La segunda parte de la indescriptiblemente poética y fabulosa Dune, adaptación de la famosa novela de Frank Herbert estrenada en 2021, se nos antojaba como uno de los acontecimientos cinematográficos del año. Todo lo esperábamos de ella. Pero realmente parecía imposible que la entrega de 2024 pudiera superar en algo a la primera parte, una película grandilocuente, perfecta y magnífica. Sin embargo, señores, prepárense, Dune: Parte Dos es aún mejor que la anterior.
Timothée Chalamet da vida al duque Paul Atreides, un joven silencioso y místico llamado a ser el mesías de un universo que necesita de la especia para sobrevivir y que está instalado en las guerras y la escasez. Paul es la respuesta y la esperanza. El viaje espiritual en que se embarca el joven junto a la tribu de los Freman le hará enfrentarse a sus mayores temores mostrando la pesadumbre por el peso de su responsabilidad y las visiones apocalípticas mientras se convierte en el gran hombre que está llamado a ser. Qué decisión tan magnífica de casting la de Chalamet, qué talento desborda este actor de facciones ambiguas y mirada triste para dar vida a esta suerte de mesías con esta contundencia, con este rigor. La película es él. Sin duda.
Pero también es de la ristra de actores que le secundan, sobre todo Rebecca Ferguson que interpreta a la madre del príncipe en un papel profundamente complejo, de amantísima protectora y mística bruja que se hace con la fuerza del relato cada vez que aparece en pantalla. La relación entre ambos, como en la primera entrega, es de una belleza arrolladora. El resto del elenco, conformado por Zendaya, Josh Brolin, Florence Pugh, Javier Bardem, Stellan Skarsgård, Christopher Walken, Charlotte Rampling y el nuevo villano joven, bello y radical Austin Butler, completa un conjunto actoral de primerísimo orden. Todos están espléndidos, todos están contenidos y reflexivos en una película de ciencia ficción galáctica atípica, distinta, contemplativa casi, la antítesis de Star Wars.
Nada de lo que aquí sucede sería posible sin la visión creadora y mano maestra del director Denis Villeneuve. La forma en que el canadiense capta la belleza del desierto, la grandilocuencia del paisaje, la poesía de la arena del circo y la presencia inefable del vacío es algo que ha dejado ya de manifiesto en algunas de sus obras más aplaudidas como La llegada o Blade Runner: 2049. Pero también está aquí el Villeneuve de Incendies y Prisioneros, el de los personajes atormentados, dolientes y oscuros, el de seres capaces de sentir, de vibrar, de sufrir y de amar de un modo que atraviesa la pantalla… Y todo ello subrayado con una espectacularidad y un sentido de la épica cinematográfica absolutamente poderosas.
Dune: Parte 2 es un festival, la gran película del año y de la década, de una belleza desorbitante, monumental y mastodóntica que te envuelve y te desarma. Es una historia, además, que deja poso, que invita a la reflexión y te deja unos minutos en silencio. Preguntándote sobre el amor y la violencia, la belleza y el vacío, el espectáculo y la soledad, la grandiosidad y lo pequeño, la arena y la vida, el firmamento y la eternidad. Pocas veces hemos visto en el cine del siglo XXI una reverencia mayor al arte cinematográfico. Una película mejor. Una película más grande. Villeneuve lo ha logrado… Una vez más.