Hubo un tiempo en el que los montes no eran verdes, en el que el polvo ocultaba las caras de los trabajadores, en el que apenas quedaba tiempo para las risas y solo dóciles muecas esbozaban una fugaz y exhausta sonrisa. Hubo un tiempo en el que los niños se transformaban en hombres sin haber podido agotar la infancia y en el que las niñas nacían destinadas a convertirse en sacrificadas mujeres como lo eran sus madres.
Madres coraje que acogían posaderos en sus casas, realizaban trabajos para la mina y parían con la esperanza de que las manos de los hijos supervivientes al cólera, el tifus, la tuberculosis y a la miseria contribuyeran a superar la maltrecha economía familiar.
Hubo un tiempo en el que quienes llegaron hasta aquí con la esperanza de subsistir descubrieron que la extracción de hierro era más penosa de lo que nunca habían imaginado; un tiempo en el que el sonido de los barrenos al perforar las rocas, el traqueteo de las vagonetas descendiendo por la mina y las explosiones a cielo abierto lejos de darles oxígeno parecían alejar a los mineros del sol, de la luz, de sus familias y hasta de la mismísima vida que muchos perdieron.
Un tiempo en el que las largas jornadas de trabajo les hicieron dudar de que tras la noche hubiera llegado el día. Hubo un día en el que, la sangre que derramaban fue más roja que las venas de la mina en la que trabajaban, que el futuro se intuía menos brillante y tan gris como el hierro que extraían.
Hubo un día en el que todo se volvió tan insoportablemente negro como el color que penetraba en sus uñas y manos agrietadas. Así, comenzó a fraguarse la primera huelga general del País Vasco. "Sangre minera, semilla guerrillera". Sí, hubo un tiempo en el que La Arboleda no era el espacio de ocio que hoy conocemos.
Sencerilla, como sus habitantes, la Iglesia de Santa María Magdalena se remonta a la época minera. El reloj de la fachada, fabricado en 1890 en Bilbao, es el elemento más destacado
Cuando las extracciones llegaban al nivel freático era necesario achicar el agua para continuar la extracción que una vez abandonada afloraba nuevamente a la superficie, dando lugar a estos inauditos paisajes
Hubo un tiempo, aquel de finales del siglo XIX, en el que en la cuna de la minería industrial sobraba trabajo y escaseaba la comida. Hubo un tiempo en el que, llegados de cualquier punto de España, en La Arboleda se hacinaban en barracones de hojalata y madera cientos de trabajadores que dormían en jergones.
Hubo un tiempo en el que en La Arboleda vivieron más de tres mil personas y en el que, por sus calles y plazas, pasaron líderes sindicales como Pablo Iglesias o Dolores Ibárruri. Hubo un tiempo, coincidente con el germen de esa huelga general de 1890, en el que una mujer, Sabina, encontró en las alubias con sacramentos un medio de subsistencia que, a día de hoy, se ha transformado en un filón tan grande como lo eran entonces las vetas mineras.
Desde primeras horas de la mañana, mientras se cuecen a fuego lento en todos los restaurantes —que no son pocos—, el aroma de esta legumbre embarga las calles de esta pequeña población declarada conjunto monumental y a la que le cuesta superar el medio millar de habitantes. Sentados en las mesas, hoy no rugen los estómagos de escuálidos trabajadores como a los que en ocasiones Sabina no llegaba a cobrar, sino visitantes que lo han convertido en un ritual comer alubias.
Las primeras chabolas se levantaron en la última arboleda que quedaba, lo que llevó a que la zona conocida como Matamoros pasase a llamarse La Arboleda. Las casas construidas en terrenos cercanos a la mina Carmen 4 —en el barrio de la Orconera— se levantaron con materiales que pudieran reutilizarse en caso de verse obligados a salir por ampliación de la explotación
El monumento, junto a uno de los restaurantes y muy próximo a una de las antiguas casas de madera, rinde homenaje a los barrenadores
Hubo un tiempo a principios del siglo XX en el que la mayor parte de las casas ya eran de piedra. A ese tiempo, a finales de la misma centuria, siguió otro en el que se puso fin a la actividad minera agonizante.
Los suelos quedaron horadados, la maquinaria inmóvil, las casas vacías y encontrar un nuevo empleo se convirtió en un grave problema. Fueron tiempos de deterioro y abandono, hasta que a principios del siglo actual La Arboleda fue declarada Bien Cultural, iniciando así su conversión en espacio recreativo, esparcimiento y ocio que permite reconocer y recorrer el pasado industrial. El Centro de Interpretación Peñas Negras facilita información sobre las rutas.
Rutas demandadas de senderismo que a pie o en bici llevan hasta los Montes de Triano o, simplemente, bordean las lagunas artificiales situadas a pocos minutos caminando desde el centro de La Arboleda. Conectadas entre sí por el llamado Parque de Zugaztieta, impulsado por Néstor Basterretxea, ese enorme Jardín de Meatzaldea, incluye esculturas que una treintena de artistas han realizado con hierro y piedra.
En el irregular terreno rojizo, acompañado del color verde que ha recuperado el monte tras el cese de la actividad minera, la escultura de Guillermo Olmo, otro de los impulsores, del parque, al que imprime nueva vida
Lurraren alde, de Néstor Basterretxea, es con sus seis toneladas de peso una de las obras escultóricas del parque escultórico "Meatzalde Goikoa"
Víctor Arrizabalaga es otro de los artistas que han cedido su trabajo para embellecer la zona
Pero para comprender la historia y cada uno de los tiempos atravesados resulta esencial una visita al Museo de la Minería de Gallarta, repleto de documentos, vestimentas, fotografías y herramientas que usaban los mineros.
El reconocimiento al trabajo llevado a cabo por las mujeres ha sido tardíamente reconocido
El museo ofrece visitas guiadas relatando explicaciones y posibles leyendas como la que afirma que "alirón" proviene del orgullo con el que los mineros mostraban a sus jefes ingleses el mineral puro extraído. All iron, significa literalmente "todo hierro"
Cómo llegar
Situada a menos de media hora de Bilbao, muchos suben en coche a La Arboleda, mientras que otros no desaprovechan la ocasión para hacerlo en el funicular de Larreineta que el próximo mes de septiembre cumple cien años. Su construcción, pensada también para el transporte de material, restó penurias a los mineros que caminando por un sendero solo apto para mulas tardaban hora y media en llegar desde San Salvador del Valle a La Arboleda.
Comer
Como los sabuesos, lo mejor es dejarse llevar por el olfato. Restaurantes, asadores, tabernas o bares en los que probar las alubias no faltan nunca.
