La obsesión del cine postmoderno por explotar las franquicias hasta la extenuación no podía dejar pasar la oportunidad de volver a juntar a los Cazafantasmas. Era algo temido y esperado a partes iguales. Por eso uno se acerca a estas películas con temor y deseo al mismo tiempo, mordiéndose las uñas por la emoción y rezando para que no sea un desastre, para que no se hayan cargado la magia. Y es que, lo mejor del filme -como lo mejor del anterior-, sigue siendo la presencia de Bill Murray, Dan Aykroyd y Ernie Hudson, los cazafantasmas originales.
Con guion de Jason Reitman (Juno, Up in the air) que firmó el guion de Cazafantasmas: Más allá hace tres años, la fórmula ha vuelto a funcionar. Y es que estamos ante un cuidado y preciso ejercicio sentimental que junta a un poderoso elenco infanto-juvenil capitaneado por Finn Wolfhard (el Mike de Stranger Things) con el siempre eficaz, tronchante y adorable Paul Rudd. Pero para que Cazafantasmas funcione en pleno siglo XXI, para que en plena era de franquicias algo nuevo funcione, qué mejor que volver a lo "viejo", a lo añejo, a aquellos Peter Venkman, Ray Stantz y Winston Zeddemore que nos volvieron locos entonces.
Ellos son lo mejor del filme y en ellos subyace otra de las obsesiones del cine postmoderno, que consiste en hacer películas para un espectro de público bien amplio, para que puedan ir al cine abuelos, padres e hijos, hombres y mujeres, ricos y pobres, jóvenes y viejos, negros y blancos, chinos y latinos. Que a todos guste, que a todos satisfaga, que a todos a gracia, que a todos compense los diez euros de la entrada.
En esta ocasión, la familia Spengler, hijos y nietos del doctor Dr. Egon Splenger, al que diera vida el actor Harold Ramis fallecido hace diez años, vuelven a la ciudad de Nueva York ante una nueva ola de sucesos esotéricos que sólo ellos pueden combatir. Llevan en los genes, por decirlo de alguna manera, una querencia natural por cazar fantasmas. Para ayudarles en dar caza a los espectros que se aproximan a la Gran Manzana amenazando con una nueva edad de hielo, pedirán de nuevo ayuda a los viejos rockeros que ya salvaron Nueva York del desastre cuarenta años atrás. Todo está aquí, lo de antes y lo de ahora, los mejores guiños y los momentos más divertidos.
La forma en que los chispeantes diálogos y las escenas de acción se combinan muestran un equilibrio no visto en otras megas producciones más en la línea de la Marvel que se pliegan, sin pudor, al CGI y al espectáculo vacío. Aquí hay cierto humor inteligente, cierto carisma por parte de todos que no parte únicamente del sello o la franquicia, sino del cuidado con el que Reitman ha escrito y descrito la historia. Estos personajes tienen corazón y por eso te cautivan.
Tampoco nos pasemos de frenada: No estamos ante la mejor película de acción de la historia, ni ante el mejor ejercicio sentimental del momento actual (nos quedamos antes con Cobra Kai, por ejemplo), pero qué duda cabe que estamos ante una película que cumple perfectamente con su objetivo, que nos roba el corazón y nos mima un poco a los que crecimos viendo los Cazafantasmas a los que fuimos como los niños de Stranger Things.
Esta nostalgia simpática, este viaje al pasado no sería lo mismo sin unos Bill Murray y Dan Aykroyd que, sencillamente, te roban el corazón y con los que te sigues tronchando. El otro, el cuarto cazafantasmas, al que todos llamábamos "el negro" sin que nos acusaran de nada que no éramos, está como estaba entonces, así como de soslayo, pero de una forma muy autoconsciente. También divertida.
Cazafantasmas: Imperio helado es una superproducción de estudios modélica en todos los sentidos. Harán bien si lo dejan aquí, si no buscan una trilogía, si saben parar a tiempo. Como hicieron, con buen ojo, en los 80.