No se podía dejar en manos de los franceses la narración de la batalla de Roncesvalles, que aconteció, seguramente, en el año 778, cuando el ejército de Carlo Magno se retiraba hacia territorio francés tras sus enfrentamientos contra los musulmanes del norte de la península ibérica. Desde el siglo XI, la Chanson de Roland da su visión de lo ocurrido en un angosto desfiladero de los Pirineos cuando los 20.000 soldados de Carlo Magno fueron hostigados por un número incierto de vascones que atacaron su retaguardia causando la muerte de muchos y, entre ellos, del sobrino del emperador, a quienes arrebataron el título de invictos y el cuantioso botín de guerra que habían obtenido desde Barcelona hasta Pamplona.
La veracidad de los hechos del cantar de gesta francés no tiene por qué tener más veracidad que el ofrecido por la película de Paul Urkijo, que hace suya la leyenda para incorporarla al imaginario vasco por medio de los mitos paganos que han sobrevivido al paso de los siglos. La combinación que propone el director alavés es seductora: una gesta épica, como fue la victoria de los vascones sobre el principal ejército europeo de la época, interpretada desde la magia que evocan las leyendas del panteón vasco durante el proceso de implantación de las religiones monoteístas: el cristianismo y el islam.
Irati no es una película histórica sino una película de cine fantástico. A ese respecto, los efectos especiales a los que recurren tienen muy buena intención, pero el resultado no es convincente
La bruma histórica que rodea aquellos acontecimientos se traslada a Irati, la película de Urkijo, mediante una espesa niebla que acompaña a toda la película. Se trata de una niebla pertinaz, como nacida del subsuelo, como llovida por la tierra, una niebla que inunda y embarra y confunde a gentiles, a cristianos y a musulmanes. En el cine, es costumbre hacer del barro una forma de expresar la Edad Media. En esta película, que está ambientada en la Alta Edad Media, el barro tenía que tener un protagonismo añadido, así lo debieron de entender los asesores históricos, que han abusado del barro hasta emplearlo lo mismo para el pavimento que para el maquillaje y la peluquería.
La ambientación histórica de Irati es deficiente. El románico castillo de Loarre al que recurren como solución arquitectónica es un anacronismo excesivo, como lo son las pinturas cristianas que decoran los interiores. Alguien debió de pensar que son cosas viejunas que lo mismo sirven para ilustrar el siglo XI que el VIII, pero es como si alguien empleara el auditorio del Euskalduna para localizar un concierto dirigido por Mozart. Con el mismo rigor, enjaezan a los caballos con sillas modernas cuando es posible que, en aquel momento, aún montaran sin estribos. La iconografía cristiana es, aún, más inverosímil, pero una cruz es una cruz y lo mismo da que sea la templaria que la de Ramiro I.
Pero nada importa porque Irati no es una película histórica sino una película de cine fantástico. A ese respecto, los efectos especiales a los que recurren tienen muy buena intención, pero el resultado no es convincente. Todos ellos están envueltos en esa bruma que confunde, iguala y disimula, pero acaban resultando de apariencia modesta pese a las magníficas pretensiones.
Y son esas pretensiones las que dejan Irati en un resultado insuficiente. Abordar la representación de la épica batalla de Roncesvalles, cuyo resultado es atribuido en La Chancon de Roland a la intervención de 400.000 sarracenos, requiere de más medios de los que ha dispuesto Urkijo para su cinta, y se nota. De la misma manera, pese a los meritorios esfuerzos, la representación del cíclope Tártalo o de Ama Lurra para un público que está acostumbrado a las espectaculares superproducciones de cine fantástico no se puede resolver con los modestos recursos con los que ha contado esta producción. Todo ello, añadido a una calidad de sonido que está por detrás de todo el resto de la película, hacen de Irati un film que tiene, en varios momentos, la apariencia de un documental dramatizado. Las interpretaciones tampoco han contribuido a salvar la película de una gran idea que se ha quedado muy por debajo de su ambición.
La realización de la cinta en euskara va a llenar muchas salas con un público fiel a esta oferta audiovisual y podría llegar mucho más allá si contara con incentivos adicionales, pero la personal representación de la naturaleza del bosque de Irati, que Paul Urkijo ha sabido retratar pese a la enorme dificultad que siempre entraña la grabación selvática, no parece atractivo suficiente para hacer de su película una de las referencias más interesantes de la producción audiovisual vasca.