Transformación digital, digitalización, seguridad digital… en los últimos tiempos utilizamos estos términos de manera habitual, prácticamente todo el común de los mortales sin que en muchos casos sepamos qué alcance y qué ventajas tiene esto de transformarse digitalmente.
El proceso es, en todo caso, imparable. Algunos, los más avezados, llevan trabajando durante muchos años en esto, y otros, los más miedosos o conservadores, prefieren seguir viendo los toros desde la barrera mientras se justifican diciendo "esto no va conmigo".
Recuerda todo este debate con defensores y detractores, a ese famoso video circulado millones de veces en el que un sujeto sigue alabando las bondades del papiro, porque no le encuentra sentido, ni ventaja alguna a eso del libro en papel.
La digitalización de los procesos ha venido para quedarse y bien lo saben quienes han disfrutado de las ventajas de haber avanzado en este campo antes de la pandemia, porque lo han tenido mucho más fácil para mantener la actividad.
Y si reconocemos que la digitalización es ya irreversible, como sociedad, tenemos una doble responsabilidad: la primera garantizar que se trate de procesos seguros donde los usuarios tenemos garantías suficientes de que no vamos a sufrir percances, y la segunda y mucho más importante, no dejar a nadie atrás.
Las administraciones y las empresas deben trabajar en colaboración como garantes de algo tan preciado como es el dato en el mundo del siglo XXI
Respecto a la seguridad, flaco favor a toda esta política en favor de la digitalización y sus bondades, que son muchas y variadas, hacen ataques a la intimidad como el famoso espionaje a través del Pegasus, del que tanto se viene hablando en las últimas semanas, o de cualquiera de esos procedimientos y formas que generan rechazo y miedo, ante estas nuevas y necesarias tecnologías.
Sabemos que la seguridad absoluta no existe en ningún ámbito de la vida y tampoco puede garantizarse al 100% en la aventura digital, pero en cualquier caso, tenemos que despejar todas las dudas posibles, y para eso, deben trabajar en colaboración administraciones y empresas como garantes de algo tan preciado como es EL DATO en el mundo del siglo XXI.
Entre los nativos digitales y los que no han usado prácticamente nunca todo esto, debe haber un recorrido transitable para todos
Y por otra parte, y aquí va el segundo de los retos, no podemos obviar al existencia de la denominada brecha digital que cada vez se hace más evidente y grande, puesto que la tecnológica avanza a pasos inabarcables incluso para los más expertos en ella.
Es obligación de todos como sociedad, "humanizar" toda esta revolución tecnológica que pilla a unos más preparados que a otros. Entre los nativos digitales y los que no han usado prácticamente nunca todo esto, debe haber un recorrido transitable para todos, donde nadie se sienta incapaz de poner en marcha una actividad habitual como puede ser hacer una gestión bancaria o administrativa, sin tener que pedir la colaboración sistemática de los más jóvenes.
Los que ya son vulnerables no necesitan que todas estas cosas les hagan aún más indefensos, sino todo lo contrario. Ahora que nos gusta tanto eso de empoderar, tenemos que empoderarlos para que sean solventes y se sientan orgullosos de saber hacer las cosas. El factor tiempo ya nos juega a la contra, porque en concreto han tenido que ser nuestros mayores, esos a los que tanto les debemos los que nos recuerden que son mayores pero no tontos, y que no van a admitir quedarse fuera. Lo han hecho con las entidades financieras y han ganado la batalla.
Por delante tenemos un recorrido apasionante pero con obstáculos que debemos ir salvando poco a poco.
La digitalización, va a ser. La digitalización ya es.
Ha llegado para quedarse porque la realidad es que facilita los procesos, ahorra costes, establece método, ordena, minimiza los errores…una gran cantidad de ventajas que debemos poner en valor de forma certera y responsable.