Ya no hay realidades en la política española, solo eslóganes. Importa lo que parezca, lo que sea visible de forma instantánea, lo que suene bien y, sobre todo, lo que sirva para marcar posición frente a los contrarios, los otros, esos a los que Sartre adjudicaba el infierno.
El nuevo eslogan lanzado a la arena del circo político, como si fuera un robusto y brillante gladiador, es el del alquiler. Podemos exige que se cumpla el acuerdo que permitió dormir a Sánchez en La Moncloa y ha convertido el tema de la vivienda en el nuevo eslogan para marcar distancia con su socio. Iglesias no va a abandonar el Gobierno de forma pacífica, naturalmente que no, y ha escogido la ley de alquileres como arma.
Es una buena elección para enfrentarse públicamente al Gobierno que abandona porque la propuesta suena bien, parece a primera vista que defiende a los inquilinos jóvenes entre los que está buena parte de sus votantes y sirve para señalar la supuesta tibieza de los timoratos socialdemócratas contra la frescura y el atrevimiento de la ahora denominada izquierda transformadora ¡Para qué quieres más!
La idea es que, por ley, los alquileres no puedan subir más que un 2,5% como tope y que los que ya estaban firmados en los últimos 5 años tengan que mantener el precio. Pero no solo eso: hay un paquete de regulaciones complejas relacionadas con el Índice de Garantía de Competitividad de cada comunidad autónoma, con las áreas tensionadas y no tensionadas, con el nuevo registro de contratos de alquiler y con el índice de referencia (que no debe confundirse con el precio de referencia). En definitiva, una selva de regulaciones que, tratando de atender todas las circunstancias posibles, ignoran la fundamental: que la Ley de la oferta y la demanda siempre funciona y que añadir elementos que disuadan a los propietarios de meterse en el mercado de alquiler solo puede tener como consecuencia la reducción de la oferta y, como consecuencia, la subida final de los precios de los alquileres. Justo lo contrario de lo que se dice buscar.
La idea es que, por ley, los alquileres no puedan subir más que un 2,5% como tope y que los que ya estaban firmados en los últimos 5 años tengan que mantener el precio
Paradójicamente es posible que sean los fondos de inversión y los grandes propietarios, a los que -faltaría más- la propuesta de Iglesias no perdona las correspondientes penalizaciones adicionales, los que menos pisos saquen del mercado, ya que el alquiler no deja de ser su negocio, pero los propietarios privados, que son los más numerosos y dubitativos ante posibles dificultades, es más que probable que retiren rápidamente muchos pisos del mercado de alquiler, bien para mantenerlos a salvo de la nueva regulación o, vistas las trabas, para empezar a pensar en venderlos.
El resultado real será que habrá menos pisos en alquiler para los jóvenes que no pueden comprar y más pisos en venta para quien pueda pagarlos. Ganará la banca, que necesita dar hipotecas como el comer, ganarán las inmobiliarias, que con similar esfuerzo y menos problemas sacan más por una venta que por un alquiler. Los que actualmente vivimos de alquiler es posible que también podamos ganar a corto plazo de una ley así, pero los jóvenes que busquen vivienda para emanciparse encontrarán un mercado más reducido, con menos posibilidades y a la postre, deberán elegir entre precios más altos o nada.
Ganará la banca, que necesita dar hipotecas como el comer, ganarán las inmobiliarias, que con similar esfuerzo y menos problemas sacan más por una venta que por un alquiler
El resultado será que el eslogan de “yo sí que defiendo a los inquilinos, no como tú” habrá funcionado estupendamente para la pelea política, pero traerá más pronto que tarde pisos más caros o una oferta más reducida. Lo mismo que pasó con la ley franquista de arrendamientos urbanos de 1964, que con alquileres de “renta antigua” protegía tan fuertemente a los inquilinos (incluyendo a sus dos generaciones posteriores) y que tuvo como lógica consecuencia la simple y pura desaparición del mercado de alquiler en España durante muchas décadas.
En Euskadi hace tiempo que la Administración ha impulsado medidas para sacar pisos al alquiler. No son perfectas, claro, al contrario que las que hace la izquierda transformadora, pero la realidad es que se han puesto a disposición de miles de personas necesitadas pisos de renta asequible, se ha impulsado el alquiler y se ha evitado la creación de guetos. Pero son soluciones, como digo, imperfectas, que no funcionan para la bronca política. No se apoyan en brillantes eslóganes sino en simples y aburridas realidades y eso no sirven en la actual pelea cotidiana por la notoriedad. Una pena porque se podrían copiar y hasta mejorar.
Por cierto, no termino sin recordar que la izquierda transformadora es la que transforma las cosas, o sea la “vil” socialdemocracia, que transformó, entre otras, las sociedades europeas y logró derechos públicos para todos. La izquierda identitaria, la pura, la auténtica, la fetén, la que lleva más de un siglo repartiendo carnets de autenticidad progresista no ha transformado nada, nunca, salvo los países que arruinó el comunismo allí donde tuvieron la desgracia de que alcanzase el poder (nunca mediante elecciones).