Eduardo Maura fue durante cuatro años el referente en cultura de Podemos a nivel nacional. Bilbaíno (nacido en Valladolid, su padre trabajaba allí en aquel momento), desde hace varios lustros reside en Madrid desarrollando su carrera en la universidad. 

Eduardo Maura es Licenciado en Filosofía y Sociología por la Universidad de Deusto, profesor de Estética en la Complutense de Madrid desde 2011. Imparte también clases en los grados de psicología e historia del arte. Ha publicado dos libros hasta la fecha. 

Al mismo tiempo, su inquietud por las políticas culturales le lleva a trabajar también en el campo de la consultoría, diseño y planificación de políticas culturales tanto públicas como privadas. Maura realizó un máster en gestión de instituciones de arte contemporáneo. 

En marzo de 2019 finalizó su etapa como Portavoz de la Comisión de Cultura y Deporte de Podemos en el Congreso de los Diputados. 

Con la perspectiva que aporta el paso del tiempo, ¿cómo valora tu experiencia en política? ¿Qué gusto le quedó tras salir por última vez del Congreso en 2019?

En general, el sabor es muy bueno. Fueron años muy exigentes en cantidad y dificultad del trabajo, tanto en el Congreso como en el proceso de construcción de Podemos como partido. Y con días y semanas muy duras. Pero también, valga, el tópico, fueron años de aprendizaje y de salir de mí mismo, de mis inercias personales y profesionales, y de las limitaciones que nos autoimponemos las personas, o de las nos dejamos imponer. Mi sensación es también que haber conocido la política institucional por dentro es una experiencia que te pone en tu sitio. Conocer la maquinaria legislativa y usarla para producir norma, por un lado, y aprender a controlar al gobierno, por el otro, que al final es lo que hacemos en el Congreso, no solo son actividades estimulantes en sí mismas. Te llevan a conocer a gente que ha estado en situaciones y ha tomado decisiones difíciles, y eso se disfruta mucho. Por último, los años en el Congreso me han enseñado a tomarme mi tiempo antes de emitir ciertos juicios y a ser menos ansioso con la política.

En la esfera pública, los políticos (los buenos y los malos, que de todo hay) son como el banco malo del resto de la sociedad. Todo el mundo vuelca en los políticos frustraciones, toxicidades y bloqueos que a menudo no tienen nada que ver con la política. Que tienen que ver con la vida cotidiana de la gente, que a veces se pone muy cuesta arriba también. Mucha gente piensa que lo haría mucho mejor que los políticos que conoce porque trabaja en una empresa o porque tiene un negocio. Y la verdad es que no. Hay mucha gente de a pie que haría política muy bien, y que ojalá se anime, pero la mayoría se moriría de miedo gestionando una pandemia, por poner un ejemplo. 

Hay mucha gente que piensa que los políticos son todos imbéciles, pero que, enfrentada ella misma a la tarea de gestionar una gran crisis, dimitiría a las 24 horas de puro pánico. El trabajo político es duro también por esto. Porque es un gaje del oficio que mucha gente se sienta superior a ti por defecto o que piense que no necesita aprender para hacerlo mejor que tú. Tengo mis dudas sobre esto, no porque la gente de a pie no pueda hacer política, que por supuesto puede y debe, sino porque hacer política te convierte automáticamente en una persona más modesta. Salvo que seas un sociópata o un egocéntrico, que entonces no te hace más modesto, sino que te vuelve loco.

¿De qué forma se acerca Eduardo Maura a Podemos cuando el partido se estaba formando y cómo encaja su conocimiento en la formación?

Me acerqué por pura proximidad geográfica, puede decirse. Lo cierto es que ya tenía una doble historia de militancia política desde mis años de adolescencia en Bilbao. Por un lado, soy de una familia donde ha habido muchos políticos, desde Antonio Maura hasta Jorge Semprún, pasando por Miguel Maura o Constancia de la Mora. Sobre todo políticos de derechas, pero no solo. Desde muy pequeño escuchaba en casa de mi abuela paterna conversaciones sobre política y sobre políticos, y de ahí saqué mi primera impresión.

Por el otro, crecí, como tú, en la Euskadi de la ponencia Oldartzen y la “socialización del sufrimiento”, de Gesto por la Paz y Elkarri, de Lasa y Zabala, de Gregorio Ordoñez y Miguel Ángel Blanco. Ahí tuve mis primeras experiencias políticas en serio, particularmente en un pequeña agrupación de Gesto por la Paz que hicimos en el colegio. Pequeña, pero muy formativa.

