Arantxa Echevarría, reconocida directora de cine, afronta en La infiltrada como uno de los proyectos más complejos de la historia reciente de Euskadi: la lucha contra la banda terrorista ETA. Echevarría ahonda en este conflicto con gran sensibilidad, desde la perspectiva de una mujer cuyo trabajo resultó clave en la lucha contra ETA.
Echevarría reflexiona sobre cómo su experiencia personal, su interés por la memoria histórica y su compromiso con el cine como herramienta de reflexión la llevaron a abordar este proyecto de una policía que bajo un pseudónimo se infiltró durante ocho años en ETA. Una historia basada en hechos reales.
— Arantxa, ¿cómo surge la idea de La infiltrada?
— Soy vasca y viví toda esa época que reflejamos en la película. Era una película que arañaba muchas cosas de mí. Entonces, cuando Mercedes Gamero y María Luisa me llamaron y me contaron la idea, una mujer infiltrada durante ocho años en ETA que desarticuló el Comando Donosti y que consiguió salvar muchísimas vidas, me pareció un temazo, una idea preciosa, y yo quería hablar sobre ello. Fue súper gratificante que contaran conmigo.
— ¿Cuál fue el paso definitivo para aceptar dirigir La infiltrada?
—Por un lado, el interés de no olvidar. De que se mantenga la memoria de lo que pasó. Sobre todo pensando en las generaciones nuevas. Los chavales de 18 a 20 años no han estudiado la historia de ETA en el colegio. Nunca llegó a los jóvenes, sino que solo estudiaron hasta la Guerra Civil.
Por otro lado, no lo han vivido. No han sentido lo que yo sentí cuando era una enana. Recuerdo, por ejemplo, ver en televisión el directo del atentado de Irene Villa y a una niña destrozada en medio de la calle. Entonces hay un sentido de recuerdo, de no olvidar para no repetir los mismos errores. Es memoria histórica.
— Y el hecho de que esta historia haya pasado en San Sebastián…
— ¡Sí! Fue otro aliciente pensar: “¡Ostras! Pasaron cosas que el resto de los mortales desconocíamos y pasó a nuestro lado, en Donosti”. Al fin y al cabo ha pasado cerca, ha pasado en casa y en Euskadi todos hemos tenido en la cuadrilla a alguien que estaba involucrado de una manera u otra con la izquierda abertzale.
Quería poder explicar esa sensación, de lo que pasó en la sociedad vasca. Estaba todo tan polarizado… Estaban unos contra otros y el peso del silencio era algo que me parecía muy interesante contar para que no se olvide.
— ¿Ha tenido que trabajar con cautela para no dañar sensibilidades?
—Ha sido una mezcla de respeto y pudor. Respeto porque estamos hablando de seres humanos: tanto de las víctimas como de quienes cometieron los atentados. Son personas cuya percepción de la película debes tener muy en cuenta.
Y, pudor, quizá porque soy vasca y, de algún modo, esto está en nuestro ADN. Era un tema que siempre había sido un poco tabú. Sin embargo, pensé que ya habíamos cerrado muchas heridas, que había pasado suficiente tiempo y que estábamos preparados para mirar hacia nuestro pasado. Además, creí que podría ser una forma de sanar, de algún modo. ETA ya no existe, ya no tiene sentido, y tal vez este sea el mejor momento para hablar de ello.
— ¿Hubo algún aspecto en particular que quisieras resaltar en la película?
—La sociedad, especialmente los jóvenes, estaba muy polarizada. Existía esa sensación de que, si eras de izquierdas, podías estar en una manifa y, de repente, ser perseguido por los beltzas, terminar corriendo y, casi sin darte cuenta, participar en actos como quemar un cajero. Esa dinámica podía llevarte a un punto sin retorno, simplemente por tener una ideología de izquierdas. Para mí, esto era terrible: que la juventud tuviera que elegir un bando y enfrentarse a ese sentimiento constante de posicionamiento de "o estás conmigo o estás contra mí".
También quise mostrar la evolución hacia una ETA más militar, representada por el personaje de Sergio Polo, y cómo se llegó a la época de plomo. Fue una transición brutal: de atacar militares y policías a asesinar civiles. Esa lógica de "si matando a militares y policías no conseguimos que nos escuchen, empezaremos a matar civiles", me pareció una de las decisiones más bruscas, duras, asesinas y terribles.
En definitiva, mi objetivo era reflejar todos estos aspectos dentro de una película que no solo explicara el conflicto, sino que también ahondara en él. Quería mostrar al resto de la sociedad lo que realmente sucedía en Euskadi.
— ¿Piensas que esta idea se conoce fuera del País Vasco?
—No sé si fuera del País Vasco se entiende realmente esta presión. Ese empuje hacia que, si eras de izquierdas, podías acabar en un camino que podía ser muy equivocado. Este tema me interesaba mucho, y está reflejado en el personaje de Kepa, el etarra más ideológico, el chaval más perdido que, por querer pertenecer a algo, termina metiéndose en este lío. De pronto se ve empuñando una pistola, algo tan increíble, como terrible y horroroso.
— ¿Es el personaje de Sergio Polo el mayor villano de la película?
— Sí, para mí Sergio es el villano de la película. Nunca se ha arrepentido y tiene delitos de sangre. Quería mostrar cómo operaba la ETA militar. Les marcaban un objetivo y, sin saber realmente quién era ese objetivo, eran capaces de pegarle un tiro. Ese objetivo podía ser un civil, un político, un policía... Esa falta de conciencia sobre las consecuencias de sus actos, de luchar por algo más grande que tú y aceptar todas normas que venían de la cúpula me parece terrible.
En cambio, Kepa, ahora vive en Donosti y trabaja como ilustrador de cómics para niños. Ha transformado su vida, y creo que es importante saber que las personas se pueden transformar.
— ¿Cuál es la responsabilidad social de abordar temas tan delicados en el cine?
— Cuando alguien entra a una sala de cine durante hora y media, desconecta de todo: del móvil, de su familia, de su rutina… Y tú le cuentas una historia. Le coges de la solapa de la chaqueta y le metes en un mundo completamente distinto. Me parece una responsabilidad tremenda. No solo por tener la atención de alguien, algo muy difícil en estos tiempos donde todo el mundo está con el móvil, haciendo zapeo o navegando por Netflix, sino por lo que puedes hacer con esa atención. Tenerla tanto tiempo es un privilegio y que aprovechar al máximo.
Estamos en una época en la que la cultura, la política y la memoria están un poco perdidas. Por eso, historias como la de La infiltrada creo que tienen tanto valor. Si alguien sale del cine y se va a su casa pensando y meditando sobre lo que acaba de ver —incluso si busca en google e investiga sobre el conflicto—, yo creo que hemos conseguido algo maravilloso que no siempre ocurre con las películas, pero que siempre intento buscarlo al máximo.
— ¿Qué le gustaría que la gente reflexionara tras ver La Infiltrada?
— Me gustaría que la gente reflexionase sobre todas esas personas que son completamente anónimas, como bomberos, médicos o enfermeros. Gente que vive constantemente al límite, trabajando por los demás, y que muchas veces son personas anónimas, como nuestra infiltrada.
Ella es una mujer que dedicó 8 años de su vida, desde los 20 hasta los 28, por un bien común. Renunció a su familia, sus amigos, sus relaciones… Todo por un bien común. Entonces, creo que hacer una reflexión sobre la gente que está haciendo cosas buenas por ahí sin llevarse ningún mérito creo que siempre es interesante.
Creo que es importante reflexionar sobre esas personas que hacen cosas buenas sin buscar nada a cambio. Es profundamente valioso.