Cuando nació el cine, hace más de 120 años, tuvo que decidir lo que iba a ser. Y optó por ser ordenado, narrativo y aristotélico (historias con introducción, nudo y desenlace), con una clara vocación de causalidad. El cine decidió que sus formas iban a servir a sus historias y personajes donde pasaban cosas por algo y para algo. Por eso, el público general no estamos acostumbrados a las películas que están en los márgenes de estos paradigmas, las que se atreven a ser otra cosa, a ser menos narrativas y más sensoriales, a las que ningunean lo convencional y son, sencillamente, diferentes. Y esa es la razón por la que directores como Buñuel, Tarkovsky, Malick o Lynch han sido siempre incomprendidos y odiados por unos, y admirados y adorados por otros.
A este segundo grupo habrá que añadir con el tiempo a Yorgos Lanthimos, el director de La favorita, El sacrificio del ciervo sagrado, Canino y Langosta que ha configurado un universo propio fuera de los lindes de lo meramente narrativo y reglamentario. Y Pobres criaturas es, seguramente, su obra más personal, la más atrevida y divertida, la más loca y la más diferente. Y decir eso del cine de Lanthimos ya es mucho.
Pobres criaturas es una suerte de revisitación del mito de Frankenstein, pero en clave femenina, que eso está muy de moda. Así es cómo el Dr. Godwin Baxter logra dar vida a Bella Baxter, una joven extraordinaria e inocente, que deberá aprenderlo todo del mundo, pero libre de prejuicios y etiquetas -al más puro estilo Canino pero sin la perturbación de aquélla-. Es decir, absolutamente libre. Pero su viaje hacia el conocimiento será también un viaje físico por el mundo, y un viaje interno hacia sus pulsiones más íntimas e intensas, dando por resultado a una mujer que va llenándose de todo hasta descubrir con qué se queda y con qué no. Hasta descubrir quién es.
Emma Stone está absolutamente poderosa en el papel de la desmelenada Bella. Un personaje complejo, lleno de matices y excesos, llena de belleza y de fragilidad. Es, sin duda, el papel de su vida que parte de un compromiso total de la actriz con el papel que desempeña. Esa clase de papeles que justifican toda una carrera de personajes más convencionales y que es aquí, en las lindes de la marginalidad, donde se demuestra el verdadero talento interpretativo. Y una Emma Stone, entregada, enloquecida, lo tiene.
Sin embargo, y teniendo como tiene una originalidad y un fuste como se ve sólo una vez cada pocos años, Pobres criaturas es difícil tomársela en serio. Quizá porque es una comedia, o porque es una fantasía plástica e imposible, o porque estamos muy saturados ya todos de los personajes femeninos empoderados, hay algo en ella que no termina de embaucar.
Nominada como está a once premios Oscar, entre ellos el de mejor película, director, actriz y guion adaptado, sí sería conveniente, en una industria cinematográfica plegada a lo convencional, que un filme como Pobres criaturas se posicionara por delante de las previsibles Oppenheimer o Barbie. Con todo, no se le puede negar al filme de Yorgos Lanthimos lo que es: Una estrella refulgente en un cielo plagado de nubes.