Más adelante, estuve varios años parado políticamente, haciendo otras cosas, y solo me fui reactivando a partir de la crisis de 2008-2010 y a través del movimiento estudiantil, siendo yo becario predoctoral en la Complutense. Las asambleas contra el Plan Bolonia y contra la Estrategia Universidad 2015 fueron una escuela importante, tanto como poco después los movimientos 15-M y Rodea el Congreso. Ahí volví a politizarme por tercera vez, por así decir. La primera en casa de mi abuela, la segunda en Gesto por la Paz, la tercera en el movimiento estudiantil.

Con este bagaje más o menos deslavazado, recién pisé Madrid en otoño de 2013, tras una estancia de investigación de varios meses en Estados Unidos, supe por Luis Alegre, mi compañero de despacho en la facultad (lo era entonces y todavía lo es hoy) que había movimientos en torno a un posible partido político con vocación de hacer algo diferente, de lo que entonces se denominó “patear el tablero político”. Cuando eso se intensificó, empecé a curiosear, a preguntar, me animé finalmente a ir a la presentación pública de Podemos y a meterme en uno de los primeros grupos de coordinación que se crearon en febrero de 2014. Comencé a militar en Podemos, en resumen, con mucho gusto y mucha energía.

 

Hay mucha gente que piensa que los políticos son todos imbéciles, pero que, enfrentada ella misma a la tarea de gestionar una gran crisis, dimitiría a las 24 horas de puro pánico

 

¿Cuál es la motivación principal que le lleva a aportar su conocimiento (en clave cultural) a Podemos? ¿Formaste parte desde el principio del Círculo de cultura del partido?

Mis intereses culturales como individuo y como consumidor estaban dirigidos sobre todo al arte contemporáneo, la música y la literatura, pero lo que me atrajo del planteamiento cultural de Podemos es que tenía idea de cultura más abierta que la que tenían otras fuerzas políticas.

La idea no era que cultura = suma de sectores o que cultura = algo espiritual que no está arraigado en la vida cotidiana. El planteamiento siempre fue que la cultura era a la vez un derecho, un sector económico y un pilar de nuestro patrimonio individual y colectivo, material e inmaterial, formal e informal. Era una idea de cultura desde donde yo veía opciones de producir buenas políticas públicas y de ampliar horizontes individuales y colectivos. La cultura era intrínseca al cambio político y el cambio político o era también cultural o no era nada.

Formé parte del Círculo Podemos Cultura desde el comienzo y ahí fui aprendiendo más y más sobre políticas culturales y sobre problemas de trabajo cultural, propiedad intelectual, gestión cultural, interacción público-privado, financiación cultural, patrimonio, cultura y mundo rural, generación de públicos, etc. La riqueza de los debates llegó a ser muy grande y me beneficié mucho de ella, tanto en el partido como en el Congreso.

Por ejemplo, tuve una experiencia muy buena coordinando el equipo que elaboró el programa de cultura para las elecciones generales de 2015 y 2016, labor para la cual tuvimos la suerte enorme de contar con la experiencia previa de las autonómicas y municipales de primavera de 2015, sobre todo la experiencia del programa de Podemos para las elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid, que coordinó Jazmín Beirak y que entonces era el más avanzado, me atrevo a decir, de la historia de las políticas culturales en España. Muchas personas lo han sido y siguen siéndolo, pero realmente Jazmín Beirak ha sido una fuente de inspiración crucial para mí. Y luego en el Congreso me especialicé sobre todo en trabajo cultural (Estatuto del artista) y propiedad intelectual, que son asuntos de competencia estatal, pero también trabajé en casi todos los ámbitos que he mencionado arriba.

Digamos que muchas personas hicimos un viaje en el que salimos transformados. Nuestra idea de la cultura, la que al menos yo conocía por los libros y por los debates teóricos, se fue abriendo y transformando. Por ir a algo más específico, para mí hoy es irrenunciable que la política cultural es política social y es política de redistribución de renta, es decir, política económica también. La cultura debe ser un eje político como lo son las políticas de igualdad o las políticas de transición energética. Un sector con trabajadores y empresas, autónomos, asociaciones, pymes y micropymes que debemos cuidar, y también algo que va más allá de lo sectorial, pues la cultura está en todas partes y nos relacionamos con ella constantemente.

