Sitúen la escena.
Lunes 25 de enero tomando una consumición, la última a saber hasta cuándo, en un bar del mismísimo centro de Vitoria-Gasteiz, cuando ya es conocido que el martes 26 la hostelería echará el cerrojo por tercera vez en los últimos meses.
- ¿Tienes patatas fritas?, pregunto.
- No, lo siento. Estamos vaciando todo, me contesta el camarero.
- ¿Por el cierre?
- Sí, por el de mañana y porque ya no vamos a volver a abrir. Lo dejamos. No aguantamos más. Gracias por todo.
Esta conversación, real en todos sus términos y que deja un gran poso de tristeza, podría haberse producido no en uno, sino en cualquiera de los centenares de establecimientos que no volverán a levantar la persiana, porque ya no pueden más. La pandemia, la falta de ayudas y la culpabilidad que se les ha imputado en el proceso de transmisión de contagios, han terminado no sólo con muchos negocios, sino con el ánimo y la estabilidad emocional de muchos hosteleros.
No es para menos. La situación es dramática y para más INRI no se ve la salida, ni la famosa luz al final del túnel. El bicho, las decisiones políticas y la irresponsabilidad de algunos, tienen mucho que ver con lo que está ocurriendo y que están pagando de una manera cruel los hosteleros. Y no es un tema fácil, ni baladí. Tras cada uno de esos cierres hay un drama, una situación difícilmente sostenible, muchos más problemas de los que en muchos casos somos capaces de visualizar los que no pertenecemos al gremio.
La falta de ayudas y la culpabilidad que se les ha imputado en el proceso de transmisión de contagios han terminado con el ánimo y la estabilidad emocional de muchos hosteleros
La pandemia y las decisiones, que obviamente no son fáciles pero que en muchos casos resultan erráticas, están cambiando el paisaje de nuestras calles en las que día a día presenciamos nuevas clausuras. No tengan dudas de que después de la pandemia habrá bares, habrá restaurantes, habrá comercios y habrá empresas. Pero muchos y muchas ya no serán los mismos. En muchos casos, ni serán los mismos establecimientos, ni los regentarán las mismas personas. No serán esos lugares emblemáticos donde quien más quien menos, tiene una historia que contar. Porque los bares están llenos de historias. Las hemos ido construyendo entre todos, con nuestras vivencias. Nos permiten socializar, disfrutar, compartir. Es inevitable echarlos de menos y ser ahora más conscientes que nunca de lo importantes que son para la mayoría de nosotros.
Y también es inevitable pensar que están pagando los platos rotos sin obtener nada a cambio. En ese difícil equilibrio entre la salud y la economía está claro que hemos tomado malas decisiones; no hemos salvado ni una cosa, ni la otra. Y lo más grave es que todavía no hemos visto lo peor. Todavía tenemos a la economía anestesiada con ayudas directas, indirectas y al empleo sostenido a base de prorrogas de ERTES. Ojalá me equivoque. De hecho, me encantaría equivocarme, pero creo que vamos a ver muchos más cierres, muchos dramas económicos y con ellos, muchos problemas emocionales y personales.
En ese difícil equilibrio entre la salud y la economía está claro que hemos tomado malas decisiones; no hemos salvado ni una cosa, ni la otra
Ojalá todavía estemos a tiempo no de salvar la Navidad, el verano o la Semana Santa, sino de salvar los muebles, de ayudar a los sectores que más lo necesitan. Son muchos y hay que establecer prioridades, pero la hostelería es uno y, no nos engañemos, va directamente ligado a nuestra cultura y a nuestra forma de entender la vida. Como decía 'Gabinete Caligari' en los tiempos en que era impensable ver cerrados los bares, en uno de sus emblemáticos temas: “bares qué lugares tan gratos para conversar, no hay como el calor del amor en un bar”.
Larga vida a los bares que nos dan vida, alegran nuestras calles y generan importantes historias individuales y colectivas.