Que el control de las emociones y los sentimientos es algo fundamental en los mercados, sean tradicionales o de criptomonedas, es algo que está fuera de toda duda. De hecho, hay quienes los resumen con una sola palabra: psicología.
Como definición puede resultar un tanto simple, pero es innegable su poder en la influencia de las personas a la hora de enfrentarse a la codicia o al miedo, dos factores siempre presentes en la lucha constante que mantienen compradores y vendedores para llegar a un punto en el que ponerse de acuerdo, el precio.
“Los mercados financieros están diseñados para transferir dinero del impaciente al paciente”, reza una de las frases más conocidas de Warren Buffett, con la que, precisamente, hace referencia a la importancia de mantener la cabeza fría cuando alguien se decide a operar. Buffett no solo es uno de los inversores más reputados de todos los tiempos, también es una institución entre los detractores de todo o casi todo aquello que tiene que ver con inversiones tecnológicas y, por supuesto, con Bitcóin y las criptomonedas, de las que ha llegado a decir que “son veneno para ratas”.
Pero más allá del miedo, la codicia o la impaciencia, existen múltiples emociones, sentimientos o impulsos que en cualquier momento pueden presentarse cuando alguien se enfrenta a los mercados: esperanza, estrés, sed de revancha, falsa sensación de control, ansiedad... momentos importantes en los que la razón debe prevalecer pues, como dice Ray Dalio, multimillonario y uno de los mayores gestores de fondos de cobertura, “al controlar tus emociones empiezas a ver cosas a un nivel superior”.
FOMO: ‘Fear of Missing Out’
No es exclusivo de los mercados. En realidad existe desde siempre y puede extrapolarse a muchas disciplinas o situaciones. Con el auge de las redes sociales, se ha convertido en un término más cotidiano, pues muchos sienten la necesidad de estar permanentemente conectados para no perderse lo que en ellas sucede. Y esto, aunque con matices, también sucede en el trading, y más concretamente en el mundo de las criptomonedas.
Proviene del acrónimo ‘Fear of Missing Out’, o lo que es lo mismo, el miedo a perderse algo o a quedarse fuera de algo que los demás sí están aprovechando.
El FOMO provoca que el inversor entre a destiempo en los mercados porque ve el precio subir y subir, y entonces comienza a perseguirlo. Es algo que nunca debe hacerse, pero cuando la emoción se apodera de la razón incluso los errores más infantiles aparecen como por arte de magia.
No es exclusivo de operaciones puntuales, el FOMO también aparece en masa en los finales de las grandes temporadas alcistas, cuando el ruido llega a cualquier rincón y hasta el menos iniciado entra al mercado porque siente que se está perdiendo algo. Es precisamente el efecto llamada que produce en los medios el que suele dar el último empujón a un activo exitoso antes de que comience a ver caer su precio, lo que provocará que muchos queden atrapados en el punto más alto. Fue precisamente su efecto el que hizo que muchos de los inversores de las criptomonedas aterrizaran en el mercado a finales de 2017, cuando Bitcóin se aproximaba a la cota de los 20.000 dólares.
FOMO es la ansiedad de sentir que estás perdiendo un tren que ya está en marcha mientras tratas de subirte a él como sea.
FUD: 'Fear, Uncertainty and Doubt'
Cuando Gene Amdahi abandonó IBM en 1970 para montar Amdahi Corp y hacerles la competencia, los vendedores de IBM se dedicaron a infundir miedo, incertidumbre y duda (FUD) sobre los clientes que podían tener en mente consumir productos de Amdahi Corp. Se dice que esta es la primera vez que se define el término FUD.
Con él se califican estrategias comerciales o políticas cuyo fin es difundir información negativa o sesgada con el objeto de perjudicar a un competidor. En los mercados la estrategia es sencilla: desprestigiar o sembrar la duda sobre un producto, un proyecto o un activo con fines interesados.
El FUD institucional en los últimos años hacia Bitcóin y el mercado de las criptomonedas es un gran ejemplo: blanqueo de capitales, narcotraficantes, estafas, terroristas, tulipanes… poco menos que ‘el dinero de Lucifer’. No es de extrañar, pues muchas empresas se han visto amenazadas con la llegada de un sistema alternativo que les reta desde la descentralización, algo que no pueden controlar. Bancos, proveedores de pagos, gobiernos… son muchos los que han lanzado mensajes interesados en desprestigiar a una industria con la que, pese a todo, no han logrado acabar. Algunos de ellos han acabado incluso subiéndose posteriormente al carro que habían pisoteado. Ya se sabe, si no puedes con tu enemigo…
Así son los mercados: mientras con una mano se siembra incertidumbre y miedo, con la otra se compra y se acumula el activo que se difama para luego, una vez que se ha conseguido lo que se quiere, volver a hablar bien de él con la intención de que el precio suba. Así, mientras desde JP Morgan tachaban a Bitcóin de “fraude” y prohibían a sus trabajadores comerciar con él bajo amenaza de ser despedidos, ahora ofrecen a sus clientes productos basados en aquello que llamaron “fraude”. ¿Simplemente cambiaron de opinión o compraban mientras lo difamaban? Cualquier opción es posible.
La industria de las criptomonedas vive casi de forma permanente entre el FOMO y el FUD. Aunque una pueda parecer positiva y la otra negativa, ambas logran desencadenar efectos devastadores. Y las dos, a su vez, pueden resultar incluso positivas si saben identificarse a tiempo.
Lo cierto es que es algo que se repite en cada ciclo, entre las fases de euforia y depresión: antes de llegar a los casi 20.000 dólares en 2017 la gente intentaba entrar al mercado a toda costa (FOMO). Pero una vez concluye la tendencia y el precio corrige fuerte el mensaje que cobra fuerza es que Bitcóin y el resto de las criptomonedas se van a ir a cero, que van a desaparecer y que solo las usan los delicuentes (FUD). Durante ese tiempo el precio llega a su punto más bajo y poco a poco vuelve a remontar. Nadie se fía aún, podría tratarse solo de un rebote, uno más, para seguir a la baja hasta su desaparición. Pero el precio comienza a subir y a dar signos de fortaleza. Desde los 3.000 dólares acaba volviendo a los 20.000, luego a los 40.000 y el precio toca los 60.000. Aparecen cifras que predicen precios desorbitados en distintas publicaciones, en canales de YouTube o en cuentas de Twitter mientras las noticias positivas rodean de nuevo al mercado. El FOMO, una vez más, ha vuelto a escena.