Por estas fechas, las comidas ceden paso a las comilonas. Es como si hubiera una norma no escrita sobre el deber de entregarse en feliz comunión a una barra libre de fruslerías. La consecuencia directa es la acumulación de sobras. O se meten en el congelador con la esperanza de resucitarlas más adelante o acaban en la basura. En todo caso, ambas opciones revelan uno de los grandes males de nuestra sociedad primermundista: el despilfarro alimentario. Según un estudio pionero elaborado por el Gobierno vasco a través de ELIKA Fundación para la Seguridad Agroalimentaria, en Euskadi desperdiciamos 142 kilos de alimentos por persona al año. Compramos de más, suspendemos en planificación y olvidamos aquella enseñanza de la niñez de no dejar nada en el plato.
En el día a día son las manzanas que quedaron olvidadas en un cajón de la nevera o la pechuga que estaba baratísima por próxima fecha de caducidad y al final no se cocinó. Llegada la Navidad se suman los restos de ensaladilla rusa, las piezas de cordero ya secas y el langostino de la vergüenza. Son pequeñas gotas de agua que hacen océano, aunque a la gente parezca preocuparle más las secuelas de los excesos en la cintura que en el planeta. Los reportajes que proliferan estos días son un villancico de claves para sobrevivir a los festines gastronómicos sin ganar peso.
Por eso cuando llegan estos días de celebración, la directora de ELIKA se pone especialmente machacona. Los kilos que a Arantza Madariaga alertan están en la comida que puede llegar a desperdiciarse. Es lo que tiene poner el foco en lo importante, en lugar de dar luz a la superficialidad. “La fabricación de alimentos supone el 70 % del consumo de recursos naturales. Para producir un kilo de carne, por ejemplo, hacen falta 10.000 litros de agua. Si echas a perder unos filetes, estás malgastando dinero y has desperdiciado ese producto, pero además has derrochado agua, la comida del ganado… ¡Si es que tiramos un tercio de lo que producimos mientras 800 millones de personas pasan hambre en el mundo! No tiene pase ni económica mi medioambiental ni éticamente”, advierte.
Más comidas preparadas, menos aprovechamiento
El archiconocido espíritu de la Navidad debería de ser un aliado para concienciarse de esto que evidencia Madariaga, pero el despilfarro alimentario parece formar parte inevitable de las fiestas. “Es verdad que en Navidad planificamos más y compramos productos más caros y eso es positivo para reducir el despilfarro, pero a la vez hay más compras de alimentos, se mueven más cantidades de comida entre lunches, restaurantes, encuentros en casa… Lo comido por lo servido”, asegura.
Los cambios de costumbres y tendencias tampoco han ayudado a evitar el desperdicio alimentario. A finales de siglo XX y principios del XXI estaban de moda los encuentros pantagruélicos, pero no se tiraba nada. Ahora hay más control de lo que llega a la mesa, quizá porque aquellos sufridores de la postguerra han dejado paso a gentes bien alimentadas con frecuentes oportunidades de celebración, pero lo que queda en el plato es más habitual que pase a la basura. Madariaga lo tiene claro: “En Navidad las nuevas generaciones optan más por comidas preparadas, lo que ayuda a controlar mejor las raciones, pero no son expertas precisamente en aprovechamiento. Antes, con lo que sobraba de estos banquetes, las amamas hacían las mejores croquetas del mundo”.
Covid e inflación, dos nuevos factores en juego
Eso sí, esta Navidad llega con particularidades que podrían marcar la diferencia. Para bien o para mal. Una de ellas es la paulatina entrada en la era post Covid. La mayoría de familias se ha acostumbrado a reducir las celebraciones navideñas a la mínima expresión y en unas cuantas casas sigue primando la cautela, pero el virus ya no es el de antes y la ciudadanía tiene ganas de frenesí. ¿Qué pasará? En ELIKA quieren confiar en que “se comprará con cabeza y no se tirará la casa por la ventana solo por celebrar el principio del fin de la pandemia sanitaria”, pero no las tienen todas consigo.
Otro asunto que puede marcar un punto de inflexión, temporal al menos, es la inflación económica. Los expertos en esto del despilfarro alimentario saben que lo que más lleva al personal a controlar las compras de alimentos no es la fotografía social y medioambiental que antes planteaba Madariaga, sino el dolor de bolsillo. Según el dato definitivo del IPC de noviembre, la carne de porcino ha subido un 12,3%, la de vacuno un 13,2%, el pescado un 10,9%, y los crustáceos y moluscos un 12,5%.
Brindar con cava costará un 9,2% más. Y ojo con intentar endulzarse la vida, porque los turrones, polvorones y mazapanes podrían incrementarse hasta un 14%. “Estamos en un momento delicado y queremos pensar que la gente mirará mejor lo que compra y cuánto compra. ¿Si no lo hacemos ahora, cuándo?”, interpela Madariaga.
Prima la comodidad, falta voluntad
Por si sonaran grillos a modo de respuesta, lo suyo es pasar de la arenga a las claves prácticas. La Plataforma de Euskadi contra el despilfarro de alimentos, formada por más de cien entidades vascas, ha aprovechado la proximidad de las fechas navideñas para reeditar la campaña “La comida no se tira”. Empezó el pasado día 12 y continuará hasta el 22 de diciembre, con divulgación de mensajes y recomendaciones a través de cuñas de radio, redes sociales, marquesinas y mobiliario urbano de Bilbao, Donostia y Vitoria-Gasteiz. Esta vez se ha optado por destacar los datos extraídos del diagnóstico del Gobierno vasco, pero también hay un porrón de ideas que suenan a típicos “consejos de la abuela”: organiza los menús, haz un calendario, apuesta por los productos vegetales, congela, recicla… Son sencillos, puro sentido común, pero no terminan de seguirse.
“Nos cuesta porque primamos la comodidad”, lamenta la directora de ELIKA. A su juicio, eso es lo que explica que, fiestas aparte, la mayoría de gente compre para toda la semana y si no calcula bien acabe tirando perecederos a la basura. “Cierto que vivimos en una época de prisas, estrés y falta de conciliación, pero la frase de “no tengo tiempo” es una excusa muy buena, porque para chorradas siempre acabamos rascando algún rato”. Madariaga no tiene pelos en la lengua pero sí ganas de seguir haciendo pedagogía: “Es fundamental ser ejemplo y ayudar a los demás a ser conscientes con gestos básicos”.
En realidad, se trata de hacer un pequeño esfuerzo. Dejar de llenar la boca de discursos y el cubo de basura de restos de comida. Entender el impacto de nuestras decisiones. No echar la culpa a los demás de aquello que podemos hacer por un mundo mejor. Ponerle voluntad. El despilfarro cero es imposible, pero la Navidad es buen momento para empezar a hacer “milagros”.