El uso de términos extranjeros designando cosas para las que en nuestro idioma ya tenemos palabra sirve, parece, como método de modernización y para hacernos creer que son innovadoras y vanguardistas. Sin embargo, a poco que rasquemos, descubrimos la trampa.

Los y las boomers, esa palabra que ahora se utiliza para referirse a quienes nacimos  entre finales de los años 50 y los 70, sabemos muy bien lo que significó para nuestras familias el concepto de “habitación con derecho a cocina”, más conocido ahora como “coliving”. Es este un término inglés con el que apelamos a la supuesta moda de compartir espacios en un edificio destinado a vivienda. En definitiva lo que plantea el coliving es compartir con el vecindario diferentes zonas comunes sin renunciar a un pequeño espacio de intimidad. Vamos, que pretenden vendernos algo a lo que nuestros padres y madres se vieron obligados en los años 60 y 70 como el colmo de la innovación.

 

El uso de términos extranjeros designando cosas para las que en nuestro idioma ya tenemos palabra sirve, parece, como método de modernización y para hacernos creer que son innovadoras y vanguardistas. Sin embargo, a poco que rasquemos, descubrimos la trampa.

 

En aquellos años no eran pocas las familias que compartían piso, cada una en su habitación y todas disfrutando del mismo baño y la misma cocina. Compartían espacio y muchas veces incluso comida. “Págame la compra que este mes no llego”, “hoy por ti mañana por mí”, “cuídame a los niños y yo te hago los recados”, etc, etc, etc. Se dividían el trabajo, organizaban su día a día y repartían lo que tenían en un momento en el que el acceso a la vivienda para una sola familia era un sueño difícil de alcanzar. Especialmente para aquellas familias que abandonaban su tierra y venían a donde consideraban que su futuro sería más próspero. Lo consiguieron en su mayoría, pero pasaron muchos años de “coliving”. 

Hablo hoy de esto después de que el Consejo de Ministros haya aprobado el famoso bono de alquiler joven, esa ayuda para arrendar viviendas dirigida a menores de 35 años, dotada de hasta 250 euros y destinada a personas que ingresen menos de 24.318 euros al año. En Euskadi esta medida se puso ya en marcha y la cuantía es ligeramente superior, pero el espíritu de la ayuda es el mismo. 

España tiene un par de récords mundiales que no le retratan positivamente. Somos líderes en edad de emancipación de los jóvenes, que roza los 30 años. El 65% de quienes están entre los 18 y los 34 años, a los que va dirigido el bono de alquiler, vive con sus familias. Además también tenemos la mejor marca, o la peor, según se mire,  en la edad en la que las mujeres tienen su primer hijo, los 32. Por supuesto que este dato tiene mucho que ver con el anterior y con la imposibilidad de crear un proyecto de futuro sin un trabajo más o menos estable y un piso que poder pagar. 

El Gobierno cree que el bono solucionará el problema de acceso a la vivienda de la población joven pero en realidad su alcance será muy limitado. Apenas llegará al 1.7% de los jóvenes emancipados en España, con lo que no se resuelve la dificultad de alquilar un piso. Pensando mal podría ser hasta contraproducente si el mercado comienza a abultar los precios y los y las caseras suben las cantidades mensuales.

España tiene un par de récords mundiales que no le retratan positivamente. Somos líderes en edad de emancipación de los jóvenes y tenemos la mejor marca o la peor, según se mire, en la edad en la que las mujeres tienen su primer hijo, los 32

Otro problema importante en la limitación del importe de ese alquiler. El programa establece que el máximo a pagar para recibir la ayuda son 600 euros. No llega ni al 1% de los pisos en alquiler en las grandes ciudades el número de viviendas a ese precio. Es cierto que en algunos casos el importe puede subir hasta los 900 euros mensuales pero en ese precio solo encontramos un 30% de las viviendas en alquiler. 

Hoy ser mileurista es todo un logro. Si de esa cantidad descontamos los 600 de alquiler y le sumamos los 250 de la ayuda, nos quedan 650 euros para llegar a fin de mes. Se antoja difícil que con esa cantidad alguien pueda pagar las facturas y comer al mismo tiempo. Total, que no queda otra que compartir piso con otras personas o unidades familiares. Coliving, vamos. 

Impresionan los datos de Cáritas que apuntan a un 15% de los jóvenes en riesgo de exclusión social, algo que se ha visto especialmente acelerado por la pandemia. Hablan en su último informe de una emergencia habitacional porque hay una dificultad extrema de acceder a una vivienda digna. Los organismos internacionales, dicen, recomiendan que se destine el 30% de los ingresos al hogar, pero hay muchas familias que tienen que dedicar el 100%. Cuenta ese informe que hay quien vivía en una habitación y se ha tenido que mudar a otra peor. A estas personas lo del bono les queda lejos porque ni siquiera en sueños llegan a los 25.000 euros de ingresos anuales.

Hoy ser mileurista es todo un logro. Si de esa cantidad descontamos los 600 de alquiler y le sumamos los 250 de la ayuda, nos quedan 650 euros para llegar a fin de mes. Se antoja difícil que con esa cantidad alguien pueda pagar las facturas y comer al mismo tiempo.

Desde luego el bono de ayuda al alquiler para jóvenes es un empujón pero lo que debiera cambiar son las condiciones elementales para poder desarrollar un proyecto de vida. Hoy es imposible y las consecuencias de esto las vemos cada día en nuestras calles, esas que se van llenando pero cajas de cartón convertidas en refugio habitacional. ¿Estado del bienestar? Cada vez más lejano.