“Que ni el viento lo toque, ni mirarlo”, decía, en versión femenina, el poeta vallisoletano Félix Antonio González y que popularizó el entrañable personaje que encarnaba en Verano Azul el fallecido actor Antonio Ferrandis.
No hay, sin embargo, molino que tocado por el viento no hipnotice y atraiga todas las miradas. Han sido protagonistas de novelas clásicas y han dado títulos a docenas de libros, quizá, por ese halo de romanticismo que la “evolución” ha ido fagocitando poco a poco.
Sus aspas, que nada tienen que ver con la estética ni ubicación de las actuales turbinas, se mecían en todas las comarcas del país, dejándose llevar por el ritmo que marcaba el aire. Hoy suena a misterio, a ingenio. Hoy deberíamos lamentar no haberlos cuidado y conservado. Pero, aunque muchos molinos terminaron con las piedras de sus paredes sobre el suelo y con sus aspas como alas rotas de mariposa, no todo está perdido ni todos los molinos derruidos.
Las aspas que mueven el valle
Es probable que el Molino del Valle de Ocón, en La Rioja, sea, a pesar de que en el último lustro haya salido de la oscuridad turística, tan poco conocido como lo es el propio valle a pesar de estar en una comunidad que los vascos visitamos con asiduidad.
No hay exactitud sobre la fecha en la que fue construido, aunque todo apunta al siglo XVI, el mismo en el que Miguel de Cervantes quien, posiblemente, nunca pasó por el Valle, puso a luchar contra los “gigantes” al ilustre hidalgo Don Quijote de La Mancha.
Lo que hoy se puede visitar, aprovechando que, además, es un lugar starlight magnífico para observar las estrellas, es una réplica del original, cuyos escasos restos están a pocos metros.
Los lugareños que llevaban décadas peinando canas conservaban recuerdos tan claros como los cielos sin contaminación lumínica en los que se asienta.
La maleza del cerro Molino de Viento del que ellos hablaban incansablemente, había engullido sus gruesas paredes de piedra, que a comienzos de este siglo apenas si se insinuaban bajo las zarzas. Ni la pérdida de los elementos más significativos del molino, ni el hecho de que sus paredes se hubieran ennegrecido por haber sido utilizado como refugio o de que buena parte de las piedras de las paredes se hubieran empleado para construcciones particulares impidió seguir adelante con el proyecto de recuperación del único molino de viento conocido, hasta hoy, en La Rioja.
Esa exclusividad, a la que se suma la innata majestuosidad por asentarse en un promontorio de unos 800 metros que le convierte en vigía del valle le ha transformado en elemento emblemático, en símbolo del valle al que se rinde homenaje cada verano.
La Fiesta de la Molienda en agosto es si, un homenaje, una fiesta pero es, fundamentalmente, un encuentro, un momento de confraternización en el que no sólo se realizan las tradicionales tareas de siega y molienda sino que se degustan productos derivados de la harina.
Comer es una fiesta
Así, comiendo, celebramos casi todo. El Valle de Ocón, valiéndose del bonito entorno y de su riqueza gastronómica, ha apostado fuerte por su producto y su cocina.
Aceite y miel de Galilea, Huevos camperos y de oca de Molinos de Ocón, champiñón en Autol, vinos en cualquiera de sus bodegas, embutidos y cochinillo, huertas de verduras y frutales de temporada que maduran bajo el sol y se riegan cuidadosamente. Nada falta en ese paisaje poblado de hayas y robles, que muchos comparan con la Toscana o, incluso llaman “El Valle escondido”.
La partida no está viciada ni los naipes marcados. Sin trampa ni cartón, pero con producto km cero ,el Restaurante La Alameda de Pipaona es el epicentro de diversas jornadas gastronómicas a lo largo del año y el comedor en el que se dan cita los comensales ansiosos de probar un cochinillo asado que no envidia a los más afamados de las tierras segovianas. Es, de hecho, su especialidad a la que dedican muchas horas antes de servirlo, con su ritual, a la mesa. En la carta siempre queso de Cameros, huevos de Huevocon, caparrones y todo aquello que de la tierra salga en temporada. Tiempo entre fogones, cariño y simpatía a raudales, sabores como los que conseguían las abuelas con presentación actualizada.
Sueños nobles
Las piedras no hablan pero transmiten historias. La Casa de la Condesa acumula en sus muros del siglo XVI innumerables “sucedidos” que María, condesa del Carpio, y Fernando, sus propietarios, cuentan gustosos y con naturalidad ante el fuego crepitante de la chimenea donde, si se tercia, se asan unas chuletillas al sarmiento. Desde las 9 habitaciones, todas con el nombre propio de algún personaje familiar, se escucha cada mañana el gorgojeo de los pájaros que han hecho del romántico jardín, su hogar.
Fernando Trueba, marido de María y arquitecto, ha conseguido que su casa sea un hogar también para los que se alojan disfrutando de piezas mobiliarias y cuadros únicos.
Alojamiento rural lo llaman porque está en una pequeña población, El Redal, pero es, es realidad, un museo interactivo en el que no faltan los libros en los que dejarse engullir por la historia.
El de Ocón es un Valle que sorprende porque cuando llegas nada esperas y, un vez allí, descubres el pleno significado de ser buena gente, disfrutas de su colorido y variado paisaje agrario, de un rico patrimonio histórico que incluye desde castillos a yacimientos arqueológicos como el de Parpalinas, de vestigios de un pasado reciente en sus trujales y almazaras, de su sabrosa gastronomía en la que hay mucho más que vino y muchísimas alternativas para empaparse de naturaleza generosa y respetuosa con Oteruelo, pueblo abandonado perteneciente a la Villa.