Durante los últimos meses estamos viendo circular por nuestras calles miles de sonrisas ajenas a la tristeza provocada por la pandemia que estamos viviendo. Son sonrisas dibujadas en furgonetas, camiones y paquetes, miles de paquetes. Se trata del logo de una de las mayores compañías mundiales, que ha convertido a su CEO, el estadounidense Jeff Bezos, en el hombre más rico del mundo. De cada dólar que se gasta en internet, 44 céntimos van a para a las arcas de Amazon, esta cifra lo dice todo de una multinacional que, con poco más de 25 años de vida, ha sabido anticiparse y satisfacer las necesidades de sus más de 300 millones de clientes en todo el planeta. El éxito de este modelo de negocio y la visión de futuro de su fundador es evidente, como cada vez lo es más el efecto que está provocando en la pérdida del comercio urbano en nuestras ciudades y, en definitiva, en la “desertización” de sus centros y barrios. Sin embargo, en este artículo no pretendo demonizar a Amazon, ya tiene suficientes detractores en todo el mundo que le sacan los colores por su falta de transparencia, su dudosa ingeniería financiera para no pagar apenas impuestos, o las malas condiciones de una buena parte de su plantilla, sino ponernos a todos y todas frente al espejo de nuestras acciones y mostrar que no son neutras, que de nuestras decisiones de compra diarias dependen miles de puestos de trabajo, la vida de nuestras calles y la salud ambiental de nuestro planeta.
En una ciudad como Madrid cada día se reparten más de 400.000 paquetes y su reparto supone ya más del 38% del volumen de tráfico de la capital de España. Es la llamada “última milla”, el reparto de las mercancías dentro de la propia ciudad, la mayor causa de que una sola compañía como Amazon tenga una huella de carbono anual superior a la de 9 de los 27 países de la Unión Europea, 44,4 millones de toneladas de CO2. Esta es solo una cifra del coste medioambiental de que usted reciba un paquete en menos de 24 horas, la principal propuesta de valor diferencial de la compañía de Bezos. ¿Estamos dispuestos a pagarlo? Parece que sí.
En Euskadi, antes de la llegada de la covid-19 entre 2015 y 2019 el número de autónomos ya había bajado un 8%, el cierre de locales y comercios ya era una realidad que ahora se ha incrementado de manera muy preocupante
El crecimiento de las compras por internet y sus correspondientes repartos, liderado por Amazon, es exponencial y se ha multiplicado durante la pandemia. La expansión de la compañía en España es imparable, en 2020 sumó otros 5.000 trabajadores a su plantilla, con lo que en 2021 son ya más de 12.000 personas en nómina. Sus centros logísticos crecen como setas y las instituciones se enorgullecen de que lleguen a sus territorios, algo totalmente lógico si se piensa en inversiones como las anunciadas recientemente por la multinacional norteamericana en Castellón o en Oviedo, con la creación de más de un millar de nuevos empleos en cada una de las ubicaciones. Por cierto, la plataforma logística alavesa Arasur competía con Oviedo por esta inversión y las instituciones alavesas y vascas no han tardado en afirmar que esperan Amazon ubique en Euskadi alguno de sus principales plataformas logísticas, ahora sólo cuenta con un pequeño centro de reparto en Trapagaran.
Frente a estas cifras que apabullan, nos encontramos con otras no menos significativas y que dibujan una realidad nada halagüeña para algo a lo que a todos se nos llena la boca al pronunciarlo: el comercio local. En Euskadi, antes de la llegada de la covid-19 entre 2015 y 2019 el número de autónomos ya había bajado un 8%, el cierre de locales y comercios ya era una realidad que ahora se ha incrementado de manera muy preocupante. Se calcula que en todo España ya se han cerrado 65.000 tiendas desde que nos confinaron en marzo del año pasado y se prevé que esta cifra alcance las 90.000. No es de extrañar que casi el 70% del más de medio millón de puestos de trabajo destruidos en 2020 correspondan al comercio y la hostelería. Nos podemos dar un paseo por cualquiera de las capitales vascas y nos encontraremos con cientos de locales cerrados, muchos de ellos ubicados en las principales vías comerciales, y nos daremos cuenta de que nuestras calles no dejan de perder vida y diversidad y que, inevitablemente, corremos el riesgo de que se acaben desertizando con lo que todo esto supone en aspectos sociales, económicos o incluso de seguridad ciudadana.
Nos jugamos mucho, nuestras acciones no son neutras, lo consumidores tenemos un poder inmenso y en nuestras manos está decidir a quién entregárselo, no vaya a ser que las sonrisas lejanas se conviertan en tristezas cercanas.
Evidentemente, esto no es sólo culpa de Amazon y el auge de las compras por internet, aunque si que es uno de los factores principales, el comercio local ha sido víctima de una tormenta perfecta con varias borrascas asociadas como la proliferación de centros comerciales en los extrarradios y, sin duda también, la falta de visión y de saber anticiparse a las necesidades de sus clientes que han tenido muchos de los comerciantes locales. No sé si llegamos ya a tiempo, pero si queremos revertir esta situación todos tenemos que poner nuestro granito de arena: nosotros los consumidores usando menos el “intro” y más la manilla a la hora de hacer nuestras compras, los comerciantes “conquistando” de nuevo a sus clientes con propuestas diferenciales que se unan a los valores medioambientales y de cercanía, que cada vez reclaman más los consumidores, y las instituciones favoreciendo de verdad nuevos negocios de cercanía, facilitando el acceso a locales, como lo acaba de hacer la sociedad Ensanche 21 del Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, o con medidas de apoyo innovadoras y valientes. El comercio a pie de calle es una parte esencial del ecosistema urbano y ya se han “talado” demasiados árboles de este ecosistema. Hay que detener esta deforestación comercial, es uno de los deberes de la necesaria transición ecológica con importantes afecciones sociales, medioambientales y económicas. Nos jugamos mucho, nuestras acciones no son neutras, lo consumidores tenemos un poder inmenso y en nuestras manos está decidir a quién entregárselo, no vaya a ser que las sonrisas lejanas se conviertan en tristezas cercanas.