pero también es muy bonito, porque el público reconoce su trabajo, aunque a ella le da mucha vergüenza. Son muchas emociones y nos cuesta cada vez que tenemos que volver a ensayar.
La obra llega a Bilbao a las puertas del 8-M con una reflexión sobre la pandemia y el papel de las mujeres. Al principio, durante el confinamiento se visibilizó mucho el papel de las mujeres en los cuidados. ¿Se nos ha olvidado eso?
Se nos ha vuelto a olvidar. Creo que sí que nos dimos cuenta de la situación durante el confinamiento, pero ahí están las movilizaciones de sindicatos como SATSE en Osakidetza por la situación laboral, con mucha precariedad en lo temporal y en lo económico. Hemos leído últimamente mucho sobre el aumento de los suicidios entre el personal sanitario, pero es que están agotados y agotadas. Hemos seguido adelante porque es necesario, pero nos hemos vuelto a olvidar de que los cuidados están altamente precarizados y recaen exclusivamente sobre las mujeres. El espectáculo tiene una reivindicación feminista muy potente. Mi madre cuenta ahí cómo formaron una asociación en su pueblo de Castilla y León, en la España vaciada, para sacar a las mujeres de casa y para que fuesen independientes y tuvieran pensamiento propio.
¿A qué debe aspirar la cultura en la lucha por la igualdad?
Los progresos se desarrollan de forma conjunta. Lo primero que tiene que hacer la cultura es darnos oportunidades a la mujeres creadoras para contar y estrenar en espacios que todavía siguen ocupados por hombres. En el Festival de Cine de Málaga la sección oficial tiene esta año 21 películas y solo cinco están dirigidas por mujeres en el año en el que todos los grandes festivales de cine han premiado a mujeres cineastas. Los señores de la cultura tienen que darnos hueco y voz, porque es la única manera de que la mirada de las mujeres sobre todos los aspectos de la vida se suba encima de un escenario o en cualquier espacio artístico. El relato cultural solo está siendo construido por la mitad de la población
¿Se está ralentizando el avance en derechos para la mujer?
Sí, pero porque hemos estado inmersos en la pandemia. También creo que ha habido un avance de la ultraderecha y de una especie de neomachismo en el que muchos hombres han vuelto a enorgullecerse de ser machistas. Y creo que ese neomachismo surge porque el movimiento feminista ha conseguido visibilizar asuntos que van desde la brecha salarial hasta la ausencia en los puestos directivos pasando por la violencia de género en todas sus formas. Sé que mi respuesta es un poco ambigua, pero creo que se ha ralentizado el avance, pero el resurgimiento de la ultraderecha y el neomachismo significa que seguimos avanzando. En cualquier caso, las mujeres tenemos que seguir contando historias intentando que sea en la sala grande aunque sea en la sala pequeña.