Había una vez un mundo terriblemente cruel e irónico en el que el actor que mejor ha encarnado nunca el espíritu y el alma de un superhéroe, el más atractivo, hercúleo y guapo de la década de los 80, el más simpático y vital, tenía un accidente de equitación y se quedaba tetrapléjico. Ni el guionista más retorcido ni el más macabro de ninguna distopía o cuento de terror habría podido idear aquella estampa: En 1995, Superman se quedaba en silla de ruedas.
Muchos recordamos aún, no sin cierta conmoción, cómo aquella noticia abría los telediarios del mundo entero porque esa dura realidad era demasiado dura y demasiado real como para ser una mera noticia anecdótica de página par. Y es que no sólo se quedaba en silla de ruedas, se queda tetrapléjico.
Con motivo del veinte aniversario de la muerte del actor, se estrena Super/Man: La historia de Christopher Reeve, un documental sobre cómo aquel hecho extraordinario, lejos de dejarle en la sombra, permitió visibilizar mediante su imagen, su ejemplo y su propia vida, la discapacidad. Porque Reeve vivió nueve años entregado en cuerpo y alma a esta causa y demostrando, por mucho que nos asombre, que se puede ser feliz.
La historia de Reeve está ligada a su cuerpo antes y después del accidente. Con vocación de actor, 1,93 de estatura y vida de gran deportista diestro en natación, equitación, hockey sobre hielo y piloto licenciado, fue precisamente esa presencia física, unida a su belleza y cierta mirada inocente, lo que hizo que Richard Donner se decantara por él para la que iba a ser la gran adaptación cinematográfica hecha nunca sobre un superhéroe: Superman.
Era 1978, y un Christopher Reeve de 26 años se convertía en leyenda y enseguida llegarían el éxito, el dinero, la fama y las secuelas en 1980, 1983 y 1987. Pero las pésimas críticas de esta última -que es realmente mala- llevaron a Reeve a la determinación de alejarse de la vida del héroe de DC y virar su talento hacia otros lugares.
De 1988 a 1995, participó en casi una veintena de proyectos, casi todos menores, entre los que apenas puede rescatarse su breve papel en Lo que queda del día y su incursión en la comedia con Interferencias. Parecía por tanto que el actor se desvanecía, cuando un día todo cambió.
En 1995, durante un concurso de hípica, Christopher Reeve se cae del caballo y se rompe dos vértebras cervicales y la médula espinal, está seis meses debatiéndose entre la vida y la muerte y se somete a complejísimas operaciones.
Desde entonces, el actor dedicó su vida a los demás. Y es ese legado, ese magnífico trabajo de filantropía en el que se concentró los siguientes nueve años de su vida, en lo que se centra el documental que ahora se estrena.
Porque a partir de ese momento, todo volvió a girar en torno al cuerpo de Christopher Reeve, a ese cuerpo que ahora le decía que no, que como en el Mito de la Caverna, se convertía en su cárcel. O eso creímos. Porque lo maravilloso de este documental, lo verdaderamente conmovedor y poderoso es que, a partir de 1995, Superman se convirtió en un superhéroe de verdad creando una fundación y mostrando, mediante su propia vida, que se podía ser feliz.
Este excelente trabajo documental, conmovedor y emocionante, cuenta la con la presencia de muchas personas, como sus hijos o la actriz Glenn Close, que cuentan lo que recuerdan y admiran del hombre y de su labor. Porque el legado de Reeve sigue vivo y su estela perdura mucho más en el tiempo que aquella capa roja surcando los cielos.