Industria 4.0, digitalización, oficina sin papeles, fabrica robotizada…son términos ya comúnmente empleados, que pertenecen a una forma de gestión claramente vinculada al siglo XXI, forma de trabajar que para muchos negocios se ha acelerado a cuenta de la pandemia y del impuesto teletrabajo para poder continuar con un buen número de actividades profesionales.

Desde Europa también nos empujan a realizar una profunda transformación en favor de la digitalización, hasta el punto de que uno de los frentes claros para recibir los ansiados fondos “Next Generation” está directamente vinculado a estos procesos transformadores, lo cual dicho sea de paso, tiene toda la lógica.

Sin entrar en la eterna y manida polémica de si las máquinas y la tecnología vienen o no a sustituirnos como trabajadores, soy de la opinión de que la tecnología está para ayudarnos siempre y cuando seamos capaces de evolucionar con ella y de adaptarnos a los cambios, creo que merece la pena hacer una reflexión respecto a la denominada brecha digital, y en concreto, a la situación en la que está dejando a nuestros mayores.

 

Estamos en un momento excelente para que de verdad se acometa un proceso de digitalización, en el que todos tengamos cabida, en el que nadie se quede atrás

 

La pandemia y los procesos asociados a ella nos dejan múltiples ejemplos de la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran los mayores, y en algunas ocasiones, los no tan mayores, para enfrentarse a las nuevas tecnologías, en actividades tan cotidianas como solicitar una cita médica a hacer una gestión bancaria. Hasta hace poco acudían a su centro de salud tras llamar por teléfono y quedar con su médico de familia, o a su sucursal bancaria donde les llamaban por su nombre, y además de hacerles gestiones de todo tipo, les acompañaban con una charla amable durante unos minutos.

Ahora prácticamente todos esos procesos se han automatizado. Lo hacemos todo por Internet, todo esta es esa nube etérea e impalpable que muchos mayores no atisban a comprender. Y la mayoría de estos cambios se han acometido sin que ellos percibieran solución de continuidad, sin tener en cuenta que una generación, a la que por cierto se lo debemos todo, y que ha sufrido como ninguna a cuenta de la pandemia, se nos quedaba, se ha quedado atrás, sin que nadie alzara la voz para incluirles en un proceso tan imparable como incomprensible para ellos.

Desde luego no merecen verse inmersos después de lo que han hecho y siguen haciendo por todos nosotros en una situación que les haga vulnerables y en el mejor de los casos, dependientes de gente más joven, que les acabe apañando las gestiones online.

 

La pandemia y los procesos asociados a ella nos dejan múltiples ejemplos de la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran los mayores

 

Estamos en un momento excelente para que de verdad se acometa un proceso de digitalización, en el que todos tengamos cabida, en el que nadie se quede atrás. Eso por supuesto, requiere de reflexión, paciencia , esfuerzo y de muchísimo cariño. Hay que ponérselo fácil para que al menos puedan acceder a las cosas más básicas. Ya han demostrado que con ayuda son perfectamente capaces. ¿Cuántos abuelos y abuelas que antes de la pandemia ni siquiera se acercaban a un móvil han aprendido a hacer videollamadas para ver a sus nietos? ¿Cuántos han instalado en sus teléfonos Whatsapp? Muchos. Tienen por tanto capacidad de aprender pero necesitan, igual que los demás, dedicación, buenos maestros y mucho cariño.

La transformación digital será para todos o no será. No podemos tener fábricas con procesos automatizados y con la inteligencia artificial como exponente y en paralelo, una o dos generaciones perdidas en un maremágnum al que no pueden acceder.

Hay que acordarse de ellos antes de que el online sea la única opción para ir al médico o hacer una transferencia bancaria para pagar el recibo de la luz, y el tiempo una vez más, nos juega a la contra.