Las inversiones anunciadas por Iberdrola destinan el 38% (unos 28.500 millones de euros) a su filial estadounidense, Avangrid, en la que, aunque está acompañada de socios locales e inversores institucionales, la eléctrica vasca mantiene una participación mayoritaria. De esta cantidad, unos 10.500 millones corresponden exclusivamente a inversiones brutas en energías renovables. En esa línea ya están proyectados o en construcción más de media docena de gigantescos parques eólicos marinos en la costa este de Estados Unidos que proporcionarán energía a centenares de miles de hogares de los estados cercanos.
El resto de inversiones se dirigirán a desarrollar y poner en marcha nuevas redes inteligentes mucho más eficientes (y rentables) que las muy antiguas redes de transmisión disponibles en la actualidad, además de completar otros servicios liberalizados del grupo en el gigante americano, por no hablar de extender la chequera para posibles operaciones empresariales que agranden esta filial.
De hecho, hace pocas semanas se hacía pública la propuesta de adquisición de su competidor PNM (que opera en los estados sureños de Texas y Nuevo México, con más de 4 millones de puntos de suministro y que ha acelerado sus planes para abandonar definitivamente el carbón o el petróleo como fuentes de energía). El total de la factura rondará los 7.000 millones de euros. El resultado de esta operación dará lugar a una de las mayores compañías del sector norteamericano, con 10 eléctricas reguladas en seis estados (Nueva York, Connecticut, Maine, Massachusetts, Nuevo México y Texas), y al tercer operador de renovables del país, presente en un total de 24 estados.
La ampliada filial estadounidense de Iberdrola alcanzará una capacidad de generación renovable en Estados Unidos de cerca de 23GW (equivalente a la potencia instalada de otras tantas plantas nucleares medias), casi la tercera parte del total prevista en la cartera de renovables de la multinacional vasca.
Blindaje frente a OPAs
El proyecto de Iberdrola para los próximos años establece todo un reto inversor sin predecendes que permitirá altas cotas de crecimiento, pero a costa también de un gran endeudamiento. Este aspecto, que ha pasado más desapercibido, no deja de tener una segunda lectura que puede convertirse en la mejor defensa frente a intentos de terceros por hacerse con acciones de la eléctrica vasca de alguna de sus participadas de modo hostil. Esto, combinado con una política generosa de dividendos, configura el mejor escudo en un contexto mundial en el que las concentraciones empresariales serán elemento común.
Es cierto que la palabra OPA todavía escuece en los salones nobles de eléctrica vasca a resultas de los fallidos intentos de asaltar la compañía por parte de Gas Natural (en marzo de 2003) o el folletín que provocó la entrada de ACS, el grupo presidido por Florentino Pérez, en el accionariado de Iberdrola, a finales de septiembre de 2005 y que provocó ríos de tinta.
Desde entonces, y como consecuencia de estas acciones hostiles, muchas de las estrategias de acelerado crecimiento llevadas a cabo por el equipo directivo de la eléctrica bilbaína en los últimos años han tenido como objetivo crecer, hacerse mucho más grandes, ser más competitivos y eficientes, pero también acumular grandes activos, y sobre todo soportar mucha deuda con la que pagar esos activos.
El fin no escrito de esta estrategia podría ser poner barreras financieras e imposibilitar así que en un futuro pudiera haber más sorpresas no deseadas en su accionariado. Es decir, el planteamiento era sencillo: si la compañía costaba mucho en Bolsa y si al mismo tiempo mantenía mucha deuda en su balance, dejaría de ser atractiva para fondos hostiles que tendrían que darse un atracón financiero de los que no está escrito en el caso de que quisieran hacerse con el control de Iberdrola.
Aumento de deuda
Lo cierto es que pocos dudan de que el ambicioso plan estratégico hasta 2025, -que contempla inversiones brutas por la cifra de 75.000 millones euros- es muy necesario para los tiempos post Covid19 y como fórmula para que la eléctrica bilbaína se consolide como uno de los líderes mundiales en nuevas energías verdes y sostenibles para el medio ambiente.
Pero este plan se financiará mediante dos vías: la generación interna de caja y tesorería a partir de la actividad principal de Iberdrola y, en segundo lugar, mediante la emisión masiva de deuda, con el fin de aprovecharse del período más prolongado de bajos tipos de interés a nivel mundial como el que se vive en la actualidad y que, presumiblemente, no cambiará mucho en los próximos años.
El equipo directivo de Iberdrola contempla un salto muy importante, de nada menos que el 47%, de la deuda viva del grupo. Es decir, se prevé pasar de los 38.200 millones de euros de deuda incluidos en el balance de 2020, hasta los más de 56.200 millones de euros previstos al finalizar el nuevo plan estratégico en 2025.