La pandemia, además de otras muchas cosas, nos ha venido cargada de términos que antes desconocíamos y que ahora, tienen un significado reconocido por todos. Empezamos con ese de la 'nueva normalidad', a mi juicio mal empleado porque o es normalidad o es nueva porque juntas son contradictorias; luego pasamos a saber qué quería decir y a utilizar la expresión 'inmunidad de rebaño'; y ahora, está de moda eso de la 'fatiga pandémica' que básicamente define el cansancio que tenemos todos tras demasiado tiempo de incertidumbre, fundamentalmente porque todavía no vemos el final de esa mal traída nueva normalidad.
Son solo algunos ejemplos terminológicos que nos deja la situación, pero no vamos a hablar aquí de la evolución del lenguaje derivada de la crisis del coronavirus, sino de la famosa fatiga pandémica. Si lo analizan con calma, si es que aún les queda calma, se darán cuenta que es de lo más sutil hablar de fatiga a estas aturas de la película, cuando lo que realmente estamos es hartos, de hecho y voy a ser yo también sutil estamos hasta las narices y un poquito más.
"Hemos llegado ya a un punto en el que nos cuesta entender aquello que no se nos explica, llevamos más de un año cediendo en nuestras libertades individuales por el bien de la salud de todos, pero lo cierto es que lo que hemos recibido como compensación es un resultado absolutamente pírrico"
Hartos, muy hartos ya de seguir las normas, de ser obedientes, de creernos lo que nos dicen, de pensar que imperan los criterios sanitarios cuando no es así… de ver comportamientos inadecuados por parte de ciudadanos irresponsables y lo que es peor, de algunos representantes públicos que dan de todo, menos ejemplo. Hemos llegado ya a un punto en el que nos cuesta entender aquello que no se nos explica, llevamos más de un año cediendo en nuestras libertades individuales por el bien de la salud de todos, pero lo cierto es que lo que hemos recibido como compensación es un resultado absolutamente pírrico.
Ya ni nos sorprende que decisiones que se toman hoy se anulen mañana por los mismos que las habían tomado. No nos sorprende porque llueve sobre mojado, pero no se confíen, porque todo eso sigue alimentando el hartazgo. Estamos en un momento muy delicado. Cada vez es más fácil escuchar en nuestro entorno que todo lo que nos están pidiendo que hagamos, que todos los sacrificios no parecen servir para casi nada y que tal vez no merezca la pena.
Llegar a ese punto es muy delicado porque la realidad es que necesitamos mantener la tensión para no claudicar física y emocionalmente, y para mantener esa tensión nos tienen que ayudar quienes toman las decisiones. Las decisiones sobre todo cuando suponen nuevos recortes en nuestro día a día, deben estar bien cimentadas, meditadas y basadas en criterios firmes y fundamentalmente sanitarios porque si no el tiempo demuestra que no funcionan y no son creíbles.
"Ya ni nos sorprende que decisiones que se toman hoy se anulen mañana por los mismos que las habían tomado"
De hecho pierden credibilidad las medidas y quienes nos las imponen, cuando lo que de verdad nos hace falta es que quienes van a pedirnos más sacrificios prediquen con el ejemplo, que vayan por delante y que lideren, porque se ha consumido el tiempo en el que gozaban de nuestra confianza. Y no olviden que juegan con una ventaja que no es baladí, la mayoría de nosotros seguimos siendo responsables hasta el punto de imponernos más restricciones en el día a día, que las que nos adjudican por norma. Aun así, no lo fíen todo a esa carta, porque el malestar en la calle corre como la pólvora y falta poco para que se encienda la mecha.
Incoherencias como mantener las fronteras abiertas mientras nos cierran perimetralmente o no imprimir un ritmo endemoniado a la inoculación de vacunas cuando tenemos claro que ya no hay otra solución, no se perdonan. No jueguen con fuego porque pueden quemarse.
En fin, que ya cansa hasta el uso de los términos así que ¿por qué le llaman fatiga pandémica cuando quieren decir hartazgo infinito?