‘No es una reforma, es la revolución’. Estas palabras salieron con fuerza de los labios de Gloria Steinem durante la fundación de la Asamblea Política Nacional de Mujeres de Estados Unidos en julio de 1971. La periodista y escritora estadounidense, que acaba de ser reconocida con el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, lanzó así uno de los discursos más influyentes del movimiento feminista; un discurso que contenía un reclamo que todavía sigue vigente “esto no es una simple reforma, es una revolución”. Se refería con estas palabras al cambio trascendental que suponía el pretender transformar nada más y nada menos que los roles de género: el comportamiento que, en una sociedad concreta, se espera de una persona en razón de su sexo.
La generación de mujeres de la que formó parte Gloria Steinem, protagonizó la tercera ola del feminismo que consiguió expandir las libertades civiles de las mujeres por cuenta del control de natalidad. La naturalización del uso de los anticonceptivos y la reivindicación del derecho al aborto supusieron una ruptura con el rol dado a las mujeres de dedicarse exclusivamente a tener una familia, criar hijos y cuidar de las personas mayores. Los anticonceptivos les dieron la opción de decidir sobre su maternidad, y el impulso para abandonar las tareas domésticas y empezar a engrosar las nóminas de las oficinas.
La generación de mujeres de la que formó parte Gloria Steinem, protagonizó la tercera ola del feminismo que consiguió expandir las libertades civiles de las mujeres por cuenta del control de natalidad
Sesenta años después, el feminismo ha dejado de ser un tema del que se preocupaban un grupo extraño y rebelde de mujeres que estaba en un rinconcito de la sociedad con reivindicaciones que muchos (y muchas) consideraban marginales, y ha pasado a ser un movimiento transversal, cuyas demandas cuentan con un apoyo mayoritario de las mujeres de toda condición social y económica.
Si bien el feminismo es fuente de inspiración, la revolución permanece inacabada; si bien han cambiado los pensamientos y los sentimientos hacia la igualdad de las mujeres, y las mujeres se han incorporado al mercado laboral, hay una cambio sustancial que no se ha terminado de producir: las mujeres se siguen ocupando del cuidado de los hijos e hijas (del rol social que arrastramos desde hace siglos), mucho más que los hombres. Según datos de Eustat de marzo de este año, las mujeres vascas asumen el 67,2% de cuidados y tareas del hogar, porcentaje que duplica el 32,8% de los hombres.
Si no avanzamos hacia unidades familiares que sean más democráticas no tendremos una sociedad que desarrolle plenamente todos nuestros talentos
Si no avanzamos hacia unidades familiares que sean más democráticas, en las que los hombres se desarrollen cuidando a los hijos e hijas, y las mujeres puedan desarrollarse siendo más activas fuera del hogar, no tendremos una democracia que desarrolle plenamente todos nuestros talentos. Y esto es crítico, porque en un momento como el actual en el que se están sentando las bases para las grandes transformaciones que determinarán el futuro, la inexistencia de debates profundos sobre cuál será el papel de las mujeres en esas transformaciones (energética, tecnológica, digital, cuidados), nos pueden condenar, no ya a la oscuridad del hogar, sino a la oscuridad de no ser un actor protagonista en el futuro. Como dijo Sylvia Plath, no se trata de la seguridad infinita que proporciona el hogar, se trata de querer cambio, emoción y disparar en todas las direcciones por nosotras mismas.