Hemos oído hablar tanto del efecto mariposa (eso de que el aleteo de una mariposa puede provocar un huracán al otro lado del mundo) que nos hemos construido el espejismo de que todas las desgracias son productos casi del azar, inevitables, y que sus orígenes son inaprensibles para nosotros.
Lo que tantos británicos deseaban, por sí o porque se les mintió con intensidad y descaro sobre las ventajas de su salida de la Unión, por fin se hará realidad y tiene toda la pinta de que será a lo bestia.
Esforzarse en hacerlo todo mal, a conciencia, y con considerable dedicación por parte de un número suficiente de personas, a veces resulta todo un éxito y finalmente sobreviene el desastre que se buscaba con tanto ahínco. No seríamos entonces víctimas del 'efecto mariposa' sino del efecto Dunning-Kruger que sostiene que la ignorancia genera mas confianza en las propias capacidades que el conocimiento.
Viene esto a la evidencia de que el Brexit va a llegar por fin. Lo que tantos británicos deseaban, por sí o porque se les mintió con intensidad y descaro sobre las ventajas de su salida de la Unión, por fin se hará realidad y tiene toda la pinta de que será a lo bestia. Sin matices, sin acuerdos de cercanía con el resto de Europa, con nuevas fronteras, aranceles, cuotas de productos, como si Reino Unido nunca hubiese formado parte de la Unión. ¡Albricias! ¿Albricias?
Por de pronto los enormes ahorros que supuestamente se iban a producir, y que se reconocieron falsos nada más terminar el referéndum, se han convertido en un gasto para el Reino Unido de en torno a 4.000 millones de libras (por ahora) y en la inminente separación del mercado al que dirigen el 43% de sus exportaciones y del que reciben el 51% de lo que compran en todo el mundo.
Creímos que el Brexit no triunfaría y triunfó, que la extrema derecha nunca llegaría a España y llegó, que los dirigentes independentistas catalanes no llegarían a instalarse en la locura y lo hicieron, que Trump no ganaría y cuando ganó...
La superficialidad de la información que aceptamos como buena (a menudo por ser divertida y ocurrente) combinada con la percepción de que si no pasa nada malo en un plazo muy breve ya nunca pasará, contribuye al autoengaño y nos ayuda a despeñarnos, alegres y ruidosos, por las pendientes de las decisiones brillantes e irresponsables.
Creímos que el Brexit no triunfaría y triunfó, que la extrema derecha nunca llegaría a España y llegó, que los dirigentes independentistas catalanes no llegarían a instalarse en la locura y lo hicieron, que Trump no ganaría y cuando ganó, que el poder lo moderaría y normalizaría. No hubo tal. Que no cumpliría sus fanfarronadas de no aceptar su derrota ante Joe Biden y las ha cumplido, que el virus era una pequeña gripe en China exagerada por los epidemiólogos. En fin, que las decisiones colectivas son como un divertido concurso televisivo al que “hemos venido a jugar” y que los datos y opiniones prudentes y documentadas solo buscan aguarnos la fiesta.
Aquel 23 de junio de 2016 a los ciudadanos del Reino Unido se les convenció de que tomasen una opción atractiva y que no se preocupasen tanto, que no pasaría nada, si acaso bueno. Las consecuencias irán llegando a partir del 1 de enero, porque una decisión así de grande, tomada con la enorme superficialidad con que se defendió por parte de sus partidarios abre inevitablemente posibilidades distintas, con sus bondades y desastres correspondientes. Ya iremos viéndolas. Lo que es seguro es que hará falta mucha inteligencia y sentido común, que no faltan en el Reino Unido, para sobrellevar y obtener éxitos futuros del desastre de partida que supone el Brexit. Un considerable gasto de energía y cordura que podrían haberse usado en cosas más provechosas que salir de un agujero donde metieron al país quienes nunca serían capaces de arreglar el desaguisado que provocaron y del que aún se enorgullecen.
Tal vez podríamos nosotros aprender algo de las consecuencias de que nuestro propio debate público sea también un entretenido lodazal en el que la inquina contra el otro es la norma básica, el respeto por la verdad, una rareza y la visión a largo plazo, una excentricidad reaccionaria. En ese concurso en el que participamos todos a los británicos les ha tocado el Brexit. A ver qué nos toca a nosotros.