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Si hay un presidente de la joven historia de Estados Unidos que tuviera una vida cinematográfica, propia de guion de cine, ése fue Ronald Reagan. Cuando ganó las elecciones presidenciales en 1981, aquel "viejo" de casi 70 años era el presidente de más edad que hubiera visto nunca la nación.

Además, era un actor relativamente querido, que había ejemplarizado lo mejor de los valores americanos en los wésterns de segunda fila en los que intervino durante una década.

Ronald Reagan era un actor corriente, pero simpático, simpatiquísimo, que supo usar su conocimiento del medio cinematográfico y televisivo en su propio beneficio y que, haciéndolo, cambió la historia de la propaganda política para siempre.

A la edad de 70 años, el actor Dennis Quaid se ha metido en la piel del también actor Ronald Regan que a esa misma edad llegaba a la presidencia de Estados Unidos en plena Guerra Fría. La película pasa, por tanto, por algunos de los hechos más relevantes de la vida de Regan, desde su infancia y juventud, hasta su relativo éxito en el cine, su entrada en política, su matrimonio y su llegada al Despacho Oval.

Todo correcto, todo claro, como los biopics de antaño que pasaban por la vida del personaje de principio a fin. Quizá por eso, las críticas en Estados Unidos han sido tibias, porque la moda de ahora en el género es centrarse en un hecho concreto de la vida de un hombre.

Como cuando Robert Oppenheimer inventó la bomba atómica (Oppenheimer), como cuando Winston Churchill decidió cuál sería la participación de Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial (El instante más oscuro) o como cuando Hitler decidió recluirse en el búnker de Berlín en los últimos días de la guerra (El hundimiento). Pareciera que las biopics que abarcan toda una vida se han relegado a las series como The Queen o Narcos y se olvidan de que éste es un género tan viejo como el propio cine. 

El que nos ocupa tiene un tufillo televisivo innegable, pero como lo tenía el propio Regan, que pasó de ser un actor corrientucho al hombre más poderoso de la tierra. Quizá la película juega a eso, quizá, autoconsciente como es de que esos años suenan a casposos y antiguos para las nuevas generaciones, se mire a sí misma con idéntico tufo.

Un tufo melancólico, de aquellos que suenan a que cualquier tiempo pasado fue mejor. Más allá de eso, y de un maquillaje que a veces recuerda a los prostéticos de los Celebrities de Muchachada Nui, sobre todo cuando Quaid tiene que pasar por un Regan de 50 años y no por el de 70, la película sabe a poco.

Da la sensación de que no termina de ahondar en la figura del presidente, ni en la clase de hombre que fue, las líneas de flotación de su gobierno, ni su impronta en la historia ni sus debilidades. Venera al personaje, algo más propio de los biopics antiguos que de los actuales, y cabalga todo el rato por una senda tenebrosa en la que no sabes si estás viendo una película seria o una cinta, en un año de elecciones, próxima a la propaganda. 

Poco aplaudida en Estados Unidos, su recorrido en Europa se antoja tibio. Quizá es uno de esos filmes que tendrían que haberse estrenado directamente en plataformas, porque lo cierto es que la sala de cine pide ahora mismo grandes producciones pirotécnicas, o historias conmovedoras. Reagan no es ni lo uno ni lo otro, tal vez porque el personaje no fue pirotécnico ni conmovedor. 

Entonces, un momento… Sí, quizá acierta, después de todo.