Existe la moda actual en el cine -como tantas otras que ha habido a lo largo de la historia del séptimo arte- de escribir historias sobre los malos, historias más bien que justifican a los malos, que nos muestran una y otra vez su maldad es inevitable. Pobres malos que lo son porque no tuvieron más remedio. Que Haníbal Lécter se hizo caníbal porque fue un niño traumatizado de la Segunda Guerra Mundial y Maléfica se malignizó porque le rompieron el corazón. Y así todo.
Quien firma reconoce llevar harta mucho tiempo de este tipo de películas por lo que “The Joker” le pareció, en su momento, una más. Sin embargo, un segundo visionado con motivo del estreno de su secuela hace necesaria una revisión de los prejuicios y un reconocimiento ante lo visto. “The Joker”, la primera, la de 2019, es una película grandiosa, enérgica, manierista y brutal sobre los infiernos de un hombre, sobre la soledad y los demonios de quien se odia a sí mismo. Es magnífica. Aplaudimos pues aquel Oscar dado a Joaquin Phoenix y aquella nueva forma de mirar a su director, Todd Phillips, hasta entonces sólo conocido por “Resacón en Las Vegas” y poco más.
Las críticas fueron entonces unánimes, el éxito rotundo y el público la adoró. Era cuestión de tiempo, claro, que llegara la secuela. Porque lo de las secuelas es otra moda infame. Y tal vez por eso, quien suscribe, de nuevo llevada por prejuicios quizá también infames se aproxima al nuevo filme con cierto reparo. Y tal vez se equivoque de nuevo. Tal vez dentro de cuatro años escriba que “The Joker: Folie à Deux” fue una genialidad adelantada a nuestro tiempo. Pero hoy no lo parece.
Todd Phillips ha demostrado saber dónde poner la cámara y rodar con verdadera maestría, oscura y enfática, aquello que estos actores pasados de rosca hacen frente a nosotros. Pero el modo en que se integra la música en el filme es precisamente lo que la lastra hacia un lugar ignoto
La premisa es interesante: La película empieza con Arthur-El Joker lidiando con la maldad y locura que nos permitió vislumbrar en le primera entrega. Pero ahora no estará solo, pues su alma gemela, incomprendida, excesiva y solitaria como él, aparece en su vida llenando un vacío evidente.
Juntos se enfrentarán al poder de Gotham, a sus ciudadanos y a la justicia con una fuerza renovada. Ella es Lady Gaga, una de las mejores cantantes de las últimas décadas y una actriz extraordinaria que como ya hiciera en “Ha nacido una estrella” deslumbra en cada plano. Como deslumbra también un Phoenix de nuevo extremo e histriónico, de nuevo en el papel de su vida.
Sin embargo, precisamente es la presencia de Lady Gaga lo que hace fallar a este nuevo Joker y es que los números musicales no están bien rematados. Estéticamente sí, por supuesto, Todd Phillips ha demostrado saber dónde poner la cámara y rodar con verdadera maestría, oscura y enfática, aquello que estos actores pasados de rosca hacen frente a nosotros. Pero el modo en que se integra la música en el filme es precisamente lo que la lastra hacia un lugar ignoto, como si la propia película no supiera lo que es.
Con todo, estéticamente prepárense para ver algo absolutamente embaucador. Y emocionalmente prepárense para ver a dos personajes que se encuentran el uno al otro dentro de unas psiques llenas de dolor
¿Un musical? ¿Una revisión del cómic? ¿Una película para el lucimiento de sus actores? ¿Un drama romántico? El guionista debe tener claro lo que el productor quiere para dárselo sobre el papel. Y el montador debe tener claro lo que el director necesita para dárselo en la sala de montaje. Las películas tienen que ser conscientes de sí mismas para funcionar. Es como alguien que se sabe gracioso contando chistes. Cuanto más consciente es de su propia comicidad, mejor humor hará. Pues el problema de este Joker es, precisamente, que no sabe lo que es ni a dónde va.
Con todo, estéticamente prepárense para ver algo absolutamente embaucador. Y emocionalmente prepárense para ver a dos personajes que se encuentran el uno al otro dentro de unas psiques llenas de dolor. Dos grandísimos actores que, mientras se maquillan de payaso, se desnudan ante la cámara. Eso es lo mejor de una película, eso sí, muy distinta a todo lo que vemos.