Los veintipocos años que llevamos de siglo nos están demostrando que con la Historia nunca puedes confiarte. Hechos que dábamos por definitivamente históricos nos los estamos topando uno detrás de otro vivitos y coleando. Creíamos que una pandemia que asolara todo el planeta era algo que sucedía en sociedades con escaso desarrollo científico o que  apenas comenzaban a entender el mundo de los bichos microscópicos, como en la primera posguerra mundial. No hace tanto que suponíamos que las ideologías que buscan una regresión en libertades y derechos, como la igualdad o la libertad, habían quedado como una especie exótica a nuestro ecosistema político. También la guerra fría, mucho más la caliente, nos parecía haberse diluido en los años ochenta del siglo pasado, cuando ya era más bien templada. Los sénior de nuestra sociedad somos la primera generación de españoles que no tiene una guerra que contar, y hemos crecido y madurado creyendo que ese era el curso esperable de la historia.

Pero en estas primeras dos décadas del siglo nos hemos topado con la ultraderecha republicana gobernando en Estados Unidos y que a punto estuvo de dar un golpe de Estado, un virus capaz de frenar en seco casi todo el planeta y a Rusia jugando con fuego en las puertas de Europa, con el gigante chino cubriéndole las espaldas. Las bases que creíamos sólidas y sobre las que debía producirse el proceso histórico, el que era esperable que se encontraran los historiadores dentro de cien años, muestran síntomas evidentes de fatiga. 

 

Los sénior de nuestra sociedad somos la primera generación de españoles que no tiene una guerra que contar, y hemos crecido y madurado creyendo que ese era el curso esperable de la historia

 

Desde luego nada de esto es azaroso. La ultraderecha norteamericana llevaba tiempo infectando el partido republicano, la europea tacita a tacita iba aquí y allá haciéndose hueco en las otrora bases sociales de la izquierda y de Putin qué vamos ahora a descubrir que no supiéramos desde que asomó por allí a la muerte de Yeltsin. La historia, es cierto, es tan imprevisible como el futuro, pero nuestro empeño en prescindir del pensamiento histórico nos puede llevar a ver el tiro en el pie después de dárnoslo.

Esto es lo que está pasando, dicho sea en mexicano, ahoritita mismo con asuntos que en pocos años nos parecerán sobrevenidos. Dicho de plano: nos estamos quedando sin agua y la situación puede ser similar a la que aún estamos viviendo con la covid-19, pero multiplicada y prolongada en el tiempo. De nuevo algo que dábamos por hecho que la historia había ya solventado y superado, lo vamos a tener ante nuestras narices. 

Tener agua salubre y suficiente para millones de personas es un logro histórico que la inmensa mayoría de seres humanos que han habitado el planeta no ha conocido y que en buena parte del planeta sigue siendo una rareza. En Occidente es uno de los hechos capitales que transformaron nuestras sociedades desde las décadas finales del siglo XIX, como la revolución industrial, la de los transportes o la demográfica. Fue entonces cuando el agua comenzó a fluir por los grifos de las casas y se fue generalizando desde entonces. Anteayer, como quien dice, pero así como no hemos conocido la guerra, hemos vivido con agua. Lo primero te lo cambia Putin en un arrebato, lo segundo el cambio climático.

 

Tener agua salubre y suficiente para millones de personas es un logro histórico que la inmensa mayoría de seres humanos que han habitado el planeta no ha conocido y que en buena parte del planeta sigue siendo una rareza

 

Cuando el problema esté ahí, en una factura impagable o en la cruda falta de agua en el grifo, oiremos desde la política apelar a la ciencia: “lo que digan los científicos”, “nos guían los científicos” ¿les suena? Está muy bien que quien ha de tomar decisiones esté convenientemente aconsejado, pero la política consiste precisamente en tomar decisiones antes de que la única solución sea encomendarse a la ciencia. 

Si, como parece, nos vamos a tener que beber el océano y vamos a tener que llevar el agua desde la orilla del mar hasta la Meseta, habrá que ir tomando decisiones políticas de enorme envergadura y coste. A la ciencia no hay que preguntarle dentro de diez o quince años qué hacemos, sino que hay que facilitarle ahora recursos para formar científicos; de poco servirá dentro de diez años aplaudir a los camiones cisterna, ahora es cuando hay que plantearse obras públicas de enorme envergadura; apelar a Europa, como si fuera un surtidor inagotable de deuda pública, será inútil dentro de diez o quince años, es ahora cuando tenemos que construir institucionalmente Europa y promover una política europea del agua. 

 

Dicho de plano: nos estamos quedando sin agua y la situación puede ser similar a la que aún estamos viviendo con la covid-19, pero multiplicada y prolongada en el tiempo

 

El agua, como la sanidad, es ciencia, sin duda, pero antes, y como condición necesaria para que haya ciencia, es política. Es esa política sobre la que poco o nada se habla, solo quizá cuando a alguien le pisan el callo quitándole unos hectómetros cúbicos de “su” cuenca hidrográfica. Acaban de celebrarse unas elecciones en una región de Europa donde este problema será especialmente acuciante en no mucho tiempo. He visto más borregos que en ninguna otra campaña, pero no he oído una palabra de agua, ciencia, obra pública o política europea. Parafraseando a Tip y Coll, en España mañana hablaremos del Gobierno… y de la nación. Pasado mañana aplaudiremos a los camiones cisterna.