Cansados, hartos, exhaustos…pero no lo suficiente como para no criticar lo que otros hacen y en muchos, casos de forma especialmente dura. A lo largo de los últimos meses todos o casi todos seguro que hemos practicado este “deporte nacional” que es la crítica, en más de una ocasión.
Criticar es fácil, y uno se queda incluso a gusto cuando lo hace. Lo que ya no es tan fácil es aportar alternativas para mejorar aquello que criticamos. Somos más amigos de corregir al otro, que de plantear algo propio. Optamos sin ninguna duda, por lo más sencillo.
Llevamos mucho tiempo hablando de la responsabilidad individual, esa que se nos presupone a todos, no de ahora, sino de siempre, pero a la que se ha apelado de forma insistente como consecuencia de la pandemia. El motivo, algo tan evidente como que no respetar las normas, no cuidarnos a nosotros mismos, ponía, y ojo, sigue poniendo en riesgo, la vida de otros.
Criticar es fácil, y uno se queda incluso a gusto cuando lo hace. Lo que ya no es tan fácil es aportar alternativas para mejorar aquello que criticamos
El mensaje fue muy claro desde el principio pero a algunos parecía que no les llegaba, tal vez porque no se estaba comunicando bien, justificábamos. Y se cambió la forma de comunicar los riesgos, y de eso, dan buena cuenta los durísimos anuncios dirigidos a los jóvenes, a los que mucho se ha criticado y culpado de los contagios, de forma injusta, en muchas ocasiones. En cualquier caso el mensaje seguía y sigue sin llegar a algunos, los menos, no por un problema de comunicación, qué va, sino porque no les da la gana hacerse eco de lo que no les interesa.
Insisto, los malos comportamientos se dan en todas las franjas de edad pero son los menos aunque se les vea y se los oiga más. Sin embargo cabe preguntarse ¿todos y cada uno de nosotros hemos sido y somos escrupulosos con las normas? Seguramente, quien más quien menos, se ha saltado alguna queriendo o sin querer, y tal vez sea la misma que hemos criticado en otros.
Y si nos fijamos en quienes llevan meses dictando las normas, aquí ya la crítica es descarnada porque independientemente del color político que tenga quien las dicta, por “h” o por “b”, más antes que después, le ha caído la del pulpo. Todos, yo la primera, hemos alimentado y seguimos alimentando las críticas y cebándonos con los errores.
¿Todos y cada uno de nosotros hemos sido y somos escrupulosos con las normas? Seguramente, quien más quien menos, se ha saltado alguna queriendo o sin querer
Y la crítica es legítima, como lo es el desacuerdo, pero no nos vendría mal hacer un ejercicio de flexibilidad, de relajarnos y de ponernos en el lugar del otros, eso que llamamos empatía y que sabiendo lo qué es, pocas veces ponemos en práctica.
Pues sí, nuestros dirigentes han hecho cosas mal, algunas incluso muy mal y además, a ellos por ser lo que son se les exige, les exigimos, más responsabilidad que la que tenemos el común de los mortales. Y no hay ninguna duda, deben responder por los errores y tratar de enmendarlos y sobre todo de no repetirlos.
Pero dicho esto, cuando la pandemia empezó, nadie tenía la bola de cristal, ni la receta mágica para saber lo que había que hacer y todos, los responsables políticos y los ciudadanos de a pie, hemos sido conejillos de indias ante un bicho del que todavía no lo sabemos todo.
Nuestros dirigentes han hecho cosas mal, a ellos por ser lo que son se les exige, les exigimos, más responsabilidad que la que tenemos el común de los mortales
Tenemos que admitir que a nadie le gusta equivocarse de forma proactiva, y menos si tienes que justificar el error ante la sociedad, así que, confiemos al menos de arranque en la buena voluntad de todos, y sigamos siendo críticos sí, pero de forma constructiva y dejando la saña a un lado.
No viene mal tampoco, entonar alguna que otra vez el mea culpa, y admitir que no lo estamos haciendo todo bien, de hecho, reconocer que no somos todo lo perfectos que exigimos a los demás nos permite ser más felices.
Hemos llegado a un punto de crispación en el que si al menos, no podemos ayudar a rebajar la tensión, cuando menos, no debemos alimentarla. No nos viene bien.