Es básico, a este respecto, hacer políticas públicas que favorezcan una oferta cultural diversa, pero también políticas como el bono cultural, que fortalezcan una demanda también más diversa. Que permitan que haya más experiencias culturales de más tipos. Que abran más nuestras vidas y que podamos disfrutar cada día más. Y muchas políticas más que tienen que ver con la cultura como derecho y como bien común.

 

Otra manera de que la política entienda mejor la cultura es ampliando el concepto de lo cultural más allá de lo típico que el político maneja: festival, sala, teatro, cine...

 

¿De qué forma toma una posición clara -dentro del ámbito político- en lo que a la cultura se refiere? 

Creo que mis posiciones se van afianzando en los meses anteriores a las elecciones generales de diciembre de 2015. En primavera salen los programas autonómicos, unos mejores y otros peores, y yo, como coordinador de programa cultural del partido, me encuentro en medio de un calendario muy exigente de reuniones con agentes culturales, asociaciones profesionales, empresas, colectivos, etc. Entre abril y octubre me forjo, o mejor dicho, nos forjamos una cierta personalidad político-cultural. Efectivamente, hubo debates y tensiones. Había posiciones más intelectualistas, más economicistas, más tecnofóbicas y más tecnofílicas. Había inercias del 15-M y de los diferentes sectores donde trabajaban las gentes que colaboraban con Podemos Cultura (escénicas, audiovisual, música, artes visuales, academia, etc.) 

También piensa que Podemos fue una sensación en 2014. Nadie se lo esperaba y durante meses todo el mundo quería hablar con nosotros. Por supuesto, una vez pasa la primera gran ola de entusiasmo, llegan los errores, los problemas, los rivales te pegan y sangras, las cosas se asientan, las elecciones te van poniendo en tu sitio... y entonces no es que algunas gentes ya no te llamen, es que no te cogen el teléfono. Esa experiencia fue divertida y enriquecedora también, la de que te miren mucho y la de ser transparente, todo ello en apenas tres años y medio. También hubo mucha gente que siempre estuvo ahí para hablar y para defender sus intereses y que nos respetó siempre, en los acuerdos y en los desacuerdos. Y de todos estos agentes y situaciones aprendimos algo.

El caso es que con todo esto, y a base de hablar con mucha gente y de muchas horas, conseguimos elaborar un paradigma, que en realidad he descrito en la pregunta anterior, en el que podíamos estar cómodos, dialogar con otros, dentro y fuera de los sectores culturales establecidos, aprender de ello y al mismo tiempo ampliar horizontes, salir de nosotros mismos y de nuestras inercias. Un paradigma teórico que nos resultaba práctico a nosotros y a quienes queríamos servir: los agentes culturales y la ciudadanía en general, en pocas palabras.

Da la sensación de que su experiencia política le aporta el refuerzo de una posición en relación a la cultura que ni mucho menos es tan sólida entre la sociedad. 

Por ello siempre los agentes culturales se ven en la necesidad de defender una posición muy inicial, muy de origen, para sacar adelante sus proyectos. Esta defensa significa pérdida de energía y, en muchos casos, de confianza en su trabajo. 

Estoy de acuerdo en que, pese a la importancia de la cultura en la vida cotidiana de las personas (¿te imaginas una vida normal como la nuestra sin símbolos culturales compartidos y sin consumo cultural?), el paradigma vigente es que la cultura no es una de esas “cosas de comer” de las que hablan a veces los políticos. Que es algo superfluo que solo afecta a los que se dedican a la música, el cine o el teatro. Mi posición es clara: la cultura sí es una “cosa de comer”. La cultura es indispensable para el bienestar humano, para vivir bien, sea cultura cotidiana (una canción que cantas a tu hija antes de dormir) o cultura en sentido industrial (un concierto, una expo, una película, etc.) Luego hacer política cultural (que diversifiquen la oferta e incrementen la demanda, que protejan la cultura común) es hacer política social. Y además es un sector precario que necesita protección, solidaridad y asociacionismo.

Cada vez que nace un proyecto cultural tiene que explicar su función social, como si tuviera que pedir perdón por existir. Esto no pasa si montas un bar, una empresa de importación/exportación o una farmacia. La labor de la política (y añado, de toda la sociedad) es reconocer la importancia de todos estos proyectos (el bar, la empresa, la farmacia, el proyecto cultural) por igual. Pero esto o lo hacemos entre todos o no sale. Todos tenemos una responsabilidad social hacia la cultura… aunque solo sea porque sin ella no sabemos vivir.