¿Cómo se hace un Estado? O, mejor, primero ¿se puede hacer un Estado? El mundo contemporáneo comenzó cuando a la segunda de estas preguntas se respondió afirmativamente. Por supuesto hizo falta una revolución para demostrarlo, varias de hecho, pero desde la independencia de las colonias inglesas en América del Norte un Occidente estructurado en imperios atlánticos fue dando paso a un sistema de Estados, algunos de los cuales siguieron siendo imperios, incluso mucho mayores que los atlánticos. Afirmar, como hizo la declaración del 4 de julio de 1776 que las colonias eran Estados libres e independientes fue en sí una revolución que se acompañó de un correlato no menos trascendental: y la nación es soberana.

Construir Estados declarando su independencia y apoderando, de manera más o menos sincera, a las naciones para llevar a cabo un proceso constituyente ha sido no diré el pan nuestro de cada día, pero sí algo bastante habitual en la historia contemporánea. Casi se podría fijar un patrón: un Estado se construye a partir de su declaración de independencia y de la elaboración de una constitución. A partir de ahí queda mucho, casi todo, pues eso es solo esqueleto y ahí faltan órganos, músculos y venas o sea, partidos o grupos políticos, administración y fiscalidad. Pero por ahí se empieza.

 

Construir Estados declarando su independencia y apoderando a las naciones para llevar a cabo un proceso constituyente ha sido algo bastante habitual en la historia contemporánea

 

Eso según el catón que se lleva estableciendo desde los orígenes de lo que llamamos mundo contemporáneo. Parece, sin embargo, que estamos asistiendo en este siglo (que ha empezado, digamos, fuerte) a un cambio en dicho patrón que nos concierne sobre todo a los europeos. En efecto, muy disciplinada con el siglo, la Unión Europea trató en principio de seguir el catón, pero ya recordarán cómo acabó aquello, en desbandada como el rosario de la aurora: creo que fuimos los únicos que votamos afirmativamente, junto a los luxemburgueses. Aquel intento falló, en realidad, porque se había dejado un paso previo que también estaba muy claro en el catón: la declaración de independencia que, por supuesto, nunca existió o, lo que es lo mismo, que cuando se pidió votar una constitución a los europeos se les estaba pidiendo votar la constitución de un no-Estado, algo un tanto surrealista.

Cuatro años después la Unión puso un primer parche, el tratado de Lisboa, que esta vez se tuvo buen cuidado de no pasar por referéndums, salvo en el caso de Irlanda y así le fue pues a punto estuvo de liarla, salvando la situación con una segunda consulta. Que la Unión funcionara o no iba a depender a partir de ahí de factores muy poco controlables en un mundo hecho para los Estados, y así se vio a la primera de cambio con la crisis del euro, derivada de la crisis financiera en 2012.

 

Al revés de lo que decía el catón contemporáneo para la creación de Estados, aquí parece que las instituciones federales son las que están construyendo la federación

 

A partir de ahí la Unión puede decirse que se ha ido tallando a golpe de crisis: el Brexit, que fue más largo que un día sin pan, la pandemia que se encabalgó con el final chapucero de ese proceso que tuvo que hacer Boris Johnson y la crisis de Ucrania, que Putin no casualmente ha decidido encabalgar con el final de pandemia. Cada una de estas crisis por sí sola podría haber terminado con la Unión sin muchas complicaciones: porque Grecia, España, Italia, Portugal e Irlanda no hubieran podido seguir el ritmo de Alemania, Países Bajos, Austria o Finlandia; porque el grupo de Visegrado hubiera utilizado el Brexit para dar la puntilla a una Unión de la que solamente esperaban la pasta a final de año; porque la pandemia hubiera desatado una guerra de vacunas; porque Putin hubiera conseguido camelar a alguno con una rebaja de la factura energética.

Sin embargo, la realidad es totalmente la contraria, pues la Unión ha salido más trabada de cada una de estas crisis. Imponer una estricta política fiscal, generar deuda europea, gestionar la compra y distribución de vacunas para toda la Unión, evitar las insidias del gobierno ruso antes y después de la invasión de Ucrania, todo ello apunta más bien en un sentido contrario a la crisis de la propia Unión. Parece, por tanto, que en Europa se está gestando una innovadora manera de crear y mantener un cuerpo político que consiste, al parecer, en empezar algo así como la casa por el tejado. Al revés de lo que decía el catón contemporáneo para la creación de Estados, aquí parece que las instituciones federales son las que están construyendo la federación. 

 

Parece, por tanto, que en Europa se está gestando una innovadora manera de crear y mantener un cuerpo político que consiste, al parecer, en empezar algo así como la casa por el tejado

 

Eso es lo que precisa Europa en estos momentos extremadamente delicados, continuar en ese proceso de generar una unión más sólida aprovechando no el poder constituyente de la soberanía nacional sino el poder constituyente de las propias crisis existenciales, que se está demostrando más eficaz que mil reuniones de alto nivel para acordar una coma de un acuerdo. Las transferencias de soberanía a la Unión se están dando, de hecho, por esta vía de soluciones de sucesivas crisis: soberanía monetaria, fiscal, sanitaria y ahora, esperemos, de defensa y relaciones exteriores. Y ello por el evidente motivo de que solamente más Unión Europea puede situarnos correctamente en el siglo XXI.