En 2016, Dreamworks estrenaba con notabilísimo éxito la película ‘Trolls’, una historia de adorables y coloridos seres que vivían por y para la música pop. Y, como tales, los temas musicales eran el fuerte de la película que levantó del asiento a niños de todo el mundo. Repetir la fórmula del éxito cuqui parecía super obvio. Por eso en 2020 llegó la segunda parte con nuevos trolls que bailaban temas rock, tecno, funk y lírico de manera original, desternillante y, por supuesto, adorable. Y por esa norma hollywoodiense no escrita del “no hay dos sin tres”, se estrena ahora la - parece- última entrega de la saga rosa: ‘Trolls: Todos juntos’. En esta nueva entrega, los colores, los brilli brilli, las texturas, los paisajes y coreografías y, por supuesto, la música, siguen aportando al espectador mucha marcha. Sin duda quien la vea, grandes y pequeños, en Pekín o Estambul, la disfrutarán cada minuto, pero la magia original se está perdiendo y sólo queda la fórmula del éxito, divertida sin duda, pero sin alma.

Y esa es la palabra clave de la otra película de animación del fin de semana, esa es la clave de ‘El chico y la garza’, la palabra clave de toda la cinematografía de Hayao Miyazaki: el alma. No dirigía un largo el genio japonés desde 2013 cuando nos dejó sin palabras con ‘El viento se levanta’. Pareciera que aquélla, su décima película, fuera a ser la última ya que estos diez últimos años ha venido interviniendo en los largometrajes de los estudios Ghibli como productor y guionista, pero no como director. Sin embargo, se ha obrado el milagro y el genio iconoclasta, irreverente, y que gusta de nadar contracorriente, el creador y padre del anime, el mayor poeta que ha existido en la historia de la animación, lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a crear una obra maestra.

La magia de Miyazaki reside en unos puntos esenciales que se repiten, invariablemente, en toda su filmografía. Uno es el más evidente de todos, tan evidente que parece casi una perogrullada, y es que es capaz de narrar historias de adultos para adultos (salvo honrosas excepciones como ‘Ponyo en el acantilado’). Es decir, no busca complacer a los niños, no les hace guiños, no pretende abarcar un público muy amplio. Es la antítesis de Pixar y de Dreamworks, de los ‘Trolls’ de más arriba. Y como le interesan los temas de adultos, en su cine hay dolor y enfermedad y guerras y sentimiento de culpa o de abandono y mucha soledad. Y los niños, por cierto, no pueden dejar de mirar cuando se sientan delante de una de sus películas. Otro es su admiración por lo pequeño, por el detalle, por esos momentos mínimos que construyen una vida.

Hayao Miyazaki

Un tercer punto podría ser su inclinación natural a la fantasía. Su devoción por ese instante en que la historia más realista, como esas niñas de ‘Mi vecino Totoro’ que sufren en el día a día la ausencia de una madre enferma, se encuentran una criatura fantástica en el bosque. O esa Chihiro que vive la aventura más fascinante jamás creada por un animador a raíz de que sus padres paren en el coche en una feria abandonada y se conviertan en cerdos. Y todo esto es maravilloso. Pero lo mejor de Miyazaki es el cuarto elemento común a todas sus películas, y es la belleza. Las películas de Miyazaki son hermosas. Hermosas hasta el infinito. Hermosas hasta el dolor y la extenuación. Si fuéramos nosotros personajes de una película de Miyazaki, al contemplar tanta belleza, al sentirnos imbuidos y poseídos por tanta belleza, la belleza se nos saldría por los poros y los bordes y emanaríamos rayos de belleza en lugar de gotas de sudor.

Todo esto, un relato adulto y el dolor, lo pequeño y el detalle, la fantasía y la belleza están presentes -¡y cómo!- en ‘El chico y la garza’. En ella, un joven llamado Mahito, marcado como tantos otros personajes de Miyazaki, por la ausencia de su madre, vivirá una fantástica y oscura aventura en la que el mundo de los muertos y los vivos se dan cita de manera apabullante, fascinante y conmovedora. Y toda la belleza, la energía, la fantasía, lo onírico y fascinante, lo apabullante y lo tierno que ya conocíamos de su cine está aquí reunido..

La última película de Hayao Miyazaki, llena de sensibilidad y belleza, se rubrica como el testamento vital con la que el director de tantas obras maestras como ‘El viaje de Chihiro’, ‘La princesa Mononoke’ o ‘El castillo ambulante’ se despide de su audiencia. Y lo hace por la puerta grande. Por la puerta de su propio mundo.