No era tarea fácil coger a uno de los personajes más emblemáticos de la literatura universal y darle una vuelta de tuerca con los matices y las narrativas del siglo XXI. No era fácil no meter la pata. Sin embargo, la Warner confió el guion y la dirección a Paul King, responsable de les bellísimas y encantadoras películas de Paddington, para deconstruir al personaje de Roald Dahl y sacar oro. Y vaya si lo ha hecho. Oro cubierto de chocolate.
Wonka cuenta la historia de cómo el joven mago y chocolatero se convirtió en el querido y admirado Willy Wonka a través de una simpática y fantástica aventura. Saber más de lo que ocurre sería amargar el dulce al espectador que va a poder degustar una película -al fin- verdaderamente diferente. Acompañado de la siempre magnífica Olivia Colman, el comiquísimo Rowan Atkinson y un cada vez más sorprendente Hugh Grant, el actor de moda, un talentoso y poderoso Timothée Chalamet, se mete en la piel de este hombre histriónico, excesivo y único de una manera marcadamente autoconsciente. Pareciera que se lo ha pasado pipa haciendo este papel, que se ha integrado en él con tanta naturalidad que uno no puede si no preguntarse qué más le falta hacer a este joven actor para que se diga de una vez y bien alto que es el nuevo De Niro, el nuevo DiCaprio, el mejor de toda su generación. Dune, Mujercitas, Llámame por mi nombre… Todo lo hace bien el carismático Chalamet que ha sabido hacer de su particular físico un arma interpretativa única. Pero es que su Willy Wonka, además, nos retrotrae a aquel maravilloso de Gene Wilder de Un mundo de fantasía de 1971 y nos hace olvidar el desatino de Johnny Depp y Tim Burton de 2005. Porque, no olvidemos que, hasta la llegada de Harry Potter y durante varias décadas, Charlie y la fábrica de chocolate ha sido la novela infantil más vendida de la historia de la literatura y el mérito es, en parte, a la inmensidad de su personaje central, ese Willy Wonka que es todo un misterio.
El diseño de producción, la música, la forma en que las subtramas y los secundarios entran y salen del filme, el vestuario y la atmósfera -esa cosa tan inefable de una película que se tiene o no se tiene -, todo, en definitiva, es extraordinario. Una delicia, como la de un buen chocolate.
Pero es que, además, esta delicia que Warner-King-Chalamet han construido juntos es, además, divertidísima. Una auténtica aventura que degustar en Navidad con las dosis justas de música, gags, guiños y desmelene. Una feel-good-movie como hace tiempo que no veíamos en pantalla grande, una feel-good-movie que, ante tantos dolores e inclemencias de la vida, ante tanto mal cine, ante tanta abominable secuela, ante tanta comedia mala de streaming, ante tanto youtuber patético, nos merecemos cada vez más. Wonka es una película de esas que te reconcilia con la vida, que te levanta del asiento, que te hace abrazar a tus hijos y desear ser niño otra vez, cuando abrir una chocolatina era el momento más especial del día, cuando pensabas que los Oompa-Loompas existían.