En 1972, un vuelo que partió de Montevideo con destino a Santiago de Chile en el que volaba un equipo de rugby preuniversitario con algunos amigos y familiares, nunca llegó a su destino. Se estrelló en Los Andes y les dieron por muertos. Sin embargo, 29 de ellos sobrevivieron al accidente a partir del cual emprendieron una irrepetible historia que conmovió al mundo 72 días después. Sobre la conocida como “tragedia de los Andes” se han publicado más de veinte libros y varias películas. La más famosa: la de Frank Marshall de 1993 que nos supo a poco, que fue sólo correcta. Ha tenido que llegar J.A. Bayona con 60 millones de dólares y Netflix detrás para lograr hacer algo a la altura de aquel hecho extraordinario. Y lo ha logrado.
Lo primero de todo: no esperen a que llegue a Netflix en enero. Véanla ya. Véanla hoy. En pantalla grande y sin palomitas (no pegan). Véanla en silencio. Véanla de verdad. Déjense imbuir por la nieve, la soledad y el hermanamiento, la muerte y la fe, la esperanza, la desesperación y el miedo permanente. Porque de eso trata 'La sociedad de la nieve', de cómo sobrevivir cuando todo está en contra, de cómo no morir cuando todos mueren, de cómo sobrevivir gracias a los que mueren.
Hay toda una vocación de hacer una especie de cine inmersivo o cine-experiencia por parte de Juan Antonio Bayona que va depurando su estilo con cada película logrando llegar a la sensibilidad del espectador
Dicho esto, hay toda una vocación de hacer una especie de cine inmersivo o cine-experiencia por parte de Juan Antonio Bayona que va depurando su estilo con cada película logrando llegar a la sensibilidad del espectador de manera cada vez más estilizada.
Con esta película, por la que ha peleado desde 'Lo imposible', se ha superado a sí mismo. Y no porque haga del accidente de avión algo angustioso y carnal, ni porque sea capaz de rodar desde la claustrofobia del habitáculo del fuselaje la avalancha de nieve que enterró vivos a los supervivientes, sino porque detrás de esa espectacularidad ha sabido llegar al alma del asunto, ha sabido hacernos sentir sin melodramas, vivir sin excesos. Ha sabido mostrar, en definitiva, aquello que está en el alma del cine desde que los primeros teóricos se plantearon su propia naturaleza: la verdad.
Bayona ha optado por un elenco actoral sin estrellas, de actores uruguayos y argentinos, viscerales, extremos, profundamente humanos y jóvenes, dotados de una bravura y una fiereza necesarias para la historia que se toca, que se siente
Para lograr este milagro colectivo, milagro como el de la nieve, conseguido a base de esfuerzo y de trabajo duro, Bayona ha optado por un elenco actoral sin estrellas, de actores uruguayos y argentinos, viscerales, extremos, profundamente humanos y jóvenes, dotados de una bravura y una fiereza necesarias para la historia que se toca, que se siente. Hablan, sienten, gritan, lloran, rezan, mueren, viven… y tú estás ahí con ellos. Atrapado. Por lo que ves y por lo que no ves, por los horrores que tantas veces deja Bayona en el fuera de campo. Con todo, el milagro colectivo no es sólo de ellos.
La película no sería lo que es sin un prodigio de la fotografía como es Pedro Luque que parece meternos en ese mundo de álbum de recuerdos, casi sepia, para llevarnos de golpe a la bofetada blanca y azul de la hipnótica nieve, que tan difícil es de fotografiar. Y el diseño de producción de Alain Bainée reproduce al milímetro cada foto que hemos visto de los supervivientes de los Andes de manera impactante, como de viaje en el tiempo y el maquillaje nos permite sentir sus heridas, sus quemaduras y su hambre. Todo está donde debe. Sólo dos cosas sobran un poco, una cierta reiteración del guion que pierde ritmo hacia la mitad del filme para recuperarlo, victorioso -no se asusten- después; y la música del siempre eficaz y poderoso Michael Giacchino que, si bien es hermosísima, cae en el exceso en el que caen todos los filmes de Bayona.
'La sociedad de la nieve', una de las películas no ya del año, sino de la década, será premiada, aplaudida y alabada hasta el extremo, pero no sólo porque esté bien hecha, no sólo por la aventura o el morbo, sino porque desde su radicalismo, dureza y belleza, que se te agarra a las entrañas y no te suelta. Como todo lo que es profundamente humano.