La política nunca deber ser un fiel reflejo de la ideología, ni siquiera cuando un partido tiene una mayoría absoluta. Más bien la política orbita alrededor de la ideología, pero en su recorrido tiene que negociar a muchas bandas y con muchos actores, no solo políticos. No hay seguramente frase más repetida en las noches electorales que la que afirma que el gobierno del partido ganador lo será de todos y no solo de quienes le votaron. Por mucho que esta frase suene hueca y repetitiva, tampoco crean que es tan veterana en la política. Más bien al contrario.
Hasta que la II Guerra Mundial puso a Europa ante el espejo para que viera bien reflejado el horror que conlleva la completa absorción de la política por la ideología, lo normal era que los partidos triunfantes en elecciones (o en otras formas de hacerse con el gobierno) postularan como necesario hacer lo contrario de lo que ahora repetimos como mantra cada noche electoral. Si les apuraban un poquito, hasta se hacían una nueva constitución de la noche a la mañana y listos.
Lo que caracteriza más la política occidental desde mediados del siglo pasado es, precisamente, un reajuste de equilibrio entre política e ideología. Su principal rasgo se tradujo en un nueva concepción de la constitución como un suelo común que puede sostener a todas aquellas ideologías capaces de jugar dentro de su esquema básico. Por ello, el constitucionalismo de posguerra es más garantista, más incisivo en las libertades políticas y civiles y más cuidadoso con la separación y equilibrio de poderes. Dicho de otro modo, es un constitucionalismo menos ideologizado y más político en el sentido de que exige de la política una mayor capacidad de juego que la que le marca la ideología.
Lo que caracteriza más la política occidental desde mediados del siglo pasado es, precisamente, un reajuste de equilibrio entre política e ideología
La superación de la guerra como instrumento de la política tiene mucho que ver con este sistema de autonomía (que no independencia) de la política respecto de la ideología y de la constitución como suelo básico de libertades, derechos y equilibrio de poderes. Hasta la implementación de estos sistemas en el continente europeo la guerra era un fenómeno tan cotidiano y presente como el hambre.
Es por ello especialmente preocupante la tendencia a cuestionar ese fundamento tan básico de la política occidental que surgió precisamente de la experiencia del horror. Lo hemos visto a punto de desencadenar una guerra civil en EEUU y lo vemos en Polonia o Hungría donde el suelo constitucional se estrecha a requerimiento de la ideología, dejando fuera cada vez más ciudadanía y más humanidad. Pero no hay que irse lejos para verlo, pues está sucediendo también aquí. En Cataluña el sometimiento de la política a la ideología se ha exacerbado hasta el paroxismo y, de hecho, como acaba de confirmar en su toma de posesión como presidenta del Parlament Laura Borrás, todo apunta a un gobierno que redoble esfuerzos en ese afán por reducir el espacio constitucional a la ideología propia: solo los independentistas deben contar en la política catalana y el gobierno debe responder solamente a ese requerimiento ideológico.
En Cataluña el sometimiento de la política a la ideología se ha exacerbado hasta el paroxismo y, de hecho, como acaba de confirmar en su toma de posesión como presidenta del Parlament Laura Borrás
Tampoco augura nada bueno el que será eslogan del PP en las elecciones madrileñas, “libertad o socialismo”. Dejar fuera de uno de los valores constitucionales básicos (la libertad) a la oposición en bloque (el “socialismo” aquí es mucho más que el PSOE), puede rendir mucho electoralmente en un ambiente bien caldeado, pero encierra ya un anuncio claro de hasta qué punto el PP se está plegando sin remisión al único semillero ideológico consistente en estos momentos en la derecha española, Vox. Isabel Díaz Ayuso lo ha visto claro y hace tiempo que viene sorbiendo de esa fuente para alimentar también -como en Cataluña el independentismo- una ideologización radical de la política y, lo que es aún más grave, de un espacio constitucional cada vez menos compartido y más exclusivo. Adjudicarse el marchamo de constitucionalistas como una marca que excluye de ese espacio a toda ideología que no comparta los valores del PP y Vox (Ciudadanos ya ha sido expulsado del club) es algo equivalente a lo que el independentismo catalán promueve: estrechar el suelo constitucional a los márgenes de la ideología propia.
Uno de los problemas que hay detrás de esta especie de absolutización de la ideología es, paradójicamente, la pobreza y escasez de la misma. La alteración del sistema de partidos desde 2015 ha llevado al PP y al PSOE a estar más pendientes de la ideología de los otros que de la propia. Dicho de otro modo, se han centrado en la estrategia y han dejado de lado la ideología. Las versiones más radicales, a derecha e izquierda, ofrecen fórmulas ideológicas de corto recorrido pero contundentes y muy adaptadas al marketing electoral. Son tan contundentes como peligrosas, sin embargo, pues exigen el estrechamiento constante del espacio constitucional compartido, es decir, de lo que nos libró en Europa de la guerra civil permanente.